jueves, 18 de enero de 2024

EL TREN DE LA MUERTE

 

            El Milton, perdió la changa. Todo fue por culpa del Nahuel, ese hijoìputa que le robó el bagayo. Todo lo tenía para chanquear. Tirado en la tapera que se construyó con lo que juntaba de las obras en construcción de los barrios del centro. Chapas, maderas, caños y mil trebejos que le fueron llenando la piecita como para vivir. Encontró ropa, muebles, hasta un “cagadero” nuevito de color rosado. ¡Hay que ver lo que la gente tira!

            Esa mañana no tenía ni para armarse un “faso” y no tenía ganas de levantarse del colchón. Pero sintió ruidos y dio un salto, alguien andaba por ahí cerca. El “Tuco” y el “Cachito” ladraban con rabia. Se puso el buzo y un pantalón, sacó la “faca” y salió.

            Afuera estaba la Yésica, tratando de llevarse unos palos que había juntado para el fogón. ¿Qué querés? Pedime, si no te voy a negar nada. Tengo al Brayan con fiebre y me malicio que está con gripe. Llevate lo que necesités, no me robés…

            La vio salir con una brazada de maderas, de esas que juntaba en la carretela de los mercaditos y fruterías. Eran cajones y cajones, que desarmaba y luego de atar en paquetes, apilaba en el fondo del terreno. Por allí se había metido, mientras dormía, el Nahuel y después de golpearlo, le arrancó el morral con sus herramientas.

            Tenía muy flaco al caballo que compró un día que en un basural encontró una caja con varios fajos de dinero. Fue a don Sixto y le compró un pingo, algo entrado en años, pero que le era fiel como los perros. Lo chiflaba y venía despacito al trote cansado a buscar las verduras que le regalaban en las verdulerías de la entrada de la Villa. Lo llamó “Chueco”, pero un día se dio cuenta que era yegua. ¡Soy tan bruto! Es hembra. Pero eso no hizo que trabajara menos, sólo que al poco tiempo tuvo un potrillo. Era precioso, de piel suave y brillante, color blanco con manchas negras. Le puso “Manchita” y ese sí, era macho.

            Una mañana hacía como siete u ocho meses, aparecieron unos camiones con obreros por medio del camino de la Villa. Los reunieron y les dieron una charla de la que entendió poco y nada. Sí, que iban a pasar unos rieles del ferrocarril por ese tramo entre las casuchas. Que una vez por mes pasaría un tren por ahí. Que no los sacarían porque el gobierno no quería líos y que eran tierras del estado y no aceptaban quejas o levantaban los ranchos.

            Milton, recibió un dinero para achicar su terreno, con eso compró una carretela mejor, más nueva y con ruedas buenas. “Chueco”, resoplaba y tiraba con menos esfuerzo. Podía ir más lejos, hasta los pagos de los Lujanes. Allí, sí encontraba muchas cosas buenas, que amontonaba bajo su techo. Ladrillos, hierros varios, picaportes y puertas. Un día encontró una heladera, se bajó del carro y la miró bien, tenía una enorme abolladura en la puerta, pero parecía nueva por dentro. Con esfuerzo la subió. Iba pensando cómo la arreglaría.

            El día que llegó a su pieza y encontró a la Yésica llorando como perro apaleado, supo que se había muerto Brayan. Por primera vez, se animó y la abrazó. Estaba muy triste y comprendió que esa mujercita no era una “turra”, era un ser muy infeliz. La hizo entrar, trajo a la bebota, la Wanda. ¿Qué te pasó? ¿Acaso no lo llevaste a la salita?vení, comé algo. Calentó agua en el fogón y le preparó unos fedeos, le puso el último chorrito de aceite que tenía y le puso un plato hondo para ambas. ¡Comé y dale a tu hija!

            Ese día se quedó dormida en el colchón junto a niña. Cada vez que se acercaba veía que dormida y todo, lloraba. ¡Pobre piba! ¿Cuántos años puede tener? Si es casi una niña. ¿Cuál será su historia? Se tiró sobre un montón de cartones y se durmió.

            Lo despertaron unos ruidos infernales. Los camiones y máquinas, estaban trazando el camino de los rieles. Salió, se lavó con agua de un tacho que tenía afuera. Miró y vio una máquina enorme que iba limpiando el suelo y atrás iban quedando durmientes de cemento y cada tanto caía de un aparato de la máquina un riel de cada lado. ¡Estaba asombrado! La máquina se detuvo unos momentos y vio que bajaba un chino del costado. Le pidió agua. No le entendió, el otro le señaló el tacho y sin empacho se agachó y metiendo un jarro se bebió el líquido de un trago, se secó la frente y la boca con la mango y lo saludó. No le entendió. Pero se dio cuenta que ese mundo era el nuevo que venía. Menos trabajo para la gente como él, y más máquinas en su lugar. ¡Y eran de otro lugar! ¡Carajo! ¡Mierda! Nos quedamos hasta sin changas ahora.

            La Yésica apareció con Wanda en brazos. Miró asombrada, la nena lloraba como si la estuvieran matando. ¡Milton, gracias! Me voy a mi casa. Se fue callada. No pasaron más de diez minutos y vino llorando a los gritos… ¡Me robaron todo! ¡Hasta las chapas de los techos, no me queda nada! Y se tiró a los brazos de un Milton que asustado y grotesco, no sabía qué hacer.

            Buscó dónde se podía quedar, pero la pobreza era un No perpetuo. Entonces, la dejó que se quedara. Dormía en el suelo, hasta que encontró un colchón en un barrio del centro y lo trajo. Ella se amancebó y cuidó de los cacharros y pocos bienes del Milton. Una noche de verano, el calor los abrasó y abrazó. Dejó el colchón pequeño para la Wanda y se hizo un ovillo con la Yésica. ¡Bueno, para que les voy a contar… ahora son una familia feliz! Él consiguió hacer unas changas importantes y comenzó a levantar una casita humilde pero estable, de material. Ella cocinaba bastante bien. Para el otoño serán cuatro.

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