viernes, 17 de diciembre de 2021

ESCAPÓ LA CHISPEANTE RISA CANTARINA DE CELESTE

 

            Bueno, dijo Belén a su nana, me voy. Quiero ver el mundo y conocer los mares infinitos, los castillos de Rin y los antiguos monumentos de Roma. La institutriz se reía. -¿Cómo pagarás tus viajes?- Papá me dijo que yo tenía mucho dinero en una cuenta de banco. - Pero con diez años dudo que te den ni una moneda en ese lugar.

            ¡Qué mala eres, si mamá regresara del congreso en Viena, seguro me comprendería! Ella vive viajando y dice que es lo mejor que Dios ha hecho para las mujeres. Dice que nunca se aburre. Yo acá con mis tareas me canso hasta el infinito. Quiero irme de casa, vivir una buena aventura y salir de la profesora de piano a la que odio, no jugar más al tenis con “Julián” y poder tener un perro que me siga por todos lados.

            -No podrá ser por ahora, hija mía, pues eres muy joven aun. Yo te prometo que si salgo de vacaciones este año, te llevaré a un lugar paradisíaco.- cuando salió de la casa con el chofer no imaginó que muy pronto vivirían una verdadera aventura.

            A pocas cuadras de la autopista, se detuvo un coche adelante y otro atrás, casi pegado al suyo. Bajaron tres encapuchados y apuntándole lo obligaron a bajarse. El chofer sonreía. Lo había entregado. Le pusieron una bolsa negra de tela rústica en la cabeza y le obligaron a subir a una camioneta. Apuntaron a los neumáticos del auto nuevo de Lisandro y al chofer le dieron un culatazo, como habían quedado de antemano.

            Cuando pasó una patrulla se encontró un joven desmayado, las puertas abiertas y faltaban la cartera del dueño con papeles comerciales, la computadora portátil y el chofer que no podía explicar qué había pasado.

            Celeste, la pequeña vio llegar un coche negro, por la ventana del escritorio. La nana estaba en su clase de tenis con Julián y ¡Tampoco vio nada! Un par de tipos entraron y apretando con fuerza a la niña, la sacaron con dificultad de la casa. Sí, con dificultad, porque daba patadas y se defendía como una tigresa. Al no tener perros, nadie escuchó nada.

            Fue llevada atada y sofocada con la boca cubierta con tela de embalar, manos atadas con sogas y pies de igual modo. La chiquilla, seguía dando codazos, patadas de doble pies, por las ataduras y cabezazos con furiosa osadía. Los alcahuetes no imaginaron nunca que una pequeña fuera tan furiosamente brusca. Celeste sabía cómo defenderse, después de todo.

            El lugar era frío, húmedo y silencioso. Sólo escuchaba el ruido de cadenas y el murmullo de gente que hablaba a los gritos muy lejos de ahí. ¿Dónde estaba? No se apuró, ni lloró, sólo se quedó expectante esperando que alguien se acercara para volver a patearlo. Y de poder hacerlo morderlo hasta sacarle sangre. ¡A ella la iban a doblegar!

            Cuando la nana regresó de la cancha de tenis, se sobresaltó. Vio cosas caídas por todos los lugares por donde sacaron a su pupila. Llamó a la policía que prácticamente estaba en la puerta de la hermosa casa. Ellos traían la noticia del secuestro del dueño de casa. Lisandro había desaparecido, el chofer internado no volvía en sí. (Cosa que no estaba en los planes) y ahora faltaba la niña.

            Morena Jordán no había regresado todavía. Llegaría el jueves y ¿quién la iba a ir a buscar al aeropuerto si el chofer no estaba sano? Era ahora la única de la familia que estaba libre y a merced de los forajidos.

            El teléfono sonaba y sonaba, pero la policía no permitía que la nana, Matilde, atendiera. ¿Estaría Celeste con el padre? Sabría alguien que había pasado. Un inspector la señaló a Matilde que atendiera. Julián había buscado a la cocinera que no hablaba español, para que preparar algo para comer y malhumorada la mujer no entendía nada. Era un inmigrante asiática que había entrado en la casa por una agencia especializada en contratar gente de servicio que no se inmiscuyera en los problemas de la casa. Venía de un remoto país: Burma. La antigua Birmania.

            En el recinto había penetrado el frío. Alguien se acercó a Celeste con una frazada y ella le asestó semejante patada, que escuchó un  aullido de dolor y un insulto en un idioma que no conocía. ¡Por fin tenía una aventura digna de diferenciar su tonta vida con la real! Esa que ella soñaba. Imaginó toda la historia. Lo que no sabía era que su papá estaba en otro lugar en peores condiciones que ella y que su madre por razones comerciales se demoraría más de una semana.

            Algún valiente le dejó un jarro con sopa cerca. Ella lo volcó con los pies… moriría de hambre y saldría en los diarios: -“Joven niña raptada muere de hambre en manos de sus captores”- no pasó. Entre cuatro energúmenos la sostuvieron por los brazos y las piernas y la obligaron a tragar una sopa. Le supo deliciosa. Pero escupió un poco para que no se alegraran. Hablaban muy mal castellano.

            Lisandro Loria pensaba en su familia. ¿Dónde estaría y cómo su pequeña Celeste? ¿Y Su esposa Morena? La fábrica en manos de sus eficientes ayudantes seguiría bien, eso no lo dudaba. No les entendía a estos mal nacidos lo que querían. Seguro más dinero del que podía tener a mano. El comía lo que le traían y ellos sonreían. – ¡Este hombre no sabe que tiene una fiera en la familia! Su hija. Esa sí era una mujer con agallas a pesar de sus cortos años. Una tigresa. Aun no conocían a Morena.

            Morena llegó un viernes y le llamó la atención que en lugar de venir el chofer, la esperaba un auto de la policía. – ¡Seguro, entraron a robar en casa, menos mal que las alhajas las guardé en el banco antes del viaje, por lo menos las más valiosas!- pero no. El tema era otro más ofensivo. Su hija estaba desaparecida. Imaginó lo peor. Rapto, violación y muerte.

            No, le mostraron una misiva de los energúmenos que decían que no la habían tocado. ¡Claro quién se acercaba recibía semejantes puñetazos y golpes que con la vida que conocían no querían ni verla! De su marido una esquela rogándole hablara y conciliara con esos hombres. ¡Se puso furiosa! Los gritos se oyeron hasta las cuatros manzanas que rodeaban la casa. Sacó un arma que tenía en un escondite y comenzó a llenarle el cargador con balas especiales. Atendió el teléfono y les dijo: “Lleven a mi hija y a mi marido al Jardín Zoológico, yo les llevo lo que piden”

            Cuando llegaron la policía había despejado de niños el predio, unos agentes disfrazados se hacían pasar por cuidadores, jardineros y vendedores de galletitas para los simios. Ella los vio a Celeste y Lisandro bajar despacio con dos tipos de cada lado. Sin que pudieran hacer ningún movimiento desde su bolsillo en la amplia chaqueta comenzó a disparar y mató a los cuatro que estaban junto a sus amores y después rápida como un rayo a los que estaban en los autos.

            ¡Nunca supieron los malvivientes que era campeona olímpica e internacional de tiro! Al chofer todavía lo tienen en terapia intensiva del hospital de alienados.

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