Leyendo sentada en un
café de capital, de pronto se me presentó un hombre. Su gabardina no era de
este tiempo, su rostro, apenas se veía por el sopor de la hora. Las siete en
punto. El reloj de carillón del viejo bar, sonaba. Mi corazón apelaba a la
locura. ¡Un compadrito! No podía creerlo. Había salido de las páginas de
Borges.
Me miró con rústica
sonrisa y sin sacarse el chambergo, apenas pronunció su nombre. Soy Ulpiano
Suárez. Se inclinó sobre la mesa y buscó apurado entre las hojas del Aleph su
nombre. Lo marcó. (¡Claro que yo cuando leo pongo comentarios en tinta en el
borde de las hojas, subrayo lo que me gusta…!) Y él, estaba muy enojado. Mire
dama, me han usado el nombre a mil kilómetros de aquí. Hay otro Ulpiano Suárez,
sepa. No me gusta. Hay un solo hombre como yo. Y la memoria de mi cuchillo y mi
vida sólo los quiero en las hojas amarillas de ese libro. ¡Es Mi memoria!
La muerte merodeaba por
Balbanera cuando Borges se cruzó conmigo en ese libro. Y yo no supe quién era y
me perdí en sus hojas hasta que me leyó la gente en ese libro. Me han
despreciado, me han dejado desnudo de historia y de hombría. Soy una sombra.
Febril y malhumorado. Fui el “capanga” de Azevedo Bandeira en la otra orilla.
¿Me mataron por
codicioso y ladino? O por guapo y arriesgado. Se reía.
Lo miré asombrada. El
café estaba frío y el mozo, me miraba sonriendo. ¿Vino el loco? Me dijo. Viene
siempre que ve a alguien leer ese libro que usted tiene. Pelea y desaparece
entre los cuadros viejos que hay con fotos en las paredes de este bar.
Me erguí y comencé a
observar las amarillentas fotos con firmas de artistas conocidos. Había de
“Pichuco”, de “Tita Merello y Sandrini”, de “Ringo Bonavena”, de “Gardel” y por
supuesto de Borges. Y según me comentó el mozo, viejo encorvado y cejijunto de
gran bigote, otros que se habían robado con el tiempo. Algunos sucios con caca
de moscas y chorreados de espera. Porque allí esperan ser mirados y admirados
por un público indiferente e ignorante, al que nada le importa la cultura…
Me trajo otro café.
Caliente y perfumado. Y como autómata le eché azúcar sin mirar a los otros
parroquianos. El corazón me ametrallaba preguntas incontables. La piedad se
mezclaba con el miedo. ¿Quién soy yo, para que venga un “Compadrito tan efímero
y tan viejo”?
Se abrió la pesada
puerta de vidrio y un rayo de luz iluminó el café. Detrás venía un hombre. Un
moderno alfeñique que tenía tatuado en un brazo la cara de Gardel. Sostuve su
mirada mientras se sentaba en la mesa detrás de la mía. Sus aros brillaban con
la poca luz del bar. Tenía en las orejas el sempiterno cable del celular. No
oía a nadie. Estaba imbuido de ruidos cavernarios. ¡Eso es la música hoy! Me
distraje de mi libro nuevamente. Él, había sacado el Aleph de su mochila. Manoseadas
la páginas ocres y marrones. ¿Ese libro leído por un rufián cableado? Caray, me
dije, éste sí que me sorprende.
Y apareció de nuevo el
“compadrito” y se peleó como es su costumbre de matón de Balbanera. Sacó el
cuchillo e intentó ensartarlo en el pecho del muchacho. Pero pegaba en vano, su
hoja afilada y asesina, se deshacía en cuanto intentaba clavarla en el cuerpo
del parroquiano.
Pagué los café y salí
del bar. Caminé por la calle empedrada de rumores porteños, de gritos de
mujeres y de niños que salían por las viejas ventanas. Las paredes llenas de
humedad, con grafittis, propagandas políticas antiguas y mucha mugre en las
veredas de los conventillos y las casas nuevas que crecen como hongos en todo
Buenos Aires. Alcancé a subirme a un “Bondi” y llegar por avenida Belgrano
hasta calle
Tal vez, Ulpiano Suárez
atropelle a otro lector en algún café de una esquina. Que el libro camine entre
las manos inquietas de ávidos lectores de un Grande… que no quede tirado en una
alcantarilla y viaje por los profundos laberintos
cloacales de la ciudad enferma.
¿Dónde estará Ulpiano
Suárez, me pregunté? El otro, el que tanto enoja a la sombra de las páginas del
magnífico libro. ¿Será el “Hombre Duplicado” de José Saramago? O simplemente es mi mente que insiste en
buscar fantasmas en los antiguos espacios de cultura que resisten. Yo, seguiré
investigando. Y resistiendo a la mediocridad que nos está abrazando.
Le regalo una rosa al que me diga si conoce al hombre que se
robó ese nombre.
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