Estaba cerca de su muerte. No teníamos una relación muy cálida ni próxima. Casi, por obra de los relatos nada ingenuos de mamá, yo no lo apreciaba. Lo respetaba, por eso de “honrarás a tus mayores” inscripto casi a fuego por mi padre. Y la realidad me obligó a cuidarlo en el sanatorio, donde, desde hacía varios días, estaba internado. Mi madre nunca pudo quedarse a cuidar enfermos en su lecho, exceptuando a papá, a quien amaba por opción.
La noche había puesto un tul ceniciento entre las camas de los otros internados, que apenas murmuraban algún requerimiento a sus otros veladores. Así, comenzó en voz monótona a decirme algunas cosas.
Sabes, yo vine muy chiquito de Italia. Mi mamá era pequeñita y con catorce años, la casaron con mi papá, casi sin conocerlo. ¡Pobre, ella era de buena familia! Él, no era un simple peluquero de pueblo. Sufrió mucho. Yo, a los seis años, me dejaron en la casa de un “sarto” (sastre) para que aprendiera el oficio. Como era tan pequeño, me subían sobre la mesa y me sentaban en una banquito para que pudiera coser. Con luz de vela. Otras veces, con luz de kerosene. En realidad, con mis 94 años, he visto todas las formas de luces de la historia. ¿Cómo serán las del futuro?- se quedó callado, como recordando su niñez. Al rato abrió los ojos y me tomó la mano- Durante trece años sólo comí todos los días...garbanzos hervidos. Por eso los odio, nunca le dije a nadie esto, pero me estoy muriendo y alguien tiene que saberlo, qué mejor que vos, que sos mi nieta más chica. Mi mamá nunca lo supo, yo el decía que me daban pollo y carne, pero era para que no llorara. Ella siempre lloraba recordando su “paese” y a su familia que no volvió a ver jamás. No sabía leer ni escribir. Después ya sabiendo coser, me dejaron volver con ella y salía al alba para el taller y volvía de noche. Sin embargo, tengo buena vista.- yo había descubierto que no sabía leer. Se sentaba con el diario, pero sólo miraba las figuras y comentaba, por experiencia y por lo que decían en la radio, lo que pasaba. Seguro que le daba vergüenza que supiéramos que no sabía leer ni escribir. Pero tenía manos de oro para la costura. Era un verdadero Sastre Italiano, un caballero. Hacía los mejores chaqués y frac de todo Rosario, en Santa fe. Era famoso porque hacía los ojales con seda y pelo de mujer, que nunca se desarmaban por el uso. ¡Era otra época!
Sabes nena, yo cuando era chico, nunca tuve
un juguete. Me hacía con los carozos de cereza o durazno, unos silbatitos que
daban un sonido agudo y así me comunicaba con mis siete hermanos. Además con
maderitas me armaba carritos. Cuando era pequeño, viajábamos de a pie, cuando
los domingos, después de misa algún conocido siciliano, lo invitaban a mi papá
a comer la pasta. Era una fiesta y volvíamos tan cansados. Un día mi papá, que
era alto, se cayó con un ataque y a los dos días se murió. Fue terrible. Mi
mamá no sabía qué hacer. Debe haber sufrido mucho la viejita. Al final, conocí todos los medios de
transporte. Desde el burro y el caballo, hasta el automóvil, el tren, el avión
y por la televisión, vine a ver la llegada del hombre a
Nunca voy a saber si era bueno o malo. Siento mucha pena por él. Tal vez si alguna vez nos reencontramos pueda decirle que lo quería un poco. Que lo respetaba y que admiraba su don, el de coser tan bien.
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