lunes, 1 de enero de 2024

PASEANDO POR BALBANERA

 


            Leyendo sentada en un café de capital, de pronto se me presentó un hombre. Su gabardina no era de este tiempo, su rostro, apenas se veía por el sopor de la hora. Las siete en punto. El reloj de carillón del viejo bar, sonaba. Mi corazón apelaba a la locura. ¡Un compadrito! No podía creerlo. Había salido de las páginas de Borges.

            Me miró con rústica sonrisa y sin sacarse el chambergo, apenas pronunció su nombre. Soy Ulpiano Suárez. Se inclinó sobre la mesa y buscó apurado entre las hojas del Aleph su nombre. Lo marcó. (¡Claro que yo cuando leo pongo comentarios en tinta en el borde de las hojas, subrayo lo que me gusta…!) Y él, estaba muy enojado. Mire dama, me han usado el nombre a mil kilómetros de aquí. Hay otro Ulpiano Suárez, sepa. No me gusta. Hay un solo hombre como yo. Y la memoria de mi cuchillo y mi vida sólo los quiero en las hojas amarillas de ese libro. ¡Es Mi memoria!

            La muerte merodeaba por Balbanera cuando Borges se cruzó conmigo en ese libro. Y yo no supe quién era y me perdí en sus hojas hasta que me leyó la gente en ese libro. Me han despreciado, me han dejado desnudo de historia y de hombría. Soy una sombra. Febril y malhumorado. Fui el “capanga” de Azevedo Bandeira en la otra orilla.

            ¿Me mataron por codicioso y ladino? O por guapo y arriesgado. Se reía.

            Lo miré asombrada. El café estaba frío y el mozo, me miraba sonriendo. ¿Vino el loco? Me dijo. Viene siempre que ve a alguien leer ese libro que usted tiene. Pelea y desaparece entre los cuadros viejos que hay con fotos en las paredes de este bar.

            Me erguí y comencé a observar las amarillentas fotos con firmas de artistas conocidos. Había de “Pichuco”, de “Tita Merello y Sandrini”, de “Ringo Bonavena”, de “Gardel” y por supuesto de Borges. Y según me comentó el mozo, viejo encorvado y cejijunto de gran bigote, otros que se habían robado con el tiempo. Algunos sucios con caca de moscas y chorreados de espera. Porque allí esperan ser mirados y admirados por un público indiferente e ignorante, al que nada le importa la cultura…

            Me trajo otro café. Caliente y perfumado. Y como autómata le eché azúcar sin mirar a los otros parroquianos. El corazón me ametrallaba preguntas incontables. La piedad se mezclaba con el miedo. ¿Quién soy yo, para que venga un “Compadrito tan efímero y tan viejo”?

            Se abrió la pesada puerta de vidrio y un rayo de luz iluminó el café. Detrás venía un hombre. Un moderno alfeñique que tenía tatuado en un brazo la cara de Gardel. Sostuve su mirada mientras se sentaba en la mesa detrás de la mía. Sus aros brillaban con la poca luz del bar. Tenía en las orejas el sempiterno cable del celular. No oía a nadie. Estaba imbuido de ruidos cavernarios. ¡Eso es la música hoy! Me distraje de mi libro nuevamente. Él, había sacado el Aleph de su mochila. Manoseadas la páginas ocres y marrones. ¿Ese libro leído por un rufián cableado? Caray, me dije, éste sí que me sorprende.

            Y apareció de nuevo el “compadrito” y se peleó como es su costumbre de matón de Balbanera. Sacó el cuchillo e intentó ensartarlo en el pecho del muchacho. Pero pegaba en vano, su hoja afilada y asesina, se deshacía en cuanto intentaba clavarla en el cuerpo del parroquiano.

            Pagué los café y salí del bar. Caminé por la calle empedrada de rumores porteños, de gritos de mujeres y de niños que salían por las viejas ventanas. Las paredes llenas de humedad, con grafittis, propagandas políticas antiguas y mucha mugre en las veredas de los conventillos y las casas nuevas que crecen como hongos en todo Buenos Aires. Alcancé a subirme a un “Bondi” y llegar por avenida Belgrano hasta calle La Plata. Me bajé sin darme cuenta que en el asiento estaba mi querido libro de Borges.

            Tal vez, Ulpiano Suárez atropelle a otro lector en algún café de una esquina. Que el libro camine entre las manos inquietas de ávidos lectores de un Grande… que no quede tirado en una alcantarilla y viaje por los profundos  laberintos cloacales de la ciudad enferma.

            ¿Dónde estará Ulpiano Suárez, me pregunté? El otro, el que tanto enoja a la sombra de las páginas del magnífico libro. ¿Será el “Hombre Duplicado” de José Saramago?  O simplemente es mi mente que insiste en buscar fantasmas en los antiguos espacios de cultura que resisten. Yo, seguiré investigando. Y resistiendo a la mediocridad que nos está abrazando.

            Le regalo una rosa  al que me diga si conoce al hombre que se robó ese nombre.

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