"El
hombre había amenazado a Martha de la misma forma que a Eugenia. " Ahora
no podía reirse...pensó él, los días pasaban sin noticias y el viejo murallón
junto a la playa seguía lleno de gente extraña, sofisticada para todos ellos.
Miró sorprendido esas señoras, jóvenes algunas, viejas otras...todas con sus
cuerpos desnudos haciendo una inapropiada demostración de impudicia. Con sus
carnes pulposas y rosadas, sus senos prominentes, sus pubis dorados. Sin
vergüeza alguna mostraban sus cuerpos expuestos como el rostro y sus lánguidas
cabelleras rubias al viento. ¡ Arlión, una playa tan buscada por sus aguas
cálidas y limpias, nido ahora de nudistas ! Corrió de oficina en oficina.
Golpeó puertas y escritorios, buscando apoyo para expulsar a las mujeres
desnudas. Nadie lo oía. El intendente policial mandó una pequeña patrulla, que
se detuvo a contemplar embobados a las mujeres. El sol les daba un color dorado
increíble. Cada una era una figura impresionista de la belleza femenina.
Regresaron: ¡ Sin novedades ! Y mil sonrisas de satisfacción por la orden de ir
a dar una mirada. El hombre ya desesperaba. Entonces volvió con sus
amenazas...¡ Lo haré, verán lo que haré !
Regresó
una y otra vez a gritar como un poseído a las plácidas mujeres que no entendían
lo que ese pobre infeliz decía. Ellas habían llegado de un país extranjero.
Tenían una lengua diferente. ¿ Qué querría ese caballero desquiciado que les
gritaba todos los días algo nuevo?
Pasaron
varios días...luego de todo, después de nada...se quitó la ropa y se hundió en
el mar.
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