lunes, 15 de enero de 2024

LOS BUTACONES INUSABLES


            Uno tras otra las butacas del teatro se alineaban despobladas. Un resplandor sutil, conjugaba soledad con silencio. Había rumores lejanos. Voces que era imposible decodificar, ruidos de golpeteo de zapatillas de punta, que las novatas sufrían sangrando. Cada tarde solían acercarse sumisas, para suspirar frente a la boca del plató.

¡Ringa, no te sientes allí! ¡Esa es la butaca de Fedora Stenka! Recuerda sus largas piernas hábiles para desentrañar los pasos más difíciles que inventaba el maestro Romanensky. La piel de sus manos, como alas de aves en vuelo hacia occidente, atravesaba el aire soltando trinos plateados. Palabra prohibida. Libertad. Eso la llevó, gracias a una delatora, a Teblinka, a las minas de carbón donde se fue apagando en un dolor mezquino, negro, azulado. No era rebelde, sí algo extraña para esa época difícil.

Mi memoria la sigue en “El Lago de los Cisnes” vestida de negro junto al príncipe enamorado. Me parece sentir aún el aullido de la gente cuando se agachó a saludar. Hasta el recién nombrado Comisario del Partido se paró para aplaudirlos. Pero a ella, le mandó luego, un ramo de rosas rojas que devolvió rabiosa. Dicen que en Teblinka solía bailar entre la nieve. La adoraban, pero los pulmones le jugaron una mala pasada.

¡Ringa, no te sientes en esa butaca! ¡Esa es la que usa Svetlana Ronsya, ese monstruo sagrado que logró sostenerse varios segundos en el aire! Si pones un tanto de atención, verás que le ganó en ardor a Ninjinsky. Fue un dios pagano en el escenario bailando Tchaikosky. Muy rudo y lejano, su voz casi era desconocida. Pero, cometió el error de criticar al consejo en la etapa de academia, y eso que llegó casi siendo un niño desde la ciudad más pequeña de Ucrania. Logró abrir de boca a los grandes maestros. No cerró la suya.

Su cuerpo parecía engendrado por el gran Fidias o Leonardo Da Vinci. Envuelto en las mallas sus músculos eran cables de acero y seda. Saltaba hasta tocar las nubes con sus dedos y los pies desnudos se transformaban en espadas de alabastro. Svetlana era un chico muy solitario. Triste, diría yo. Cada movimiento fuera del teatro parecían pasos de un gallo de riña. El pelo casi blanco, ¡tan rubio era!, le caía sobre la frente cuando caminaba pensando en lo que haría en el próximo ensayo. Era un Fauno erguido frente a la multitud ruidosa. Lástima que habló. Fue torpe lo que dijo y pasó derecho hasta la estepa helada de Siberia. Se lo comió el vodka. Fue un pájaro herido de muerte. ¡Por eso no te sientes en su silla!

            ¿Ringa, te quieres sentar ahora en la butaca de Ninna Shoronskaya? Eres demente. La frente sudada entre bambalinas, hacía sufrir a los maestros, hasta llegar al éxtasis en medio de “Giselle”. Todos creían que se desmayaría antes de mover un pie, y sabes, la llevaron a países de occidente.

A su regreso cometió el pecado de relatar cómo se vivía en otros lugares fuera de nuestra patria. Sirvió a la causa a expensas de su salud y terminó en un hospital de alienados en Stalingrado. Cuenta su madre que, en las noches de pleno invierno, se desnudaba y bailaba bajo la luz pálida de las farolas de los patios helados.

La pobre mujer ingresaba haciéndose pasar por demente y le fregaba el cuerpo con vodka o vino que conseguía en el mercado negro. Pero no logró sobrevivir. Tenía sólo veinte años cuando partió al paraíso. Ese que ella nombraba creyendo que volvería si viajaba danzando por los teatros del planeta.

 No quieras sentarte en esta fila. Tu lugar es atrás. En la tercer hilera y en la butaca número trece. Esa es la tuya, cuando regreses del Archipiélago Gulasch. Ahora deja que los viejos fantasmas del teatro disfruten mirando “El Quijote de la Mancha”, lo interpreta un muchacho hermoso, se llama Nureyev y hace poquísimo tiempo regresó de Italia. Él pudo conocer otro mundo, mas el HIV lo regresó a casa.

            Sabes, Ringa, me encantó cómo desplegaste los brazos cuando bailaste “Copellia”. Tu cuerpo parecía de porcelana y tus ojos de cielo turquesa.

¿Por qué te animaste a ir a esa manifestación contra la nueva enfermedad? ¿Acaso tú, como mujer, creías que te podía afectar? Siempre los jóvenes proclamando desprecio por la vida que impone el estado, nunca va a cambiar nada, así son las cosas. Cuando en el 17 yo salí a la calle me dieron tantos palos que nunca más pude bailar en el Bolshoy y tú pretendes arreglar esto ahora. No, querida es imposible.

La ingenuidad ha llenado este teatro de fantasmas. Ven siéntate ahora en la butaca que te corresponde. Otros están en fila y esperan su turno. Todos jóvenes y crédulos. Tal vez algo mejore un día, pero falta tiempo aún. ¿No lo sabes? Ringa ven, siéntate junto a mí y cuéntame qué fue de ti en esa tundra helada. No puedo calentarte las manos, ponte estos mitones verdes.  

 

Los nombres de artistas son imaginarios, exceptuando el de Ninjinsky y Nureyev.


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