Belarmina sirvió el té a las cinco
en punto como lo hacía desde que llegó a la casa. Era el aire inglés que la
señora Leyla y el señor Jamelson tenían como costumbre. Pero ellos eran unos
perfectos descendientes de italianos que llegaron hacía muchos tiempo en un
barco de inmigrantes.
Toda la casa era una copia de una
revista de decoración y habían pagado con mucho esfuerzo que se viera como la
típica vivienda de la calle londinense que soñaban.
La vajilla era de porcelana traída
en cajones desde la lejana isla, pieza por pieza, con sello y envuelta en papel
de seda con un raro escudo, que copiaron como propio.
Cortinas y tapices con marca de
fábrica de Birminghan y no faltaban libros preciosamente editados y cubiertos
en cuero verde con letras dorados en el idioma de la “Rubia Albion”. Ellos no
podían leerlos. No hablaban una sola palabra en inglés.
La joven mucama, sonreía afable
mientras ellos en silencio, contemplando el vivero imitado de la revista de
Harrods, con plantas traídas desde India y países que eran colonia de su
Majestad, al salir los escuchaba que hablaban en un dialecto italiano muy
difícil de entender. Se reía a carcajadas en la cocina mientras con la vajilla
de cobre, hacía mucho ruido así apagaba su risa.
Un día alguien tocó la aldaba de
forma de león en la enorme puerta verde. Ella, abrió y encontró parado allí,
con su bigote afilado a un caballero que le expresó ser el sirviente de Lord
Mc. Girsong y que traía una nota para sus señores. Belarmina la recibió y le
preguntó si esperaba respuesta a lo que el joven le dijo muy tieso que sí.
Entró y se la entregó a su patrón.
Pálido como cuerno de elefante, el pobre hombre se quedó mudo sin poder decir
una sola palabra. La buena señora tomó la nota y temblando trató de leer.
Estaba escrita en una preciosa letra con tinta color violeta en perfecto
inglés. Ambos abochornados le alargaron la nota y le dieron las gracias y le
pidieron que le dijera al hombre que tenían otra invitación ese mismo día.
Agradecidos le mandaban una planta
de rosas “Princesa de Gales”. Cuando Belarmina
regresó su patrona lloraba en la cama con sonoros sollozos y él, el
señor sólo atinó a pedirle: ¡Belarmina, por favor, sírvame un Té! ¡El color era
rojo por la sangre que manaba de sus muñecas!
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