El avión aterrizó en Atenas. Una ciudad plena de vida y de antigüedades.
En el hotel, nos enfrascamos en un mapita que nos dieron en la aduana. Teníamos
que señalar los lugares más importantes de ver, que allí son muchísimos. Mi
amiga Alicia y mi hermana se acomodaron en sendas camas y yo me quedé en la más
pequeña. Acomodadas las maletas, guardados los documentos y algo de nuestros
ahorros para el viaje; cosa que nos salvó de un robo.
Como turistas no perdimos el tiempo y salimos a buscar esa Grecia llena
de historia y modernidad que ha logrado cautivarme desde muy joven. Nos
indicaron el metro y bajamos por sus escaleras de mármol con la sorpresa de
encontrar un metro súper moderno, con simples explicaciones por alto parlantes
que gracias a Dios entendía bien y nos llevaba a los lugares más importantes
que deseábamos conocer.
Llegamos al Museo Nacional… ¡Una maravilla! Ver la cantidad de objetos
valiosísimos que han recuperado los arqueólogos, joyas, vasijas, armas,
esculturas. Puede una persona quedarse días para mirar esos trofeos.
Salimos y nos sentamos en una pequeña fonda donde comimos a gusto lo que
nos sirvieron, platos típicos que no puedo nombrar por ignorar el idioma. De
allí a la “Placa” una calle que atraviesa una zona para los ingenuos viajeros.
A mi amiga le robaron la billetera allí y no se dio cuenta hasta que llegamos a
un negocio donde quiso comprar agua. ¡Perdió las tarjetas y algo de dinero!
Gracias a Dios yo tenía el sistema para llamar a mi país y avisé por las
tarjetas, en Mendoza era plena madrugada y lo menos que me dijo quien me
atendió fue: ¡Bonita! Pero no pudieron usar para comprar los cacos con las
tarjetas.
A la noche supimos que en el último piso del hotel había un restaurante
y cansadas de caminar, subimos a cenar allí. ¡OH, sorpresa! Era muy bueno y muy
económico. Una vez servida la cena, se me ocurre voltearme y desde un ventanal
me quedé anonadada. Desde allí se veía iluminado el Partenón, las Cariátides y
otros monumentos. Un lujo inesperado. En la noche estrellada ver a los lejos
esas obras maravillosas era un regalo de Dios.
Al día siguiente partimos en Crucero a las Islas. ¡Qué pérdida! No
podíamos estar ni una hora en cada isla. Un bochorno. Me parece a mí, que no es
una forma buena para viajar ese monstruo gigantesco de acero que lleva gente
encerrada en pequeñísimos espacios como ganado. Sí, hay personas que me miran
raro cuando digo esto; pero hasta una noche rodé hasta el suelo desde mi
litera. ¡No es para mi una alegría tener un golpe en un viaje! Alquilé otra
cabina por el resto del paseo, pero recuerdo con cariño, algunas imágenes de
las Islas: Santorini, Patmos, Mykonos, Creta y Rodas entre otras. Poco tiempo
para tanta belleza.
En una de las Islas, nos dejaron abandonadas en el lugar de encuentro.
Eran tres minutos pasada la hora de la estricta rusa que nos guiaba. ¿Cómo
llegar al barco? Con mi idioma italiano (Gracias profesores de italiano de mi
escuela) me comuniqué con el chofer de un taxi que aceptó llevarnos a mi
hermana y a mi, hasta el crucero; pero antes debía dejar un “yanqui” en un
hotel. Ya veía yo que nos cobraría una fortuna…y sí, fue así, pero llegamos a
tiempo de que cerraran la entrada al crucero y casi nos ponen una multa. A
partir de ese día nos trataron tan mal en el bote que rogábamos llegar a Atenas
y salir del encierro. ¡No hay libertad en esos transportes!
Una de las cosas más interesantes que viví fue ver las estaciones de
metro que recién habían socavado; en cada rincón bajo tierra debieron detenerse
para sacar obras de arte y restos arqueológicos. Cada uno de los ingresos y
egresos tiene un mini museo con esas maravillas, con cientos y miles de años,
son porciones de viviendas, templos y estatuas, pero dejan pensando en esa
cultura que sirvió tanto a la humanidad y a la filosofía. Era muy simpático ver
los popes (sacerdotes) ortodoxos, mirando los enormes televisores en cada
estación, con sus largas barbas, atuendos religiosos y percibir su ingenuidad
frente al mundo caótico de la ciudad cosmopolita.
Los templos ortodoxos cristianos son de una belleza inexplicable. Cuando
uno ingresa sólo se oye música y cánticos gregorianos muy suaves.
Permanentemente hay humo de incienso que penetra hasta el alma. Las lámparas
son de una exquisitez inenarrable, y las hay por docenas en cada templo, el
espíritu se transporta al Altísimo. Y yo sentí estar cerca de Dios.
En una de las Islas, nos llevaron a lomo de burro por un sendero angosto
hasta encontrar unas señoras que hacen labores en lino, bordados con cintas y
de una delicadeza, que da deseo de traer todo, lástima que se tiene que viajar
ligera de peso y el lino, pesa demasiado. Bellos los pollinos que me
trasladaron a la época de Jesús.
Los griegos son alegres y les gusta bailar, recordemos la película
“Zorba, el griego”, bueno, su música suena en las calles, bares y mesones como
un himno a la alegría de sus habitantes y por qué no decirlo, de todos los que
llegamos a sus hermosos paisajes y teatros de los grandes filósofos. Tanto
estudiamos sus historias que nos sentimos pertenecer. Tal vez los jóvenes
griegos no saben lo que algunos extranjeros admiramos sus epopeyas con los
“espartanos y atenienses”.
¿Sabrán lo que han transformado el mundo los filósofos que se reunían en
el “Ágora” solo para meditar y dialogar? El teatro que aun se representa,
"agiornados" pero con los mismos mitos y narraciones. No lo creo.
Viven la realidad de hoy, del siglo XXI.
Grecia sigue siendo una gran nación.
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