En la tienda de Israel
Blisman se colocó un cartelito que decía: “Se necesita sombrerera”. Pronto fue necesario
sacarlo. Llegó hasta allí, una muchacha frágil, de nombre María de
Una tarde sonó la
campanilla del cancel y asomó la enorme nariz un joven. Era Moisés Swoulesk,
sobrino del dueño de casa. Los enormes ojos azules de Moisés, penetraron los
dos puntitos marrones de la muchacha y se desplazaron airosos en su alma. La carraspera
furibunda de Israel, interrumpió el descascarado contacto de miradas. Moisés
comenzó a saludar mientras se sacaba la kipá y se acomodaba los peiots entre
las orejas, que llenas de sabañones, parecían dos floreros. María de
A las ocho y media de la
tarde, la sombrerera se colocó el suyo, el abrigo y se envolvió las manos en
los guantes verdes. Sacando de su bolsillo unas monedas salió, saludó
brevemente y cruzó la calle. La parada del tranvía estaba casi en el frente de
la vidriera del negocio. Se apostó al lado de la gente, que como ella, esperaba.
Subió saludando al boletero, conocido ya, que le dijo un piropo. Junto a ella,
casi inadvertido, ascendió Moisés, quien a empujones, buscó sentarse junto a
ella. La sorpresa fue mayúscula para María de
Caminaron hasta la verja
y él, abrió la portezuela dando paso a su esperanza. Ella, trémula, puso la
llave en la cerradura y sintió que dentro de su casa, se crearía un escándalo.
Su padre leía “
Cuando llegó al negocio,
al día siguiente, el patrón la miró esquivo y no esperó comentarios. Moisés no
volvió nunca. Ella esperó. La señora Rebeca le contó el secreto; le dijo, que
después de aquel día, a él, lo habían obligado a viajar a Buenos Aires. Se
había casado con una muchacha de Villa Crespo, heredera de una gran fábrica a
la que lo obligaron a desposar.
Los años para ambos
fueron atravesando sus historias personales. Interesantes para él. Apenas
relatables para ella. Un sin fin negocios y vivencias diferenciaron sus vidas.
Él, creó un pequeño imperio económico. Una familia obediente y llena de viajes
por el mundo, que llenaban de alegría el rostro del hombre padre. Su bella casa
en donde se festejaban los recuerdos, Bart Mitz Bat y Años Nuevos; brillaba con
el color de una familia con esperanzas en la inteligencia de los hijos que llegaron
a completar las expectativas de los ancianos abuelos.
María de
Cuando Moisés camina por la calle Canning o cierra algún
negocio difícil, saca y acaricia un pequeño y horroroso guante de lana verde
brillante. Recuerda a la bella cristiana que iluminó su juventud y el sueño de
un amor verdadero.
Ella en el corpiño tiene una pequeña kipá con una dorada
estrella descolorida. Y cubre sus canas con el viejo sombrerito negro de topé,
que él le sacó una noche, antes de darle el único beso de amor, que recibió de
un hombre.
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