Kailas se sentó sobre un cajón que servía para
amontonar todo el equipaje. Nuevamente se iban. Esa pequeña ciudad, ya era su
enemiga. Ismael tomó algunos telones y los enroscó. También algunos trebejos
que servían para armar los escenarios. Miró a Kailas con desprecio. ¡Esa enorme
mirada triste me da asco! Tendré que dejarla acá para siempre.
La había encontrado hacía cinco años herida en un
camino. Le calculó dieciséis o diecisiete años pero ya había sido mujer.
Si había pertenecido a otros hombres. La recogió, la alimentó,
la usó. Fue cocinera, lavandera, partener,
artista, hembra.
La hizo abortar una o dos veces. No
quería críos que lo ataran a nada, ni a nadie. La muchacha sumisa, sólo miraba
con ojos perdidos en un abismo interior.
Ahora allí sentada esperando,
parecía un ángel desterrado. El infierno, nuevo y conocido la esperaba. Su
soledad, su soledad impregnaba cada gesto de sombras de su cara, de su cuerpo,
de su alma. Ismael la empujó al furgón y se inició el viaje, un viaje hasta una
muerte repensada. Ismael manejaba sin
mirarla. Ella comenzó a cantar con voz muy suave una nana que recordaba de su
infancia. Él, enojado le chistó:-“Cállate, niña tonta” Me distraes. ¿No ves que
la ruta está imposible?
Kailas lo miró asombrada, pero selló
sus labios. Estaba acostumbrada a sus golpes. Se quedó dormida.
Un estruendo la despertó. Habían
caído en una zanja, el hombre se quedó dormido. Pronto llegaron unas luces que
rebotaban en la vieja camioneta. Unos hombres vestidos con ropas de color rojo
brillante la trataron de socorrer. Una ambulancia esperaba a la vera del
camino. Miró a Ismael. Estaba tinto en sangre con las manos aferradas al
volante que se había incrustado en su pecho. Ella tenía los pies muy doloridos.
La sacaron cortando las herrumbradas latas del vehículo. Salió aullando la
ambulancia, llegaron a un hospital zonal. Allí aturdida contestaba lo que le
preguntaban las señoras vestidas de blanco o verde.
-Lo sentimos su marido está muerto-
le dijo un médico. Era gordo y miope. Los anteojos lo hacían parecer muy
cómico, pensó la chica. – Mire señora, tiene varias fracturas en los pies, pero
se pondrá bien. Se miró las piernas y vio que los que la rodeaban la miraban
raro. ¿Usted ha sido muy golpeada?
-Siempre, desde que me acuerdo. Me
golpeó mi padre, mi hermano, el novio de mi madre y también Ismael. Pero él, me
daba de comer y yo era su ayudante en el circo.
-¿Recuérdeme su edad?- dijo una
chica de delantal verde claro. –Creo que tengo como veinte años. No sé, eso
creo, porque Ismael me encontró en un camino muy herida y me llevó con él. Me
decía, no digas cuántos años tienes porque iré preso. Y yo le hacía caso,
total, siempre me dieron muchos palos.
Se acercó una joven rubia, le tomó
las manos y le acarició el cabello. -¿Kailas, es tu nombre? Mira, te vamos a
dormir unos minutos para poder arreglarte los pies. Ten confianza en el doctor
Moreno, no temas. Se fue quedando dormida. En el dulce sueño recordó una suave
nana que cantaba su abuela, esa que no quería Ismael que ella cantara. Soñó con
ángeles y árboles que se llenaban de flores y pájaros. Cuando despertó vio que
estaba vendada en varias partes de su frágil cuerpo. Una anciana de raro traje
negro con cofia blanca vino a su lado y el mojaba los labios con un pequeño
paño de tela. Luego sintió dolor pero para ella eso no era problema, siempre
estaba dolorida por algo.
-Eres muy joven para estar tan
arruinada, dime, ¿tienes un familiar a quién podamos llamar?
-No por favor no avisen a nadie.
Muerto Ismael, estoy sola en el mundo. Mi madre murió y mi padre… es, bueno
toma mucho.
-Duerme niña, mañana veremos qué
pasa. La religiosa se alejó pensando qué harían con esa muchacha. ¡Ya
pensaremos!
Al mes Kailas ya podía andar con
muletas, parecía un gorrión, saltando de aquí para allá. Le trajeron una bolsa
con prendas de Ismael y de ella; grande fue la sorpresa cuando entre las
prendas, encontró un enorme rollo de dinero. Y unos documentos que le hacían
dueña de una propiedad en la ciudad de Rama Seca. Todos la ayudaron. Se curó. Y
la joven rubia que era asistente la acompañó al lugar donde estaba la vivienda
del papel que tenía entre las manos. Una bonita casa, cerrada y solitaria
estaba en las afueras de la ciudad. Cuando entró, encontró que no le faltaba nada.
Cada habitación estaba completa, sólo la cubría una pátina de polvo que se
había acumulado con el tiempo.
La limpiaron juntas. Cuando estuvo
todo listo, Kailas le sugirió que ya podía estar sola. ¡Por fin era libre! Ya
nadie osaría golpearla ni darle de palos. En el atardecer, un gato blanco entró
por una hendija y ronroneando se acomodó en su regazo. Ahora ya no estaba sola.
–Te llamarás “Libertad”- y se acomodó sin pensar que esa noche algo iba a
quitarle la paz.
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