lunes, 25 de septiembre de 2017

CUENTO CORTO

PICARDÍA

Era tan astuto que se burlaba de todos. Él, sabía la debilidad de cada uno y se dedicaba a aprovecharse de los vecinos y parientes. A uno le pedía prestado el auto, así no gastaba en combustible, al otro le caía a comer siempre a la hora del medio día y a otros le “tiraba la manga” como se decía en la jerga de la cancha. Le debía una vela a cada santo.
Cuando iba al café del centro se equivocaba de sombrero y se llevaba el mejor, luego cambiaba el sobretodo de la percha en la peluquería y así un día se equivocó mal.
Se alzó con un cardigan muy fino y cuando llegó a la casa se dio cuenta que algo pesado llevaba en el bolsillo. Metió sin apuro la mano y… encontró una mano. ¡Sí, una mano cortada a cuchillo! En el otro bolsillo había un cuchillo afilado y con sangre seca.
Se desmayó. ¿Ahora qué iba a suceder? Seguro lo iban a seguir y lo matarían.
Se cambió de ropa, se puso el overol de la fábrica en la que trabajó hacía como siete años. Se afeitó el bigote y recortó el cabello como pudo. Se tomó el tranvía que hacía el trayecto al revés del que siempre tomaba.
Se bajó en pleno centro en los mejores edificios de oficinas de la ciudad. Entró a un banco. Subió al ascensor y se detuvo por el piso trece o catorce, cerró la puerta y lo dejó ir hacia abajo. Abrió un poco la puerta de reja y tiró el cuchillo.
Bajó por las escaleras.
Ingresó a un café pituco y se tomó un Fernet, de un trago. Pagó con billetes y salió. Entró en otro edificio, esta vez de oficinas de comerciantes mayorista y abogados. Hizo lo mismo, pero allí tiró la mano.
El taxi que tomó lo llevó a Retiro. Allí se subió al tren y se bajó en la primera parada. Subió a un ómnibus y partió para su casa. En el tren dejó el cardigan olvidado en un asiento.
Al día siguiente en Crónica apareció la foto de un pobre diablo que fue asesinado por robar un cardigan en el tren y al portero del edificio que encontró el cuchillo lo encontraron flotando por el Riachuelo. Nunca supo si habían encontrado la mano. Por las dudas dejó de hacer picardías. 


POESÍA, SIMPLE EXPRESIÓN DEL ALMA

Muerte en una calle cualquiera.

Mi boca los pronuncia con sellos de colores.
Rojos, negros y cinabrios.
Mi brazo abarca el árbol de sus sueños
y busco un universo de estrellas en las sombras.
Cabalgo entre nubes de  tormenta
rayos de mil sonidos rugen a mi lado.

El oráculo en sombras no favorece la espera.
Dice una estrofa de penitentes que yacen perdidos.

Me duele la distancia. El miedo que comprime la paz,
Me duele. Habla el oráculo con siniestro futuro.
No deseo ir al desierto de oriente
Quiero huir, escapar a la noche fría de esta historia.
Penitente e insomne. Estallido de voces. Gritos.
Esperaré la aurora sin hablar,
con la garganta seca, las palmas agrietadas

acariciando la cruz y la nostalgia 

ARTE EN EL MUSEO DE NEW YORK




CUENTO CORTO

LA TAZA DE TÉ INGLÉS

María Fernanda sirvió el té justo a las cinco con aire de hija de buen inglés. Sonrió casi como si fuera un ángel. La anciana la miraba con los ojos entrecerrados. Las cataratas le impedían ver nítida la figura de su ahijada.
Era la única que la cuidaba. Ni bien ni mal, sólo con una irónica sonrisa que desparramaba con silencio sobre los hermosos muebles antiguos y los adornos de porcelana.
Nunca pudo tocar nada, excepto los utensilios de uso diario. Ella compraba con su dinero el azúcar y el té, las galletas y manzanas que la anciana comía cada noche antes de que la acostara. Las sábanas de lino bordadas por las monjas de clausura en tiempos lejanos parecían de papel de seda, gastadas pero limpias y perfumadas.
Del jardín cortaba algunas rosas y las ponía en un recipiente junto al lecho. Le peinaba la trenza y la acariciaba. Casi era un ángel. Lástima que en el té le ponía una gotita de arsénico que iba debilitando lentamente a la vieja. El gato ronroneaba junto a los almohadones mientras se iba durmiendo. Tardó un tiempo largo en hacerle efecto el brebaje.
La muy dulce María Fernanda, esperó con paciencia. La casa con todas sus fabulosas posesiones lo valían.



CUENTO MUY CORTO

NARCISO

Lo seguí por el callejón como a lagartija de siesta en verano. Se escabullía y se escondía entre las ramas que caían en el zanjón de sauces viejos.
No podía atraparlo. Era malo. Tan malo como puede ser un chico criado sin familia conocida. Una vieja abuela que le gritaba casi siempre para que se bañara y durmiera como un buen cristiano.
Cuando lo atrapé, se mojó los dedos mugrientos con los mocos y me pasó por la cara. ¡Qué asco! Pero no me dejé aventajar. Le dije: -Narciso tu costumbre de echarle kerosene a los gatos silvestres y luego incendiarlos es una porquería.
¡Callate negra de mierda! No sos nadie para decirme qué tengo que hacer.
Pero yo insistí. Sos malo y eso que hacés es criminal.
-¡No, cuando salen esas bolas de fuego me hacen sentir como un dios cuando hizo el sol!

Y me tiró un cascotazo que me dio en el pecho y caí desmayada. Se fue y no regresó hasta hoy que vi un gato en llamas correr entre los viñedos.

MIL POEMAS A RUBEN DARÍO-CHILE

Rubén Darío

Yace sobre la banca un tarro de miel desparramado

Un otoño amarillo- anaranjado que alarga las promesas

En un rincón se arremolinan las hojas desgajadas

Volcadas en lodo caliente de una primavera que huye

Es mañana. Es la nueva letanía de sol frío, distante

Es un jolgorio de voces que murmuran un cántico coral

Es la meta de un febrero distante, somnoliento y dorado

Una mano aferrada a la gloria de plata del poeta perdido

Quién dejará su voz escondida en las páginas de un libro

Que nadie deshoja, que nadie recita, ni murmura… Darío

Un poeta de cielos, de tempestades y sueños. Reverencia

Despedida de otrora único y verdadero genio del amor

En versos que transpiran su delirio de azucenas y rosas

Su destino de mares y caracolas de nácar como orquídeas

Caminante de territorios nuevos que derrochan destino


Para un poeta perdido en las noches de veranos calientes.

DE TRENES, HOMBRES Y OTROS DICHOS

TRABAJANDO EN LAS VÍAS

El punto rojo del cigarrillo se destacaba en la oscuridad. El vapor que salía de la locomotora parecía un fantasma socorriendo a los vivos. Sólo un muerto, puede dar esa sensación de humareda vaporosa y frágil.
Los chirridos de las ruedas sobre los rieles aquejaban los oídos, a pesar de ya haber perdido casi toda la capacidad de escuchar de los hombres de ese rincón de los trenes.
Con tanto humo seguían fumando para apaciguar la soledad. El miedo de perder un miembro cuando se movía un vagón o se caía una de las pesadas ruedas o ejes del tren que arreglaban. No se podían distraer. Para evitar la muerte o quedar como el Ramón Oviedo, en una silla que le fabricaron los compañeros en los talleres.
El olor del cigarro los concentraba en su mundo. Los trenes.
Deoclesio se limpió con estopa la grasa y sacudió el pantalón con tanta fuerza que sin darse cuenta dejó manchas de sangre en su trasero. Tenía agrietadas las palmas por el duro esfuerzo. No sentía dolor. Era como una queja de su cuerpo eso de andar dejando huellas rojas en la ropa. Un día alguien al pasar le comentó que parecían flores las manchas. ¡Qué coraje! Flores… esos pedacitos de piel que se iban quedando dormidos en los rieles o en las herramientas.
Un sacudón lo sacó del embrujo, en el mismo instante comprendió que se había distraído y pudo ser “finado”. Y, ¿qué le pasaría a la Aurelia si el se marchaba como el vapor del tren? ¡Nada! O tal vez un poco más de miseria. Ya estamos acostumbrados.
El Florencio le pegó un grito, que apenas sobresalió del chasquido de los fuelles del viejo mamotreto que estaban reparando.
-¡Deoclesio, pase una pinza y la “francesa” que dejó en el banco del taller!- y se escabulló entre los maderos de la factoría haciendo un mutis con los alborotados sonidos que ya le atormentaban. Tomó las herramientas y miró con ganas la puerta de salida. Le faltaba como una hora para que sonara el silbato de final de trabajo.
- Acá tiene, masculló no la pierda como la semana pasada que después hay que pagarla.
El movimiento de los fierros les contagió una breve euforia. ¡Eran los mejores! Sacaban trenes de esas chatarras destruidas por el herrumbre y el carbón.
El agudo sonido de la sirena los reconfortó. Dejaron la máquina y guardaron las piezas y útiles para no tener que pagar de su magro salario. Pero Deoclesio no vio la maniobra de su compañero que escondía una de los instrumentos de más valor.
Al llegar a su casita, pequeña pero cuidada con esmero por su mujer, dejó su ropa de trabajo y dándose un baño, se acomodó en el sillón que desvencijado se adaptaba a su cuerpo. Tomó unos mates y escuchó unos tangos en la radio. Luego llegaron los hijos del centro donde trabajaban y cenaron; después, se fueron a terminar el colegio en la escuela parroquial. ¡Si no tienen un título, serán siempre como su padre, un obrero que gana poco y “labura” mucho!
Se quedó dormido en el sillón. Lo despertó una sirena aguda, no era la de la fábrica. Incendio en el conventillo de la vereda del sur. Salió para ver si podía ayudar, no le permitieron acercarse. Clavó la vista en el fuego y supo que el tren a vapor iba a desaparecer. Como no lo había pensado antes. ¿Qué trabajo haría él, si se terminaba el ferrocarril a carbón? Miró la alta columna de humo negro y suspiró. ¡Dios no permitas que se cierre el taller!
Pasaron unos años y sus hijos con su título a cuestas y con la clausura de los trenes a vapor, lo jubilaron. Ya no tenía que pelear con la grasa, ni el carbón ni el hollín, ahora podía conocer otra zona de su ciudad, ir con su “vieja” al cine de barrio y sentarse a tomar un café en el Bar Los Nombres del Amor” que estaba enfrente de la estación de trenes eléctricos. Descubrió que su compañero había robado tantas herramientas que se había organizado un taller de reparación de autos y de puro “macho” le colgó en la puerta una noche, un cartel que decía:¡Ladrón…! Y se armó un gran revuelo y él, lo disfrutó cuando llegó en un auto de la policía esposado. ¡”Chorro”! Tuvimos que pagar con nuestro sueldo las cosas que te “afanaste”. Y se fue riendo porque el Florencio lloraba cuando se lo llevaron a la comisaría.

Al final él, era el héroe de esa historia, se acomodó la medalla de oro, que le dieron por los cuarenta años al servicio de los ferrocarriles y que tenía su nombre: Deoclesio Martínez.

EFESO- TURQUÍA

 EN LA CARRETERA QUE LLEVA AL LUGAR DONDE SEGÚN LAS ESCRITURAS VIVIÓ MARÍA DE NAZARET, LA MADRE DE JESÚS, ANTES DE MORIR, ÉSTE LE DICE A SU MADRE: "MADRE HE  AHÍ A TU HIJO", SEÑALANDO A JUAN; Y A JUAN LE DICE:"JUAN HE AHÍ A TU MADRE". EL GOBIERNO TURCO ELEVÓ ESTA ESTATUA DE MARÍA. NOMBRADA EN UNA AZORA DEL CORÁN.
 LUGAR DONDE DICE LA TRADICIÓN BAUTIZABAN A LOS PRIMEROS CRISTIANOS EN EFESO Y EDIFICIOS QUE FUERON PARTE DE HOGARES DE PERSONAS DEL PAÍS.
FUENTE DEL QUE MANA AGUA CONSIDERADA SAGRADA POR LOS PEREGRINOS Y QUE SURGIÓ, SEGÚN LA TRADICIÓN PARA SEÑALAR EL LUGAR EXACTO DONDE VIVIÓ MARÍA Y JUAN.

DE MIL POEMAS PARA TERESA DE CALCUTA. CHILE

TERESA SANTA DE LOS POBRES

Puedes darme tus manos laboriosas y grises
Necesito me enseñes adentrarme en la vida
seco  tu rostro con fuertes cicatrices
que aumentan la sombra del dolor que reviertes.

Cuánta fuerza lograste con tu bondad Santa
Siendo tan pequeñita, tan austera y mordaz.
Es preciso  me enseñes a despojarme de objetos
que no son ni valiosos, necesarios o urgentes.

Tu vida toda en la extrema pobreza
abrazando los cuerpos moribundos y enfermos,
es preciso que aprenda a orar con los hechos,
mis manos lavando los pies de todos mis hermanos.

Socorriste a los débiles, los más pobres y solos
sin esperar que el mundo te llenara de oro
Apenas alimentabas  tu cuerpo pequeño
compartías los peces, multiplicabas panes y amor…
Ese fue tu sueño Santa Madre Teresa


DE TRASEGANDO HISTORIAS EN RITMO DE VINO

ENTRE RECUERDOS Y OLVIDOS

—Me toca a mí hoy, es difícil, pero lo cuido yo. Mañana que lo cuide el que pueda —dice la muchacha y se agacha frente al anciano que dormita en la silla de ruedas.
Un mechón de cabello canoso cae desprolijo sobre la cara del hombre. Las manos, largas y ajetreadas descansan deformes sobre los brazos del armatoste. Sólo en la noche lo ponen en la enorme cama con dosel y pintura desvaída que tuvo mejor memoria.
Con un movimiento brusco la atrapa. Los ojos celestes del viejo la observan y le mete la mano por debajo de la falda. Ella le da un golpe, grita.
—Abuelo, quieta la mano. Soy Eleonora, la hija de su hijastro Jurguens. Quieta la mano. Un poco de respeto. ¡Viejo zorro! ¡Bien que sabe, mujeriego, baboso!”  —la joven esquiva la mirada febril del viejo—. ¡No me busque…! ¡Seré como una fiera cuando le cambie los pañales o lo bañe! No soy su mujer —se sienta y comienza a depilarse con delicadeza la pierna.
Mañana es el día, la familia toda es un avispero. Buscaban para que represente al Club de Tiro en la Fiesta de la Vendimia de Junín a una joven bonita como ella. Es alta, de cabello negro y ojos celestes. Es esa perfecta mezcla de criollos y europeos que llegaron a poblar Mendoza. Una figura esbelta y grácil.
Ella es el sueño del pequeño paraje al que llegó después de rendir varias materias de su carrera de Relaciones Públicas. Eleonora ha sido protegida desde niña. Ahora su madre, mujer dedicada al cuidado de la finca, junto al marido y al anciano, sueña con ver a su hija mayor con la capa y la corona distrital. ¿Y por qué no departamental?
El viejo se sacude la modorra y la mira.
—Eres tan bella como mi primer esposa. La conocí en Marsella cuando escapaba, de país en país, buscando salvar mi vida. Yo tenía siete años, cuando se produjo la revolución y mi padre me puso en manos de unos extraños.
—Ya me lo contó mil veces, abuelo. Que su mamá murió frente a usted, que le cañoneaban la ciudad y degollaban a los campesinos que no se adherían a los revolucionarios.
¿Te conté cómo llegué a este país? ¿Por todo lo que pasé? —pregunta el anciano y enseguida dormita.
Eleonora se hunde en su recuerdo, en su infancia tranquila, pero llena de historias de guerra y metralla. Piensa qué haría ella si de pronto le destruyeran su casa, su familia, sus amigos y su país. Mira al abuelo. Apenada, le acomoda la colcha tejida con restos de lana multicolor, sobre las piernas. La mano rígida vuelve a tratar de subir por sus largas piernas enfundadas en una pollera de muselina. Usa una gastada remera con el dibujo de Mafalda. Lo esquiva. Se ríe y él, acompaña su risa con la boca desdentada y seca.
—¿Quiere un mate? —ofrece ella.
—No, usa mi samovar y prepara un buen té. Allá en Rusia, siempre había un samovar en cada casa. Aun en la más pobre. Y té caliente esperaba a cada campesino. Hacía mucho frío.  A veces hasta cuarenta grados bajo cero. Cuando papá me entregó a aquella gente, apenas me dio una cadena de oro y sus anillos. No tenía nada. Me los quitaron en cuanto salimos de la villa. Y se fueron. Quedé solo y me escondí en un carromato lleno de paja. Mis padres nunca supieron. Estaba solo como vos.
El sueño del viejo es más profundo. Eleonora observa que de los ojos dormidos, caen unas tenues lágrimas que se desparraman por la piel arrugada y se pierden en la boca entreabierta. Sin dientes parece una máscara lamentable.
A las siete, aparece su madre con las manos rojas y doloridas. Ha cosechado duraznos y los cajones se apilan en la tierra blanquecina. El desgastado delantal es un muestrario de los jugos dulces que emanan de la fruta. “Don Antenor vendrá dentro de media hora a buscar los cajones. Me baño y te ayudo. ¿Cómo se ha portado el viejo?”, dice y  sale sin esperar respuesta. La rutinaria vida es extrema y dura. La muchacha, comienza a preparase para la noche.
Se bañó, se sacó esa suerte de tiras de tela que le enrulan el pelo. Tiene el perfume dulzón de las manzanas convidado por el papel de los ruleros caseros. El cabello cae como cascada de fuego oscuro sobre su piel tostada por el sol. El cielo turquesa de su mirada, despliega historias de amor entre gente antigua. Tiene una mirada envolvente y labios sonrosados. Dos hoyuelos insinúan un frágil mohín aniñado.  Sobre la cama ha desplegado un vestido, del color de sus ojos, que espera abrazar la espléndida figura.
El anciano despierta. La mira.
—¿Ingrid o Hilse? Eres como una de ellas. Hermosas mujeres me calentaron la cama. Claro que sucedió mucho después que entré en el túnel negro del barco, donde me escondí en el carbón de los fogones. ¿Te conté que pasaron tres días y, muerto de sed, me mordí una vena? Mira todavía se ve la cicatriz. Lamía mi sangre para no morir de ansiedad, angustia y hambre.
Sí, abu, me lo contó mil veces. Cambie de historia, ya es muy vieja.
—¡Ustedes no entienden! La muerte me seguía por todos lados y  trataba de distraerla. La distraje hasta ahora. Suele venir a verme y le hago una pirueta y se aleja. ¡Por ahora! Se aleja por ahora. Pero viene, siempre viene. Te hablaba de Hilse. Una mujer bella, casi como tú. Alta, de piel casi azul, tan blanca y ojos celestes como los de mi hijo Iván. Murió en 1955. La polio.
—¿Quién?
—Mi hijo Iván. Eso dijo un médico. Hilse se atormentaba en la pena. Se fue. Me dejó. ¡Todos me dejan! ¿Y tú, Eleonora qué harás cuando te coronen reina?
¡Abuelo usted qué sabe?
Yo sé. Eres la más bonita de las muchachas. Verás, serás una reina y corearán tu nombre miles de personas allá en el parque.
—Vamos, viejo, no divague. Con suerte esta noche seré candidata al cetro de Junín
            —Serás la reina. Eleonora 1ª. Ya verás.
El viejo vuelve a su sueño errante y la muchacha se prepara. Ya pasada la hora del crepúsculo, sale con su esperanza hacia el círculo social.

Una muchedumbre se para a aplaudir a la hermosa joven que se desplaza por el escenario. Estallan los fuegos artificiales. Allá en la finca el anciano murmura “Ya lo sabía, mis amores, tú Ingrid, y tú Hilse me lo han dicho. Ella será la reina”. Y se sumerge en la profundidad de las sombras. 


viernes, 22 de septiembre de 2017

POESÍA, BELLA POESÍA

POEMAS                                                                                                    
Regálame tu nombre en un papel de seda.
Y besaré el recuerdo.
Te besaré en la noche cuando duermas.
Vivirás en mi almohada de luciérnagas
vivirás en mi techo y mis estrellas.
No volverás a oírme en la T.V. ni en la radio-reloj.
Seré como el fantasma de tus sueños,
seré una cerveza fría en el verano
calmaré tu sed y tus nostalgias.

Regálame tu nombre en un carnet de plástico.
Y mostraré al mundo que te pertenezco.
El amor no es igual cuando uno crece.
Será muy difícil esconder mi ternura.
Ahora soy yo la que te habla.
Amor, soy yo.
Hola, quién habla...
Amor, soy la de entonces.
Amanece y mi sábana está fría.



SERENA EN TU AUSENCIA.


Han pasado los días y no veo tus manos.
Han pasado las noches en silencio
Tú sabes que espero tu regreso.
Siento el cuerpo flotando en ráfagas de espuma
es tu mar de promesas que encalla entre mis aguas.
Desiertas, están desiertas las arenas.
Una nave de plumas de aves solitarias, se mueven silenciosas
en el mar y las dunas.
Tú no regresas aún, te espero y no regresas.
El dolor de la huída se expande entre las nubes.
Mi mirada se pierde en las fieras colinas.
Murmuro la consigna.
 Tu nombre.
¿Qué extraña extravagancia el nombrarte?
Han pasado mil días de cielos tormentosos.
He callado mi pena.
Te espero tan serena como las aguas suaves de este océano blanco.
Hay espuma en mi playa. Hay gaviotas doradas.
El sol azul de espera se agiganta.
Estoy nuevamente serena.



FOTOS DE MI JARDÍN


NARCISOS  QUE RECIÉN COMIENZAN A FLORECER EN LA CABAÑA.
EL PRUNUS LLENO DE FLORES Y ABEJAS CON UN RITMO DE TRABAJO MARAVILLOSO.
Y EN PLENA PRIMAVERA NEVÓ EN LA CIUDAD, MI JARDÍN NEVADO EN SETIEMBRE!!!

POESÍA, ¿QUE HA MUERTO? ¡NO!

Nostalgia

Hoy quiero darte...

Pequeña ciudad adormecida,
una nueva letanía de  geranios y malvones.
A cada paso...
voy descubriendo los rebordes de tus calles,
que se abren , como fraguas,candentes y pulidas.
¡Para mis ojos, que buscan,
eres la misma estirpe natal de la hermosura!

Soy altanera; cuando cruzo mis palabras,
en alabanzas de tus cielos azules y calientes de Enero.
¡Ah tus árboles viejos y sombreantes alamedas!

Deseo pasear de tu mano pétrea y nostálgica.
¡Mendoza añosa, yo me rindo, cuando me pierdo ,
en mis sueños!  Mendoza madre.
¡Quién conoce tu vientre, descubre, que generas estrellas!
...¡Más que hijos, tus terrones blancuzcos,
poseen primaveras...!
¡Qué avidez de flores, tienen tus entrañas, ariscas!
¡Como impávida amazona , te cabalgo y te beso,
dando vueltas y vueltas, con mis alas de ensueños!
Yo recorro tus valles de manzanas y peras,
pasto seco y jarillas, alucema  y membrillos;
que duplican la espera, de éstas  mis ansias regias.

Los pájaros, los agoreros, aletean feroces
mientras pierdo mis pies , en largas caminatas.
Solitaria ciudad, que duermes largas siestas,
en cansados  domingos, en feriados  y fiestas.
¿Yo qué espero de tí? ¡Ni conoces mi nombre!
¡Soy la parte más inédita, de tu arte y tus nostalgias!

Soy como tus pequeñas  mañanas invernales,
que se estiran gozosas entre brazos adormilados,
para quitarle al sol, sus sobrios oros viejos,
el calor de la vida ,los Zondas y temblores.
Yo quiero acaparar , tu sorpresa y tus noches..
¡Quiero ser tu nostalgia y cantarte en mis voces!




Mendoza--Enero de 1983

POESÍA QUE VIVE EN EL ALMA

POEMA PARA TI

¡Escríbeme un poema,
me pediste...
tan simple y pequeñito,
como gotas de rocío!
¡Y yo te contemplé,
atónita ,y pensé...
¡qué triste te veía!
Y soñé, y volé ,buscando,
calmar ese dolor,
por ese sólo día.
Miré a mi alrededor,
y vi caer los pétalos
de un manzano en flor,
al agua del arroyo,
que clara reflejaba su armonía.
¡Y luego vi volar
al tierno picaflor,
Que libaba el rojo ciclamen!
Y al elevar, aún más,
mi vista, contemplé,
al sol que se ocultaba,
tras la montaña,
perdiendo su esplendor,
en rayos de color dorado.
¡Y al fin pude escuchar,
en un sutil murmullo,
la voz que en mi interior,
decía...!
¡La vida es el poema más grande
de esta tierra !
¡Regálalo  poeta!
                       


¡CORTÍSIMO!

PARAGUAS VIEJOS.

            Nino comenzó a escudriñar entre los trastos del abuelo Ángel. Encontró el viejo sombrero de fieltro, la pipa fiel amiga de los labios de anciano y la chaqueta raida de lana y se la puso. El olor lo confundió y cerró un minuto los ojos y su mano tropezó con un objeto de madera suave y pulida. Sus dedos lo recorrieron y sintió el frío del metal que por su redondez le recordó la antigüa escopeta del "nonno". Sonrió rememorando  cuando lo seguía y volvió a tocar la curva del gélido metal que se alargaba con su fina estructura, pensó en las innumerables veces que juntos atravesaron el bosque tras un conejo o una liebre asustada. Recordó la pícara mirada del anciano y volvió a sonreir.¡ Siempre conseguía que el pequeño animal escapara!. Cuando abrió los ojos en la semipenumbra comprendió que sus de dos  acariciaban el paraguas roto y ya sin la negra seda que usaba el abuelo Ángel cuando lo buscaba en la escuela y una lágrima cayó sobre el arcón antiguo. Lo cerró y se despidió de viejo y amado amigo...su abuelo.
                                                                                  Mendoza -  abril de 1998.


LA BODA



          Entró Purita corriendo con una pequeña caja y se la entregó a Paulina que terminaba con los últimos detalles del traje de María del Pilar .Las  manos nerviosas de ambas parecían pichones prontos a volar. Golpearon suavemente a la puerta  y entró Don  Pedro  con su estampa de hombre ilustre en ese chaqué de negro y grises azulados, que lo hacían más noble aún de lo que era él en la vida cotidiana. Brillaban los botones de diamante  y la corbata de seda. María del Pilar lo miró con inmenso amor de hija agradecida. Él, le entregó también una pequeña caja que abrió presurosa y feliz. Un collar de oro y zafiros irrumpieron en el terciopelo blanco, ella no pudo quedarse quieta y abrazó nuevamente a su amado padre. Sabía que esa alhaja estaba en la familia desde siempre. Sacó de la otra cajita una sutil coronilla de nardos, rositas blancas minúsculas, azahares y helechitos que le daba un pequeño toque de color, le pidió al  padre que se la colocara en la cabeza junto con el velo que le daba un aspecto casi fantasmal, pero con el hermoso traje  que envolvía su cuerpo en seda y encaje, el porte era de una venus. Ya estaba casi lista. Saldría  de allí rumbo a la capilla del convento Del Divino Amor donde esperaba el hombre que su corazón había elegido apenas conoció.
            Don Pedro cerró los ojos porque unas atrevidas lágrimas trataban de escapar de allí sin su consentimiento y mancharían su ropa.

            Cuando llegaron las monjas del Divino Amor al pueblo, con sus hábitos color rosa y  velos de nupciales,  con silencio total y permanente penitencia y rezos, había nevado en pleno verano, dejando en todo el pueblito, la sensación de singularidad, asombro y desconcierto. ¿Acaso significaba alguna premonición? Tal vez sirvió para que muchos lugareños revisaran su vida y se prometieran cambios que luego olvidaron.
            Pasado el tiempo fueron llegando muchachas de los pueblos vecinos que se atrevieron al silencio y a la contemplación.                      
            Recuerdo que en esa época  la abadesa era la Madre  Natalia, una frágil mujercita que por su porte más parecía una niña que la superiora, conductora y líder, de más de treinta mujeres religiosas. Una noche de  agotadora tormenta, rumorosa y afligente, cuando sólo quedaban las hermanas guardianas rezando en la capilla; comenzó a sonar insistentemente la campana del torno, por el que la gente del pueblo se comunicaba con las monjas, sin palabras ni rostros para contemplar. Rompía en la noche la monotonía de los sonidos, el ruido de la campanilla era persistente y la abadesa pidió a la hermana Buen Pastor que con la hermana Resurrección, bajaran a ver qué sucedía allá . Cuando llegaron agitadas y asustadas por lo inusual del suceso, encontraron un pequeño bultito, que tomaron apresuradamente creyendo que eran comestibles de algún penitente  trasnochado. Corrieron al refectorio donde estaban esperando silenciosas las otras religiosas...,¡cuál fue la sorpresa cuando a la luz vieron que allí había un pequeño bebé que gesticulaba  ya casi sin fuerzas de tanto llorar! La abadesa se sentó intimidada, nunca se imaginó que algo así sucedería en esas paredes.
             Yo había sido la hermana mayor de 17 niños, que habían amado, alegrado y desgastado hasta lo más íntimo la capacidad  de criar  a un pequeño más. Apenas le vi, mi impulso fue tomarlo en las manos y darle calor al cuerpecito.     
            Sor Natalia me miró y en su suave pero firme mirada me amonestó. Di un paso atrás. Habló...¡Hacía por lo menos  cinco años que no escuchábamos una voz humana!
 -Hermanas...No sabemos si es niña o niño. Si así fuera debemos, no sé, llevarlo a otro sitio. Yo con una mirada inquisitiva pedí autorización para ver al bebé. Ella aprobó mi gesto. Recuerdo las bellas prendas de encaje, seda y suave lana que envolvían aquella bebita. Desprendí los pañales y con alegría vimos que era una bella niña. Sana y hermosa como un capullo. Un suavísimo murmullo de alegría y de estupor  salió de las mudas gargantas de las hermanas que con sus hábitos mal compuestos habían llegado al recinto,  rompiendo las reglas. Esa pequeña no era hija de una rústica , de una mujer imposibilitada de criarla por pobreza y hambre. Era portadora seguramente de una historia misteriosa que allí no se podía develar por ser una abadía de contemplativas.
            La superiora me la entregó con amor y suave ternura. No me dio ninguna indicación. Ella siempre sabia, sabía que yo conocía como sacarla adelante.

            Isidro estaba eufórico. Sus dos mejores amigos habían llegado con sus flamantes chaqués. Lo chanceaban, jugando con sus nervios a flor de piel, estaba allí con una complacencia infinita.
Sus padres se habían regocijado con la noticia del noviazgo y la idea de la boda. Recordó el día que conoció a María del Pilar, en casa de José. La vio y le pareció que la conocía de siempre. Ella trató de no demostrar su enorme interés en ese chico, recién llegado al pueblo desde un lugar algo distante del sitio donde fue criada y educada. Pero fue muy fugaz la resistencia . Conversaron hasta la madrugada y se enamoraron. Eran la pareja perfecta, era lógico que pronto surgiera la idea  de estar juntos para siempre.
            Isidro miró que por la nave central llegaban amigos de las dos familias. Allí estaba Isabella, su compañera de facultad, artífice de muchas de sus buenas notas en filosofía. El rector de su colegio el Reverendo Iñaqui Berrechea, con sus compañeros  de mayor confianza. La esposa de su médico de cabecera fallecido hacía un año en triste accidente de automóvil. Cada vez llegaba más gente. En un costado tras las rejas, las monjas seguían impávidas rezando. Algo lo sacó de ese cuadro. Entraba por uno de los lados de la nave central Monseñor Callejas. Lo saludó con su acostumbrada sonrisa y siguió caminando  hasta la sacristía donde debía ponerse la ropa para la ceremonia.
            Entre las personas que entraron, había una figura a quien nadie puso mucha atención, pero que yo detrás de mi velo y con los ojos hinchado por las lágrimas, advertí con una extraña sensación de pánico. Estaba vestida de un frío tono gris azulado, y llevaba su rostro completamente cubierto con un espeso velo del mismo tono. Con silenciosos y disimulados movimientos, vi que se acercó cuanto pudo a la actual Abadesa, quien se agachó ante su insistencia en el llamado e implorando la escuchara. Las palabras debían ser terribles porque de la garganta de mi superiora salió un sonido gutural de horror y se desmayó. Rápidamente fue sostenida por varias novicias y por un momento,  sólo atinó  a pedir que quería hablar con Monseñor.
            Isidro muy sorprendido comenzó a escuchar que el organista tocaba los salmos que habían elegido con Maripí, como él le decía en la intimidad, y ella como una aparición del paraíso ya venía del brazo de su padre por la nave central. Bellas rosas blancas temblaban entre sus manos  emocionadas. Un brevísimo diálogo se produjo entre el monje y la abadesa. El hombre desfigurado, pálido y decidido  se plantó frente a los jóvenes que ya  se habían tomado de las manos para ocupar su lugar en los reclinatorios delante del altar mayor, los observó detenidamente y con voz firme dijo:
-¡Vosotros tenéis un impedimento atroz  que os impide ser esposos! - ¡Dios ha querido que fuera en este momento que supierais esta tremenda verdad...,vosotros dos sois  hermanos de sangre, vuestra madre ha revelado hace unos minutos la singular y desconcertante verdad...!
            La pequeña María del Pilar cayó desmayada en brazos de quien pudo ser su esposo amantísimo y era allí su hermano. Lágrimas de desconsuelo arrebató las suaves facciones de Isidro y lentamente su cabello de un tenue color castaño se fue tornando grisáceo, como envejecido. Se sentó con ella entre los brazos, nada comprendía. ¿Esos que él llamaba padres, quienes eran ? ¿Esa mujer que había llegado a destruir su vida, dónde estaba ?
            La iglesia fue quedando lentamente vacía. Murmullos de pena y confusión dejaban a ese pequeño grupo de personas, atados a una misteriosa verdad, que, ¿ nunca podrían desentrañar?
           
            Las novicias y las monjitas se inclinaron como era su rutina frente al Jesús del Divino Amor para rogar por esos jóvenes cuyas vidas estaban entrando en un túnel de enigmático y oscuro laberinto .
            Lejos de allí en un salón de una mansión una mujer solitaria lloraba amargamente. Por segunda vez había traicionado a sus hijos y los había abandonado con igual cobardía que el día que nacieron. Para ella ya era tarde. Salió al salón donde estaban las armas de caza de su esposo, lenta, lentamente caminó  y se perdió en la tiniebla, se perdió con su verdad.

                                                          

                                                           20 de febrero de 1997 Mendoza



FALTAN DÍAS PARA LA NUEVA FERIA DEL LIBRO EN MENDOZA

EN EL SALÓN AZUL PREMIANDO A ESCRITORES JÓVENES DE S.A.D.E. MENDOZA

LA SEÑORA PRESIDENTE DE S.A.D.E. EN EL STAND CON UNA SOCIA QUE PRESENTÓ UNO DE SUS POEMARIOS, EN EL STAND.

NOS MOSTRAMOS AL MUNDO CON NUESTROS LIBROS Y ESCRITOS, UN MOMENTO DE ALEGRÍA.

EL VIAJE

Recién he podido cumplir mi anhelo de besarla. Sus labios tan fríos como mi dolor mortal, se entregaron sin poner resistencia. Murió hace unos minutos y llegó a cumplirse mi deseo. Aún vibra en mi cuerpo el ardor de la pasión escondida. Todos me miran petrificados...el médico y sus ayudantes ven como acaricio su cuerpo y lo beso. Beso hasta el más íntimo rincón de su cuerpo amado. Su alma no lo dudo ya es mía.
           
            El vehículo se desliza por el camino polvoriento, infierno de hoyos inescrupulosos que infectan la huella. Saltan los amortiguadores y protestan con desenfreno con cada pozo y yo miro con desesperación a mi  ´padrino´que maniobra como si no quisiera evitar ninguno para aliviar los golpes de mis piernas y nalgas. Hace unos días me pidió prestado a mamá para que lo acompañe en este viaje de aventuras por la Patagonia. Yo siento que hará que viva una maravilla de vacaciones. Ella no estaba en mi mente... ¡su secretaria! Tiene un culo y unas piernas que no me dejan mucho espacio en el asiento. Me ha empujado tantas veces que ya me siento del tamaño de un pez, largo y finito...la odio. Es difícil entender ¿cómo mi padrino tiene que acarrear con semejante estúpida? Permanentemente se limpia con un pañuelo la cara para sacarse el polvo que ya ha penetrado por todas las rendijas de la parte de atrás y por todos lados. Casi no la miro y ella me espía de reojo para hacerle morisquetas a Lucio, que así le llaman a mi padrino. Él me invita a pasar un rato a la parte trasera y ella se pone jocosa y me hace unas burlas que me dan más aversión. En realidad tengo un hambre terrible, mamá nos preparó empanadas y tortillas y el perfume de las papas calientes y aceitosas, me hacer hipar el diente. Al detenernos bajo un árbol de perfil extraño, torcido y retorcido por los vientos del sur, siento que mis pobres huesos de trece años, que pronto voy a cumplir, necesitan urgente moverse. Salto con euforia y corro tras unos michay secos que se desparraman por la arenosa planicie por donde discurre el camino. ¿Me pregunto si el suelo en la luna será como acá? Salgo a estirarme y la muy torpe se agacha y me pregunta si voy a ir a mear... ¡ qué metereta ! Soy grande y no le tengo que decir a ella. Además es una desvergonzada. Decir eso delante de su jefe. Ella me dice que mire para el oeste que va a expansionar se y se pierde entre los matorrales. Yo la espío y le alcanzo a ver como se baja los calzones y su culo rosado se agazapa en el falso retrete que ha encontrado. ¡Mamá...si que tiene desvergüenza...! Lucio se hace el distraído pero yo lo descubro mirándola por el espejuelo del automóvil y él se pone desconcertado y ríe con una risa muy estúpida. Los hombres, dice el tío Albino, deben mirar a las hembras, es cosa de machos y es normal. Y yo no me arrepiento de mirar, para lo que hay que ver últimamente en mi barrio y en la escuela. Siento que me mira perturbado pero a mí no me hace un respingo. Ahora se sienta atrás junto a mí y después de lavarse con agua de un bidón, las manos, me pasa pedazos de emparedados de jamón serrano y tortillas que me como en un santiamén, llena la barriga me entrego a mi juego favorito, jugar con ´dado mágico´ y comienzo a pensar en los monstruos que vamos a cazar con Lucio y ella. ¡Tiene un nombre tan feo...Alana! ¿A quién se le ocurre llamarse Alana? Pero así le dice mi padrino con voz de...galán de cine. Ella trata de no demostrar nada pero yo le noto que pierde el seso por él. Pero él tiene su mujer y sus cuatro hijos en Pueblo de los Álamos, y según entiendo son una familia "modelo" dice mamá cuando se pelea con papá. Él ni la mira...o eso creo. El traqueteo del coche entre los hoyos del camino me ha dado ganas de echarme una siesta de esas que suelo tomar en casa de mis abuelos en Río de las Águilas, debajo de los cerezos y durazneros atrapando abejorros y cigarras, para el insectario de biología. Un sueño blando y profundo me hizo despegarme de la realidad. Soñé sin pudor con los tiempos de juegos en la vega de Antonio, en el solar de los abuelos, los padres de mi madre. Allí juntábamos lombrices y moscas y nos íbamos a pescar al arroyo de Los Toritos, bandadas de cotorras y teros nos alertaban de cualquier peligro. También soñé con ellos, mis primos del campo, con quienes componíamos un corrillo de ruidosos y alegres muchachos, con los que viví momentos de ensueño. Me despertó un terrible golpe que hizo que atronara la carrocería del coche. Me enderecé y vi que habíamos quedado semi volcados sobre la parte derecha del mismo. Un terrible pozo rompió el eje y Lucio se agarraba la cabeza...Miré hacia todos lados y no se veía ni un solo ser vivo. Habíamos aventajado a varios camiones en el medio día, pero yo que dormía, no sabía si en el tiempo de mi sueño habíamos cruzado a alguien más.  Escuché varias palabrotas irreproducibles en boca del padrino. Luego un silencio pesado me urgió a descender y tratar de hacer algo. Era casi el crepúsculo y un paño de añil serpenteaba por los matorrales. Un choique cruzó corriendo y detrás una bandada de polluelos, los charitos, lo siguieron. Ya estábamos en la desértica Patagonia, donde no vive casi nadie y sólo de vez en cuando aparecen camiones del ejército y algún que otro transporte con fardos de lana. La desolación de Alana me perturbó, lloraba y su cuerpo se sacudía rítmicamente. Mi padrino vino a ayudarla a salir de esa incómoda ubicación, para ello se tuvo que tomar del cuello de él y así saltar hasta el camino. Yo sentí una curiosa sorpresa ver como se demoraba en brazos del `patrón´, pensé en la pobre mujer que se había quedado cuidando los niños. Luego, me ofrecí para ir en busca de ayuda...pero no me permitieron diciendo que aún era chico y el padrino partió caminando por esa abrumadora ruta nº 40, hacia lo desconocido. Sólo llevaba una cantimplora con agua y yo me imaginé muriendo de sed en ese desierto terroso y dañino. Ella, ya no lloraba y se sentó junto a un quetrihué algo carcomido por ratones y viento, que solitario llenaba de serena seguridad entre las dunas ariscas a quien pedía un refugio. Cuando alzó la mirada me sonrió y me hizo una caricia negociadora. Yo bajé la guardia, tengo que reconocer mi miedo a lo desconocido, me acerqué y juntos comenzamos a comer la comida algo agria que nos esperaba entre los bártulos, como le decía papá, que traía Lucio y de las valijas con la mercadería que como segundo motivo lo movían. El verdadero trabajo que lo aventuraba por esa inmensidad desolada, era instalar en un pueblito del sur la oficina de correos, ya que él era quien daba el visto bueno al lugar y a los hombres o mujeres que se harían cargo de la estafeta postal de nueva creación. El ferrocarril se encargaba de mover la correspondencia una vez que estaba todo listo y él aprovechaba a llevar muestrarios de joyas, telas, ropa y un sin fin de chucherías con lo que agregaba buen dinero a su sueldo.
Alana me observó y comenzó a acicalarse, su blusa fue desabrochada y pude ver su corpiño blanco con puntillas...pero lo que me produjo una rara sensación entre mis piernas, fue la redondez y blancura de sus senos. Apenas pude mirar porque ella se cubrió rápidamente. Yo advertí que mi sexo estaba diferente; era la primera vez que la veía de ese modo. Mi rostro era una brasa ardiendo y creo que ella lo advirtió por eso se irguió y caminó por la orilla de los matorrales de colapiche y coirones, como buscando poner distancia y decoro. No supe que decir y me dediqué a limpiar el automóvil, levantando un polvaredal que la hizo estornudar hasta que me suplicó que dejara de hacerlo. Así vimos a la distancia un camión con sus luces exangües que se aproximaba por el camino. La bocina algo sorda y resfriada, nos advirtió que llegaba ayuda y en efecto con el vehículo trajeron un cable y nos arrastraron con seguridad entre los baches hacia un lugar desconocido.
            La casona estaba construida en un campo donde criaban ganado lanar y caballos de tiro. El hombre era un rústico labrador y su mujer una tímida campesina de origen extranjero, por su modo parco de monologar descifré a anglosajón y apenas hablaban español. Muy arrebolada y alerta, la mujer de edad imprecisa, arregló una habitación para que pasáramos la noche. Yo me sentía feliz dormiría en una cama de verdad después de varios días. Lucas me tomó del hombro y me arrastró hacia la zona donde había quedado el auto, con particular fuerza. Allí me explicó que debía ser prudente y que no podía decir que Alana no era su mujer, que yo pasaba como hijo y que debía dormir en otro lado. Mi silencio sería muy bien retribuido y así nos ayudarían...creyendo que éramos una familia en problemas. Una gran furia me penetró por todo el cuerpo, transido de sorpresa y exaltación comenzó una sensación de malvada desesperación. Pero me quedé en un mutismo porfiado, y me acerqué a la mesa tendida para comer sin mirar siquiera a esa granuja que había encendido una extraña pasión en mi cuerpo adolescente. Con el pasar del tiempo comprendí que los celos me habían despertado instintos malsanos, pero propios de mi edad. Comimos y yo en silencio imaginé un millón de formas de venganza, mientras ellos dialogaban apenas. El cansancio y las ganas de estar juntos hacían que apuraran el alimento y la bebida. Cuando todo terminó me encaminaron a un rincón donde habían improvisado un catre y allí debí dormir esa ingrata noche. Me venció el sueño y entre el sopor pude escuchar las suave risa de Alana que no dudé, estaba en brazos de mi joven desenfrenado y sobón padrino. Esa noche crecí y comencé mi adultez. Esa noche supe lo que significaba la infidelidad y el dolor de lo inconfesable. ¡Casi me sentí incestuoso!
            Por la mañana muy temprano me despertaron las voces y el ruido de martillos y herramientas que reparaban el  eje y al mediar la mañana ya reparado el coche partimos. Ella apareció con un vestido de algodón floreado, su juventud realzada por un pañuelo en el cabello suelto hasta la cintura y sus mejillas sonrosadas y frescas con un toque de bienestar y dicha en el brillo de los ojos color miel. Mi impresión fue total, ya que parecía una chiquilina de casi mi edad. Un dolor me arredró y sentí ganas de salir a matar a mi padrino. Lo odié y subí al automóvil asumiendo que haría algo para desquitarme.
            Lucio me miraba por el rabillo del ojo y tarareaba una canción que me parecía fúnebre y para ofenderlo le endosé un enrevesado discurso sobre lo hórrido de su canto. Se reía y yo más enojado quise pegarle y esquivando mi puño me comenzó a decir que entre Alana y él sólo había mucha confianza y respeto... así que cuando llegáramos a Petriel, yo dormiría con él y ella en otra habitación sola y que nada había sucedido en aquella casa y que tenía horror a mi mala impresión. Nada me conformaba ya que yo había descubierto el sinsabor del deseo carnal mirando los senos dorados y mórbidos de la ahora frágil compañera de aventura. Pensé en la tortura que pudo haber significado para ella la engañosa muestra de un amor mentiroso e insensato, impuesto por su patrón por la fuerza. Ella seguro que había sido forzada y embaucada por Lucio, obligada por la necesidad de mantener un trabajo... Al atardecer cuando ya llegábamos a Petriel, ella juntó fuerza y me habló de su amor incondicional por mi padrino y sentí que seguramente no regresaría nunca a mi hogar. Antes moriría de amor.
            Petriel era un pueblito de pocas casas y gente sencilla. Su arquitectura me hacía acordar a Río de las Avispas. Casas chatas de una sola planta y con enormes patios sin árboles ya que el viento impedía su desarrollo. Algunas lengas torcidas, maitenes y teniús, asomaban entre los cercos de adobe de unas pocas viviendas. En la plaza estaba levantado un pequeño templete para una estatua que no llegó nunca de la capital y los muchachos del lugar se subían remedando a figuras imaginarias sobre su estructura de cemento y concreto. Eran muy divertidos y pronto me dediqué a acercarme a ese grupito de holgazanes para enfrascarme en charlas de "citadino" versus "pueblerinos", pero ellos eran chicos despiertos y sin vericuetos en su simplicidad que me dejaron sin argumentos para agrandarme frente al  grupo. Así también aprendí a ser más noble y consolidé amistades que aún guardo.
            Mi padrino buscó un sitio para instalar el correo y encontró una viuda seria y responsable como oficinista, le ayudaría un muchachito de casi veinte años y la inauguración se hizo con la presencia de todo el pueblo, incluyendo al cura párroco, la maestra y el policía...que hacía como doce años que no ponía preso a nadie. Así llegó el momento de regresar. Junto a nuestros "bagayos", amontonamos regalos que nos habían hecho. ¡Eran muy generosos!
            Regresamos y volví a sentir un fuego abrasador en mis muslos, sexo y corazón cada vez que Alana iba al baño entre los amancay o los topa- topa, y yo desvergonzadamente espiaba sus muslos rosados y pródigos de juventud. No quería que llegáramos nunca. Aceptaba sus chanzas, me hacía el pícaro y me daba de comer en la boca y le mordía los dedos suavemente...! Ella se reía sin comprender! Le tocaba tiernamente las piernas cuando se dormía y gozaba pensando que con el tiempo sería mía. Al fin terminó el viaje y yo regresé a mi casa donde conté algunas de nuestras aventuras, sólo yo sabía cuánto dolor me causaba conocer la verdadera conducta extraviada de mi padrino. Supe que Alana se había marchado a su pueblo en el litoral. Le pedí a Lucio su dirección y me la dio diciendo que no fuera chismoso...él nunca sabría el desesperado apasionamiento que en mí despertaba; la amaba. Escribí ciento de cartas. Nunca me contestó. Cuando ingresé a la facultad, recibí una tarjeta de ella. Estaba en la capital enferma y quería verme. Su mal era incurable.
            La encontré casi inconciente en una clínica de muy poca categoría de los suburbios. Se abrazó llorando y me pidió que trajera a su "amor". Con una furia inexpresada lo busqué y lo arrastré a su lecho. Él, indiferente, la trató sin mayores ternuras. Desmayada en su final me pidió que no la dejara sola y esperé su desenlace, con iracundo desconsuelo. Aún amaba a esa mujer que apenas me superaba en edad y que había desentrañado mis más intensos ardores juveniles. En el sombrío recinto donde espiró, pude cumplir el mayor de los anhelos...besar su boca deseada. Partí sollozando y supe que había vivido un amor extraordinario.
            Hoy que lucho con mis votos sacerdotales. De las manos del mismo del Cardenal Primado tomé los Óleos Santos y profesé mi verdadera pasión por la vida. Ella, Alana, quedará en mi profundidad como la llave de amor con mis pequeñitos hermanos en el  pecado, los mismos que arden dentro de este cuerpo mío. Sólo conociendo el amor y viviendo una pasión arrasadora, como la que me consume el alma, puedo ser un hombre de Dios... íntegro.

                                                            


NARRACIÓN

EL TESTIMONIO...UN ESPECTRO AZULVERDOSO.

                        El camino a la estancia estaba bordeado de sauces que en primavera parecían bailarinas entre gasas verde claras y tules amarillos verdosos. El aire fresco y la suave brisa permitían que la capelina de Candelaria flotara como una nube llena de rosas color ciclamen pálido junto al estrafalario sombrero de tío Cresencio, gorro de cuero con antiparras de mica y baquelita, que tras sus bigotes agudos engominados y sus ojos grises parecía un extraterrestre en viaje hacia el futuro. La campanilla que hacía vibrar frenéticamente ante el más pequeño de los inconvenientes, me lograron crear un clima de suspenso y horror por esos traslados a la casona antigua de los queridos " Hildeberando Ralbo", familia tradicional y muy respetada por aquellos tiempos.¡ Mi familia!.
                        Al ingresar por el camino de grava y plátanos, la primera imagen fue decepcionante ya que la casa estaba muy abandonada y semi destruída. Una balaustrada de mármol que recordaba mejores épocas apareció cubierta de enredaderas, hiedra y ficus que rompían toda las hermosas columnas y los postigones caían desde sus goznes sobre sí mismos como capas de madera marchitas. No quedaba casi nada sin estropearse. Moho y telas de arañas aparecían entre los sillones abandonados a su suerte en la terrazas de granito rojo. ¡Era una pena enorme ver todo ese antiguo lujo así castigado por eternas rencillas entre la familia, hoy en bancarrota.
                        Candelaria se tiró prácticamente del viejo auto, y corrió con la enorme llave en su mano hasta pararse frente a la pesada puerta de roble del frente donde la cabeza de un león de bronce sostenía una aldaba rota. Puso la llave en su lugar y la hizo girar. Con dificultad y chirriando se abrió la cerradura. Empujó la hoja de la puerta y abrió dando paso a una luz natural que hacía mucho no penetraba en el recibidor. Un pútrido olor a rancio y tierra le golpeó la frágil nariz. Sin esperar al tío siguió hasta una de las ventanas y corrió los pesados cortinados, que cayeron rotundos por podridos y húmedos. Una nube de polvo lo llenó todo. Cuando se asentó vieron el inmenso retrato de la tía Ismelda, que los observaba en posición de matrona tiránica y posesiva. Así, habitación por habitación, fueron despejando los trastos y ayornando con luz natural y aire puro para hacer respirable la bella pero triste casa de los abuelos.
                        Esa noche comieron unos emparedados en el mirador cerca del que fuera el lago y hoy se presentaba como un barro seco y agrietado. No sabían donde dormir. Al fin desidieron acostarse en la enorme cama de Tío Tancredo, que tenía unas sábanas que habían protegido el recatado acolchado de damasco griego. Vestidos e incómodos pasaron una noche casi sin pegar los ojos. Al comenzar el día, un sonido de pájaros y grillos le dio un aspecto más confortable al lugar. Desidieron buscar a los viejos criados para que los ayudaran con la limpieza y la puesta en marcha de la casa.
                        Así volvió a ser lo que fue, es decir , casi fue...porque todas las tardes alrededor de las nueve comenzaba a circular un murmullo que iba cobrando la figura voluptuosa de una bella mujer azulverdosa, de consistencia efímera e intocable, ya que se desvanecía al más leve roce humano. No sólo la vimos nosotros sino los ancianos ayudantes y cuidadores. Ellos no reconocían a esa bella dama y nos intrigó tanto la presencia que buscamos por todos los rincones algo que nos comunicara su historia. nada ayudó y así quedó como una leyenda más a las viejas historias de la casa.
                        Han pasado muchos años, yo ya estoy muy avejentado y me acuerdo a mí mismo en la ventana, observando lo que no es, lo que no existe, ni existió...¿ o sí vivió allí la bella espectral mujer azulverdosa de nuestra mansión ?. Me siento junto a mi amada Candelaria que desgrana romances y poesías llenas de amor por la vida junto a nuestros fantasmas y su memoria.

                                               

A VECES ME INSPIRO EN LOS NATIVOS

                        
            Los recuerdos embellecen mi vida pero sólo el olvido me la hace posible.
                                                          
                                               LA MOMIA  INDÍGENA.

                        La ciudad parecía una hornalla encendida. Mis pies se pegaban al piso al transponer los adoquines. Cada edificio era un gigante hambriento devorando seres humanos casi muertos por calor y cansancio. El portal del museo me pareció un refugio.    Allí el calor estaba erradicado tras los enormes refrigeradores que mantenían un clima fresco. Todo el material debía ser protegido para su preservación. Ingresé como sonámbula. Sentí que un fresco restaurador me ingresaba por la piel y me reconfortaba. El elevador me llevó hasta la sala de las momias. Aún estaba en acondicionamiento la recién encontrada en Inti Nasta. Me detuve a mirar el prieto color tabaco de la piel reseca. Era una mujer muy joven. Casi una niña. Vendada con fina tiras de lana de vicuña y alpaca. Su rostro tenía el rictus amargo del sufrimiento. Me coloqué la ropa especial reglamentaria y los guantes de latex y comencé a levantar con delicado esfuerzo una a una las capas de vendas. Encontré una pequeña llama de oro. ¡Era hermosa en su simpleza! Seguí hurgando entre hiervas resecas que se desintegraban para mi horror. También encontré semillas milenarias. Las coloqué en pequeñas vasijas de barro que rodearon durante tiempo inmemorial a la doncella. Llegué hasta su cabello. Una larga trenza de pelo renegrido coronado de plumitas carmesíes, y de oro. Era primoroso el collar de turquesa y malaquita. Me quedé contemplando su rostro triste. ¡Cuánto dolor había en su cara ennegrecida por la muerte! No pude continuar. Me detuve y le hablé sin palabras. Mi mente vagó por su mundo misterioso... ¡ Pequeña reina...por qué tú, por qué los hombres dispusieron esta muerte tan trágica y maligna? ¿ Quién dispuso tu destino tan aciago? ¿ Dónde estará hoy tu alma intangible? Una lágrima cayó desde mis ojos y rodó sobre el rostro tumefacto. Parecía llorar la pobre niña...Tal vez en mis lágrimas su rostro repetía su letanía de penas olvidadas.
            Me quedé un rato quieta y volví al trabajo. Con amor infinito llegué a su cuerpo y a su manta. Allí entre sus brazos aquietados... había un niño. Tal vez un feto. ¿ Sería su bebé? Tal vez, sólo tal vez ese era el castigo por alguna falta cometida a sus dioses ancestrales.
            ¡ Comenzó una tormenta veraniega! Rugía el cielo y restallaba en fuegos maléficos, desfigurando el espacio. Ráfagas de viento frío hacía trepidar los enormes ventanales. Ramas de árboles caían en el parque del museo. Nadie se acercaba al lugar. Parecía que el infierno se había despertado con todos sus demonios. Yo no pude sustraerme al insólito murmullo que llenaba el recinto.¡ Miedo, sentí miedo ! Me saqué los guantes y huí de la sala. La momia estaba allí con un raro reflejo y un brillo extraño en su piel apergaminada. Brillaba el oro de sus dientes. Sus joyas de piedras semi nobles parecían revivir con los rayos y centellas. El dolor parecía provocar un súbito resucitamiento. Salí corriendo de allí. Me refugié en el automóvil. En el camino un trueno con el restallar del fuego alumbró una extraña figura junto a mí. Era ella y el niño. Cerré los ojos y detuve el auto. Casi me estrello junto a unos árboles caídos en la tormenta. Tal vez la joven mujer salvó mi vida. Los recuerdos embellecen la vida pero sólo el olvido la hace posible. Hoy después de todo he descubierto que fue ese ángel protector que evitó mi muerte.


lunes, 18 de septiembre de 2017

CUENTO DE AÑOS PASADOS...

JUNTO AL MAR EN LA CASA DE LOS SUEÑOS INFANTILES.
Cerré la celosía que detenía el suave viento del mar. Corrí el visillo de encaje que enhebró la mano rítmica de tía Virtudes, en largas tardes de ensoñación esperando un amor esquivo. Tapé, así, mis miedos. Las nubes, sobre la casa eran gárgolas glotonas de humedad. Se deslizaban entre las oscuras olas. Buscaba con la mirada atenta a Teresa, mi hermana menor, que siempre leía embutida en una capa de cachemira. Parecía un murciélago rosado, envuelta en sus alas tibias. En el regazo el infaltable libro de literatura de terror que le absorbía el tiempo y el seso. Su alegría juvenil había peregrinado hacia la nada y se iba agotando con cada uno de ellos, sus libros. La busqué y allí estaba, sentada junto a la chimenea. Miré en mi interior, escudriñando en la memoria.: ¿Cuándo comenzó esta manía en Teresa? No encontré ni el cuándo ni el cómo, pero su carácter había cambiado a uno francamente irritable. Ya no era la muchacha amable  y juguetona que creció en nuestro hogar para enamorarse y formar una pareja.
                        Mis padres nunca permitieron que nos llegaran rumores de hechos desgarrantes o fatales, de boca de mucamas o institutrices, hechos que nos provocaran miedos. Ya que su infancia había sido triste-“ acorralados con horrores, con demonios descomunales, brujas instigadoras” que depredaban su inocencia, no aceptaban eso para nosotras. Las niñeras, guardianas justicieras, que los cuidaban, les relataban historias de horror o los encerraban en los cuartos del planchado, en alacenas oscuras, en buhardillas polvorientas o baños gélidos, castigando sus picardías de niños. Tal vez rememorando aquellos miedos, papá nos llevaba al campo. Nos permitía andar descalzas corriendo libres por la gramilla, cara al sol y a la vida que nos regalaba su esperanza. Así nuestra cabeza descubierta se abría a los sanos pensamientos y juegos de libertad.
                        Mamá nos leía en las tardes frágiles historias de amor con finales felices donde siempre “cazaban perdices”. Nunca escuchamos cuentos de ogros o dragones. Así llegamos a la edad en que imaginábamos un mundo desconocido y tía Virtudes nos regaló una colección completa de libros de aventuras. Los filibusteros, magos y fantasmas nos permitieron atravesar al otro mundo donde siglos de historias fantásticas cambiaron nuestra visión de la vida. Recuerdo que imaginábamos maravillas, que hoy sabemos  son imposibles.
                        Ellos, mis padres, partieron sin avisarnos. Un día papá quedó en su sillón rojo, como un león dormido. Su cabello apenas alborotado y su mentón acariciándole el pecho. Así quedó, sin hacer ruido, mirando el más lejano rincón del universo apoyando el silencio de su voz alegre en la algarabía de las flores del jardín que él cuidaba. Mamá lo siguió desplegando sus párpados de pájaro asombrado que buscaban a su amado, en los acantilados que rodean la casa natal. Caían ahí las finas gotas de lluvia del otoño. Los suspiros que se desparramaban por todos los rincones de la casa, no habían despertado inquietud a nuestro estupor adolescente cuando inició el prolongado viaje de la muerte, al encuentro de papá. No sabíamos cuánto se podían extrañar.
                        Virtudes, aceleró su partida con el malhumor de la soltería inapelable. Quedamos como las aves huérfanas en la tempestuosa soledad de una mocedad incómoda e inútil. Solas en la vieja casa paterna, Teresa y yo, sin saber qué hacer para mantenernos.
                        Pero pasó un hecho inenarrable... había salido a escuchar mi ópera favorita cuando tropecé con un apuesto hombre maduro que me habló con la soltura que le daban sus años. Valentín, era uno de los tenores que pertenecían a la comedia operística.  Me dio una clase de música, tema que yo amaba. Me enamoré de inmediato de es ehombre apuesto, de finos modales masculino y fuerte. Venía él a casa con ternura y sorpresa por nuestra soledad y cariño. Yo había descubierto el amor.
                        Con Teresa, él, creó una corriente de simpatía, macerada en el interés de ambos por los libros con historias de terror. Mi hermana comenzó a transformarse. Se ensimismaba, estaba extraña, silenciosa a veces, locuaz hasta lo impertinente otras, brillaba u opacaba. Era insoportable. La casa parecía vacía, sola yo con mi amor y los recuerdos. Buscaba a esa hermana que solía sentarse en el piano interpretando a Schubert, Strauss o Chopín , pero encontraba una mujer inmóvil que libro en mano permanecía quieta. La rutina me alejaba de los sueños. Merodeaban palabras de papá, mamá y Virtudes, compañeros amables de todo tiempo, a pesar de que no tenía sus queridas presencias. Si hablaba con Teresa no obtenía respuesta, pronto se marchó sin decir a dónde. Era invierno y Valentín había partido con su “trupp” de ópera a otros países. ¡Estaba tan sola!
                        El sol azotaba las enredaderas de la terraza. Un ruido escandaloso de pájaros envolvía la tarde. La lluvia fina empapaba la tierra que despedía perfume de romero y barro. Mi tristeza desplegaba harapos en las cornisas de la casa empastando todo con mis desdichas.
                        Era invierno en mi corazón. Estaba sentada junto a mi soledad en la sala. De pronto, sonó la campanilla de la puerta que daba a la calle del puerto, acudí al instante al insistente sonido. Abrí desmesuradamente los ojos, sorprendida. Ahí parada, sonriente, estaba Teresa con Valentín, tomados de la mano. Valijas y baúles los rodeaban por todos lados.

                                                           

FOTOS PARA RECORDAR




EN EL MUSEO DE ARTE MODERNO EN MENDOZA, TRES ESCRITORES DE PRIMERA. iLMA VALENZUELA, ELDA BOLDRINI Y ERNESTO MARIO PANERO.

EN LA FERIA DEL LIBRO EN BUENOS AIRES EN EL 2001 CON MI PRIMER LIBRO: "TIEMPO DE LIBERTAD"