Corrió
hasta quedar sin aliento. Era la última vez que ese monstruo la volvería a
golpear. La luna llena impedía que se diluyera su imagen en la noche entre los
árboles del bosque. Era otoño y no hacía frío. Ella, si sentía un enorme ardor
en la piel manchada de sangre. Siguió corriendo hasta llegar a las
caballerizas. Montó a Kuman, un tordillo que le regaló su padre cuando él, le
había ofrecido ser la dueña y ama de su hogar. La boda fue preciosa, pero algo
en ese hombre bello y musculoso, le molestaba. Montó en pelo y galopó sin rumbo
escapando lo más lejos posible.
Caballo y
mujer eran una conjunción de belleza y esperanza amorosa. Un binomio perfecto
para descifrar. Huía. Huía de la locura. El maltrato del que más había amado y
su cuerpo herido, se reflejaban en la noche. De pronto llegó a la orilla del
lago. No había imaginado que estaría allí, en su lugar secreto y el reflejo de
su cuerpo en el agua, la traicionó.
Una vez más
el la abrazó, la estrujó en sus brazos y le prometió que nunca más le volvería
a pegar. Al bajarla del tordillo, éste como si fuera un ser justiciero, hizo
una cabriola y le propinó una coz con ambas patas sobre el cuerpo que cayó macilento
sobre la frágil figura de la mujer. Las manos de él, se extendían buscando su
calor y ella, a pesar del temor que le tenía, se acercó y lo acarició hasta que
dio el último suspiro.
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