¿Quién te trajo a mí?- me pregunté hoy caminando por la
calle trajinada de gente. Cuando
asomaste por la inmensa ventana de mi vida como la máscara angelical de un torbellino, llamaste a mi
corazón y un aleteo febril de estrellas ingresó a mi mundo de doméstica
tranquilidad.
Conocí cada una de tus inquietudes de muchacha llena de
voracidad por tragarse el mundo, la vida y conocer el país de las palabras. Caminaste
como un ciervo en sus praderas. Comiste hasta la última gota de néctar de las flores,
los frutos fueron los que llenaron el brocal de tus palabras. Cada vez que nos sentamos a platicar quedó una sombra
de estrellas entre las frases que bailaban su danza esperanzada.
Algo sucedió y se cayó una gota de sol. Un reflejo de luna.
Una mirada se prendió de la telaraña del otoño... y se quedaron colgadas las
palabras entre las ramas como fantasmas guerreros.
Ahora envejece el silencio de tanto escuchar las palabras,
sólo eco de suspiros por tu huída reciente.
Tu duende
juega con mi insomnio cada noche cuando te repienso amiga.
Un rosal con
tu nombre sonríe en octubre y yo que ya estoy salpicando canas en mis sienes,
eres como una cálida esperanza de sobrevivir en la maraña de la ciudad.
Ayer cuando
abrí mi correo, encontré un poema que sin duda era tuyo. Me alegró saber de ti, de tu esperanza, de
que vives y vibras en las cuerdas sagradas de los días. Un arrebato de sonrisas
eras en las bellas palabras que recuerdan tus besos y ternura. ¿Cómo puedo
hacer que regreses? Trae tu alegría, tu locura juvenil y franqueza. Cuando veo
tu ropa en el closet me río. Eres ingeniosa hasta para la forma disparatada de
vestirte, de pintarte el cabello de colores y de caminar por las cornisas y los
bordes de las plazas. ¡Tu risa! Es una sinfonía de pájaros barulleros. ¡Vuelve
por favor! Te amo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario