jueves, 25 de enero de 2024

OLORES FUERTES

 

            Observé un largo tiempo, insegura por dejarla sola. Estaba bañada en sudor. Ardía de fiebre y deliraba. Cerca de nuestra casa había caído un rayo con la fuerte tormenta que arreciaba en el campo. A varias leguas a la redonda no se oía sino el ruido de los rayos y el brillo mañoso de las nubes que chocaban enojadas con la tierra.

            Tal vez, lejos de casa había otro tipo de guerra, una real, con bombas y obuses, minas y bayonetas caladas. Pero acá en la estancia, la guerra la peleábamos con la salud de Elinor. Entré en la habitación y el fuerte perfume que despedía el extraño emplasto que le había colocado en el pecho la vieja “Palmita”, que nos ha criado desde que éramos pequeñas ya que mamá se dedica a ayudar a papá y al abuelo con la cría de animales; fue como un golpe rudo en mi pobre nariz. La lluvia parecía que deseaba desenterrar árboles y casas. El galpón cimbraba o roncaba, según la furia del viento. A lo lejos se podía ver el bosquecito de paltas y guayabas, que era arrancado de cuajo y volaba por el aire en remolino para estrellarse contra las paredes enormes de silo.

            Elinor jadeaba. Su pecho silbaba como el fuelle del viejo armonio de la iglesia anglicana del sur. Ni mamá ni el abuelo podrían regresar del pueblo donde estarían refugiados. Habían ido a depositar cierto dinero de la venta del trigo que gracias a Dios se pudo cosechar antes de esta tormenta.

            Se sintió un olor extraño que venía por los pocos espacios que quedaban libres entre los grandes ventanales que el viejo Isidro con su muchacho, el “Cabezón” habían tapado firmemente con placas de madera. Me acerqué a una hendija para espiar y vi que un rayo estaba quemando el enorme árbol de encina que adornaba la entrada de la casa. Ese era el olor. Un terror me asomó en la cara y la buena “Palmita” me dijo sin dificultad: ¡Mi niña ni que vieras a la “marimanta” justo aquí!

            No creo que un fantasma como la marimanta me asustaría tanto Palma, hay un incendio cerquita de casa. Espero que cese con la lluvia.

            El susto no nos lo va a quitar nada. Le tengo terror al fuego y ustedes lo saben, desde aquella vez que me acerqué tanto a la chimenea que se me prendió la falda de seda celeste. Elinor me miró con unos ojos abiertos que me produjo espanto. ¿Mi árbol preferido se está quemando? No te preocupes, le dije, tu frente está más caliente que tu árbol. Se quedó callada y mustia. Palma le puso paños fríos en las sienes y le mojó la ropa de cama. Eso le bajó el calor corporal. Sentimos el aldabón de la puerta e Isidro salió para abrir. El viento que entró llenó la casa de un olor fuerte a leña verde quemada.

            ¡Tranquilas dijo papá ya ha amainado la tormenta! El árbol se secará y pondremos uno nuevo, pero un poco más lejos de casa. ¡Por precaución! ¿Cómo está Elinor? Todos nos miramos… ella parada junto a Palma, se abanicaba tratando de sofocar el enorme calor que sentía. Mamá nos dijo: ¡Chicas esto, como la tormenta también pasará! Y abrazamos al abuelo que solo señalaba su botella de scotch y con seriedad comenzó a rellenar la vieja pipa con olor a chocolate.

 

 

LOS MARCADOS

 

            Mis manos vuelven a sangrar y me duelen. Mis labios cuarteados por el frío tiemblan y el aire huele a azufre. Las cenizas vuelan por todos los rincones. Algunas encendidas aun, y de una manera lenta, parecen como luciérnagas enceguecidas en la noche que corre para cubrirnos el miedo.

            El cielo está tan rojo que parece hermoso. Es como esos cuadros que solíamos admirar en París cuando fuimos al museo de Orsay. Las nubes se van poniendo negras y un pudor eléctrico nos hace unirnos cuerpo a cuerpo en el suelo áspero que ha quedado depredado con las granadas que echaron los “Otros”.  Hay restos de casas en llamas, vuelan de ventanales rotos unas cortinas que parecen los velos de las novias en los templos.

            Fulvio y Darío, se han animado. Se han parado y van a ir caminando por la vieja calle por donde vehículos volteados y rotos parecen monstruos fatigados. Regresan pálidos y aturdidos. ¡Hay cadáveres por todos lados! Corre la sangre por las orillas de las veredas. Todo está destruido. Se sienten los sollozos de algunas personas que como nosotros se refugiaron en los subtes. Hasta los perros han caído en tierra. Darío vio un gato subido a una ventana que chicoteaba con el viento.

            ¡Todo esto por una libertad que desconocemos! Si al nacer nos pusieron un chip y ya saben donde encontrarnos.

            León, Dafne y Rita, aunque se oculten bajo ese montón de escombros las van a encontrar. Los Otros son los Jefes y nosotros ya vinimos con La Marca.

            Mejor no sentamos y comencemos a orar como nos enseñaron los venerados ancianos. Pronto llegarán y seremos como ellos quieren, esclavos para trabajar para sus necesidades primarias.

            ¡Triste destino del siglo XXV!  Antes la gente no tenía el chip y era verdaderamente libre. Eso me contaron mis ancestros.

            ¡Allí vienen por nosotros! Adiós amigos míos.

 

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