lunes, 27 de diciembre de 2021

Y POR ESO LO MATÓ

 

            Ernesto era un muchacho muy despierto, siempre buscando un trabajito para llevarle unos pesos a su madre. Su papá se había ido de la casa cuando nació el Brayan que nació con una manito sin dedos y un pie al revés. Y su abuela los recibió en la casita de Villa Los Alerces.

            Todo fue súper bien hasta que se operó al nene y quedó mal. No superó algunos difíciles días en el hospital. La mamá comenzó a estar triste, no quería comer, ni levantarse y la abuela intentaba imponerle una rutina, pero el médico que vino un día en la ambulancia le dijo que tenía una gran depresión. Y así la fue viendo como una vela que se iba apagando, hasta un día de primavera en que ya no pudo más y se dejó ir.

            Ernesto dejó la escuela y se fue a vender pan en el tren, en alguna esquina o en la plaza del otro barrio. Allí conoció a don Gutiérrez, un verdulero que le fue dando “changas” hasta que una nochecita lo metió de “prepo” en la verdulería y lo quiso manosear y él, le pegó y salió corriendo.

            Por supuesto no volvió más, la abuela lo quería denunciar, pero la paralizaba el miedo a una represalia. Cambió el rumbo del chico. Buscó trabajar con mujeres, pero lo peleaban mucho y se cansó.

            El mundo era duro para un chico y su abuela. Otra operación y el Brayan quedó mejor, la pagaba una mujer que solía ayudar en la Villa. Era de un hogar de la “Escuelita para ciegos”, y conocía a muchas personas que le conseguían ropa y calzado para los de la Villa.

            Pasaba el tiempo y Ernesto crecía como un pequeño hombrecito. Siempre listo a tomar un trabajo, ya fuera cargar un camión, ya fuera pintar una pared, ya cosechar fruta…, siempre con ánimo y una sonrisa. Cumplió los dieciocho años y lo contrató un tal Núnez, hombre que parecía bueno y le pagaba bien. Así fue creciendo hasta ese fatídico día en el otoño. El “Rubio” un muchachote mal criado y de malos hábitos, lo siguió para robarle la quincena. Cuando Ernesto entró a su casa, la abuela estaba sentada pelando unas papas y el Brayan se arrastraba entre su cama y la mesa. El “Rubio” se metió con un cuchillo y amenazó al Brayan. Los gritos asustaron al niño que se tiró al suelo, y se golpeó justo en la cicatriz de la última operación. Sangraba. Ernesto como un león tomó el cuchillo de la mano de su abuela y se lo clavó al ladrón.

            Cuando llegó la ambulancia, era tarde. Ernesto tuvo que ir a la cárcel. Y sólo por defender a su familia. Él era el hombre de la casa. La abuela y Brayan esperan que se cumplan l

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