Recién
he podido cumplir mi anhelo de besarla. Sus labios tan fríos como mi dolor
mortal, se entregaron sin poner resistencia. Murió hace unos minutos y llegó a
cumplirse mi deseo. Aún vibra en mi cuerpo el ardor de la pasión escondida.
Todos me miran petrificados...el médico y sus ayudantes ven como acaricio su
cuerpo y lo beso. Beso hasta el más íntimo rincón de su cuerpo amado. Su alma
no lo dudo ya es mía.
El
vehículo se desliza por el camino polvoriento, infierno de hoyos inescrupulosos
que infectan la huella. Saltan los amortiguadores y protestan con desenfreno
con cada pozo y yo miro con desesperación a mi
´padrino´que maniobra como si no quisiera evitar ninguno para aliviar los
golpes de mis piernas y nalgas. Hace unos días me pidió prestado a mamá para
que lo acompañe en este viaje de aventuras por la Patagonia. Yo siento
que hará que viva una maravilla de vacaciones. Ella no estaba en mi mente...
¡su secretaria! Tiene un culo y unas piernas que no me dejan mucho espacio en
el asiento. Me ha empujado tantas veces que ya me siento del tamaño de un pez,
largo y finito...la odio. Es difícil entender ¿cómo mi padrino tiene que
acarrear con semejante estúpida? Permanentemente se limpia con un pañuelo la
cara para sacarse el polvo que ya ha penetrado por todas las rendijas de la
parte de atrás y por todos lados. Casi no la miro y ella me espía de reojo para
hacerle morisquetas a Lucio, que así le llaman a mi padrino. Él me invita a
pasar un rato a la parte trasera y ella se pone jocosa y me hace unas burlas
que me dan más aversión. En realidad tengo un hambre terrible, mamá nos preparó
empanadas y tortillas y el perfume de las papas calientes y aceitosas, me hacer
hipar el diente. Al detenernos bajo un árbol de perfil extraño, torcido y
retorcido por los vientos del sur, siento que mis pobres huesos de trece años,
que pronto voy a cumplir, necesitan urgente moverse. Salto con euforia y corro
tras unos michay secos que se desparraman por la arenosa planicie por donde
discurre el camino. ¿Me pregunto si el suelo en la luna será como acá? Salgo a
estirarme y la muy torpe se agacha y me pregunta si voy a ir a mear... ¡ qué
metereta ! Soy grande y no le tengo que decir a ella. Además es una
desvergonzada. Decir eso delante de su jefe. Ella me dice que mire para el
oeste que va a expansionar se y se pierde entre los matorrales. Yo la espío y
le alcanzo a ver como se baja los calzones y su culo rosado se agazapa en el
falso retrete que ha encontrado. ¡Mamá...si que tiene desvergüenza...! Lucio se
hace el distraído pero yo lo descubro mirándola por el espejuelo del automóvil
y él se pone desconcertado y ríe con una risa muy estúpida. Los hombres, dice
el tío Albino, deben mirar a las hembras, es cosa de machos y es normal. Y yo
no me arrepiento de mirar, para lo que hay que ver últimamente en mi barrio y
en la escuela. Siento que me mira perturbado pero a mí no me hace un respingo.
Ahora se sienta atrás junto a mí y después de lavarse con agua de un bidón, las
manos, me pasa pedazos de emparedados de jamón serrano y tortillas que me como
en un santiamén, llena la barriga me entrego a mi juego favorito, jugar con
´dado mágico´ y comienzo a pensar en los monstruos que vamos a cazar con Lucio
y ella. ¡Tiene un nombre tan feo...Alana! ¿A quién se le ocurre llamarse Alana?
Pero así le dice mi padrino con voz de...galán de cine. Ella trata de no
demostrar nada pero yo le noto que pierde el seso por él. Pero él tiene su
mujer y sus cuatro hijos en Pueblo de los Álamos, y según entiendo son una familia
"modelo" dice mamá cuando se pelea con papá. Él ni la mira...o eso
creo. El traqueteo del coche entre los hoyos del camino me ha dado ganas de
echarme una siesta de esas que suelo tomar en casa de mis abuelos en Río de las
Águilas, debajo de los cerezos y durazneros atrapando abejorros y cigarras,
para el insectario de biología. Un sueño blando y profundo me hizo despegarme
de la realidad. Soñé sin pudor con los tiempos de juegos en la vega de Antonio,
en el solar de los abuelos, los padres de mi madre. Allí juntábamos lombrices y
moscas y nos íbamos a pescar al arroyo de Los Toritos, bandadas de cotorras y
teros nos alertaban de cualquier peligro. También soñé con ellos, mis primos
del campo, con quienes componíamos un corrillo de ruidosos y alegres muchachos,
con los que viví momentos de ensueño. Me despertó un terrible golpe que hizo
que atronara la carrocería del coche. Me enderecé y vi que habíamos quedado
semi volcados sobre la parte derecha del mismo. Un terrible pozo rompió el eje
y Lucio se agarraba la cabeza...Miré hacia todos lados y no se veía ni un solo
ser vivo. Habíamos aventajado a varios camiones en el medio día, pero yo que
dormía, no sabía si en el tiempo de mi sueño habíamos cruzado a alguien
más. Escuché varias palabrotas irreproducibles
en boca del padrino. Luego un silencio pesado me urgió a descender y tratar de
hacer algo. Era casi el crepúsculo y un paño de añil serpenteaba por los
matorrales. Un choique cruzó corriendo y detrás una bandada de polluelos, los
charitos, lo siguieron. Ya estábamos en la desértica Patagonia, donde no vive
casi nadie y sólo de vez en cuando aparecen camiones del ejército y algún que
otro transporte con fardos de lana. La desolación de Alana me perturbó, lloraba
y su cuerpo se sacudía rítmicamente. Mi padrino vino a ayudarla a salir de esa
incómoda ubicación, para ello se tuvo que tomar del cuello de él y así saltar
hasta el camino. Yo sentí una curiosa sorpresa ver como se demoraba en brazos
del `patrón´, pensé en la pobre mujer que se había quedado cuidando los niños.
Luego, me ofrecí para ir en busca de ayuda...pero no me permitieron diciendo
que aún era chico y el padrino partió caminando por esa abrumadora ruta nº 40,
hacia lo desconocido. Sólo llevaba una cantimplora con agua y yo me imaginé
muriendo de sed en ese desierto terroso y dañino. Ella, ya no lloraba y se
sentó junto a un quetrihué algo carcomido por ratones y viento, que solitario
llenaba de serena seguridad entre las dunas ariscas a quien pedía un refugio.
Cuando alzó la mirada me sonrió y me hizo una caricia negociadora. Yo bajé la
guardia, tengo que reconocer mi miedo a lo desconocido, me acerqué y juntos
comenzamos a comer la comida algo agria que nos esperaba entre los bártulos,
como le decía papá, que traía Lucio y de las valijas con la mercadería que como
segundo motivo lo movían. El verdadero trabajo que lo aventuraba por esa
inmensidad desolada, era instalar en un pueblito del sur la oficina de correos,
ya que él era quien daba el visto bueno al lugar y a los hombres o mujeres que
se harían cargo de la estafeta postal de nueva creación. El ferrocarril se
encargaba de mover la correspondencia una vez que estaba todo listo y él
aprovechaba a llevar muestrarios de joyas, telas, ropa y un sin fin de
chucherías con lo que agregaba buen dinero a su sueldo.
Alana me
observó y comenzó a acicalarse, su blusa fue desabrochada y pude ver su corpiño
blanco con puntillas...pero lo que me produjo una rara sensación entre mis
piernas, fue la redondez y blancura de sus senos. Apenas pude mirar porque ella
se cubrió rápidamente. Yo advertí que mi sexo estaba diferente; era la primera
vez que la veía de ese modo. Mi rostro era una brasa ardiendo y creo que ella
lo advirtió por eso se irguió y caminó por la orilla de los matorrales de
colapiche y coirones, como buscando poner distancia y decoro. No supe que decir
y me dediqué a limpiar el automóvil, levantando un polvaredal que la hizo
estornudar hasta que me suplicó que dejara de hacerlo. Así vimos a la distancia
un camión con sus luces exangües que se aproximaba por el camino. La bocina
algo sorda y resfriada, nos advirtió que llegaba ayuda y en efecto con el
vehículo trajeron un cable y nos arrastraron con seguridad entre los baches
hacia un lugar desconocido.
La
casona estaba construida en un campo donde criaban ganado lanar y caballos de
tiro. El hombre era un rústico labrador y su mujer una tímida campesina de
origen extranjero, por su modo parco de monologar descifré a anglosajón y
apenas hablaban español. Muy arrebolada y alerta, la mujer de edad imprecisa,
arregló una habitación para que pasáramos la noche. Yo me sentía feliz dormiría
en una cama de verdad después de varios días. Lucas me tomó del hombro y me
arrastró hacia la zona donde había quedado el auto, con particular fuerza. Allí
me explicó que debía ser prudente y que no podía decir que Alana no era su
mujer, que yo pasaba como hijo y que debía dormir en otro lado. Mi silencio
sería muy bien retribuido y así nos ayudarían...creyendo que éramos una familia
en problemas. Una gran furia me penetró por todo el cuerpo, transido de
sorpresa y exaltación comenzó una sensación de malvada desesperación. Pero me
quedé en un mutismo porfiado, y me acerqué a la mesa tendida para comer sin
mirar siquiera a esa granuja que había encendido una extraña pasión en mi
cuerpo adolescente. Con el pasar del tiempo comprendí que los celos me habían
despertado instintos malsanos, pero propios de mi edad. Comimos y yo en
silencio imaginé un millón de formas de venganza, mientras ellos dialogaban
apenas. El cansancio y las ganas de estar juntos hacían que apuraran el
alimento y la bebida. Cuando todo terminó me encaminaron a un rincón donde
habían improvisado un catre y allí debí dormir esa ingrata noche. Me venció el
sueño y entre el sopor pude escuchar las suave risa de Alana que no dudé,
estaba en brazos de mi joven desenfrenado y sobón padrino. Esa noche crecí y
comencé mi adultez. Esa noche supe lo que significaba la infidelidad y el dolor
de lo inconfesable. ¡Casi me sentí incestuoso!
Por
la mañana muy temprano me despertaron las voces y el ruido de martillos y
herramientas que reparaban el eje y al
mediar la mañana ya reparado el coche partimos. Ella apareció con un vestido de
algodón floreado, su juventud realzada por un pañuelo en el cabello suelto
hasta la cintura y sus mejillas sonrosadas y frescas con un toque de bienestar
y dicha en el brillo de los ojos color miel. Mi impresión fue total, ya que
parecía una chiquilina de casi mi edad. Un dolor me arredró y sentí ganas de
salir a matar a mi padrino. Lo odié y subí al automóvil asumiendo que haría
algo para desquitarme.
Lucio
me miraba por el rabillo del ojo y tarareaba una canción que me parecía fúnebre
y para ofenderlo le endosé un enrevesado discurso sobre lo hórrido de su canto.
Se reía y yo más enojado quise pegarle y esquivando mi puño me comenzó a decir
que entre Alana y él sólo había mucha confianza y respeto... así que cuando
llegáramos a Petriel, yo dormiría con él y ella en otra habitación sola y que
nada había sucedido en aquella casa y que tenía horror a mi mala impresión.
Nada me conformaba ya que yo había descubierto el sinsabor del deseo carnal
mirando los senos dorados y mórbidos de la ahora frágil compañera de aventura.
Pensé en la tortura que pudo haber significado para ella la engañosa muestra de
un amor mentiroso e insensato, impuesto por su patrón por la fuerza. Ella
seguro que había sido forzada y embaucada por Lucio, obligada por la necesidad
de mantener un trabajo... Al atardecer cuando ya llegábamos a Petriel, ella
juntó fuerza y me habló de su amor incondicional por mi padrino y sentí que
seguramente no regresaría nunca a mi hogar. Antes moriría de amor.
Petriel
era un pueblito de pocas casas y gente sencilla. Su arquitectura me hacía
acordar a Río de las Avispas. Casas chatas de una sola planta y con enormes
patios sin árboles ya que el viento impedía su desarrollo. Algunas lengas
torcidas, maitenes y teniús, asomaban entre los cercos de adobe de unas pocas
viviendas. En la plaza estaba levantado un pequeño templete para una estatua
que no llegó nunca de la capital y los muchachos del lugar se subían remedando
a figuras imaginarias sobre su estructura de cemento y concreto. Eran muy
divertidos y pronto me dediqué a acercarme a ese grupito de holgazanes para
enfrascarme en charlas de "citadino" versus "pueblerinos",
pero ellos eran chicos despiertos y sin vericuetos en su simplicidad que me
dejaron sin argumentos para agrandarme frente al grupo. Así también aprendí a ser más noble y
consolidé amistades que aún guardo.
Mi
padrino buscó un sitio para instalar el correo y encontró una viuda seria y
responsable como oficinista, le ayudaría un muchachito de casi veinte años y la
inauguración se hizo con la presencia de todo el pueblo, incluyendo al cura
párroco, la maestra y el policía...que hacía como doce años que no ponía preso
a nadie. Así llegó el momento de regresar. Junto a nuestros
"bagayos", amontonamos regalos que nos habían hecho. ¡Eran muy generosos!
Regresamos
y volví a sentir un fuego abrasador en mis muslos, sexo y corazón cada vez que
Alana iba al baño entre los amancay o los topa- topa, y yo desvergonzadamente
espiaba sus muslos rosados y pródigos de juventud. No quería que llegáramos
nunca. Aceptaba sus chanzas, me hacía el pícaro y me daba de comer en la boca y
le mordía los dedos suavemente...! Ella se reía sin comprender! Le tocaba tiernamente
las piernas cuando se dormía y gozaba pensando que con el tiempo sería mía. Al
fin terminó el viaje y yo regresé a mi casa donde conté algunas de nuestras
aventuras, sólo yo sabía cuánto dolor me causaba conocer la verdadera conducta
extraviada de mi padrino. Supe que Alana se había marchado a su pueblo en el
litoral. Le pedí a Lucio su dirección y me la dio diciendo que no fuera
chismoso...él nunca sabría el desesperado apasionamiento que en mí despertaba;
la amaba. Escribí ciento de cartas. Nunca me contestó. Cuando ingresé a la
facultad, recibí una tarjeta de ella. Estaba en la capital enferma y quería
verme. Su mal era incurable.
La
encontré casi inconciente en una clínica de muy poca categoría de los
suburbios. Se abrazó llorando y me pidió que trajera a su "amor". Con
una furia inexpresada lo busqué y lo arrastré a su lecho. Él, indiferente, la
trató sin mayores ternuras. Desmayada en su final me pidió que no la dejara
sola y esperé su desenlace, con iracundo desconsuelo. Aún amaba a esa mujer que
apenas me superaba en edad y que había desentrañado mis más intensos ardores
juveniles. En el sombrío recinto donde espiró, pude cumplir el mayor de los
anhelos...besar su boca deseada. Partí sollozando y supe que había vivido un
amor extraordinario.
Hoy
que lucho con mis votos sacerdotales. De las manos del mismo del Cardenal
Primado tomé los Óleos Santos y profesé mi verdadera pasión por la vida. Ella,
Alana, quedará en mi profundidad como la llave de amor con mis pequeñitos
hermanos en el pecado, los mismos que
arden dentro de este cuerpo mío. Sólo conociendo el amor y viviendo una pasión
arrasadora, como la que me consume el alma, puedo ser un hombre de Dios...
íntegro.
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