lunes, 25 de marzo de 2024

YERMO

 


            La ciudad desierta y un viento helado que barre con la basura y las hojas muertas, secas, del otoño. Ahora resuenan mis pasos como el golpeteo metálico de un raro martillo, en la fragua arde un fuego rabioso y el sol cae rotundo sobre mi cuerpo endurecido por el frío. La combustión infame no alcanza  a calentar los músculos doloridos y agarrotados como raíces de acero crudo.

            Nadie camina en esta calle de New York conmigo. Estoy huérfano de humanidad. Cae lentamente como nieve dorada cada rayo de sol agónico entre edificios vacíos, muertos, abandonados. Estoy solo y estigmatizado con el sorprendente dolor de la muerte. Cuando llegue el año 2053 será mejor, pienso mientras camino arrastrando el aliento desolado de mi conciencia despierta. Nadie escucha el latido de mi corazón y de mis sienes rotundas.

             La ciudad que pulsa está sombría, la peste cubre cada rincón y cada esquina del sumidero de cemento y hierro. Allá por el siglo XX, nació el "anatema" de la vida y del amor del hombre. El SIDA. El destino de la humanidad irreflexiva que se precipitó a un  abismal destierro del amor. Yo me miro mis pobres manos livianas y mi sombra que fluye a mi lado como un confuso tártaro, es un milagro impreciso que se acerca, es un perro negro semejante a un beso infernal, negro como chaparrón de antracita  me sigue, ladrando su delito. ¿Quieres acompañarme sombra mía?. Pobre sombra que es todo lo que tengo y que sobrevive.

            La ciudad muerta. La ciudad crisálida perpleja me envuelve protectora con sus sombras. Mis manos pálidas y quietas buscan cautivar un espíritu manso, un alma pura y que me ame. Compañía esperada.

            Año 2053 ya arribado, guardián de mi soledad y mi penuria. Sigo solo.

 

UN LARGO VIAJE AL PASADO


                        El avión había aterrizado sobre la pista húmeda y el viento arremolinaba todo lo que encontraba a su paso. Me sentía especial. Había logrado la beca más importante, como premio a mis investigaciones. Llegar al viejo continente era una meta única para todos los estudiantes de Antropología. Y ni puedo recordar desde cuándo mis padres me habían inculcado ese afán. Ya estaba allí. Madrid primero y luego Sevilla eran los puntos de mi deseo. Una joven azafata me sonrió ofreciéndome un impermeable descartable con la marca de la compañía  aérea que yo recogí agradecida. Pasé los controles necesarios y cuando me liberaron salí a un ambiente enorme. Estaba atestado de gente de todo tipo. Para mí algunos resultaban muy simpáticos por sus raros atuendos y coloridos equipajes.

                        ¡ Ya estaba por salir del edificio aéreo, cuando entre la multitud divisé un cartel en alto con mi nombre completo !. Me acerqué y una sonrisa plena de una muchacha morena me recibió entusiasmada.

                        -Tú eres Ariela, bienvenida a mi país.- dijo mientras me tomaba de la mano que tenía libre, tengo mi coche afuera - me llamo Serena y esperaba tu llegada en nombre de tus futuros compañeros de la universidad. Somos siete locos que vivimos entre piezas del mesozoico  y del paleozoico.

                        Así comenzó mi hermosa estadía entre un grupo extraordinario de investigadores y un mágico tiempo de aventuras.

                        Tenía un mundo fantástico para descubrir. Así fue desde mi arribo. Madrid me fascinó por ser una mezcla de tiempos históricos y de una modernidad resplandeciente. Tan rápido como te puedes mover entre paseos llenos de pasado como tienes frente a tí un edificio del futuro. El tránsito infernal a las horas pico igual a cualquier capital de un país rico.¡ De la noche ni hablar, pues el vértigo acompaña a los madrileños constantemente !. De café en café, de pista de baile en pista...y el vino y la risa...pero todos a la mañana al trabajo. 

 

MARIPOSAS DE SUEÑOS...

 


En la región de mis sueños

hay una mariposa transparente

que juega con la alegría de mi partida

tiene alas de seda y perlas brillantes de colores

y una sonrisa de crepúsculo y de estrellas navideñas

vuelo cabalgando en el fuego  del cielo nocturno.

Esmeralda de vida...soy

 amiga de la aurora       de la paz y tú

mariposa celeste que me llevas en alas crepusculares

a la región planetaria de mis sueños,

esquiva ese dragón de papel y oro

imaginario

que impide que te siga,

que impide que me crezcan alas verdaderas

para que vuele al cielo, al mar, a la campiña

llevando al mensajero de la mano

que me rodee en el jardín con jazmines y peonías

que juegue con las hadas, mis amigas

que comparta mis días

con ángeles de cartón y lentejuelas

rodeando el árbol frágil     colorido   iluminado

con luces intermitentes   con estrellas

mariposa...no te acerques a mi luz,

que puedes perder el brillo de los sueños.

Volemos al infinito, a la región donde habito

donde el pesebre anuncia la esperanza.

¡ Tu mano con mi mano y la de ellos...juntos

haremos el mundo más hermoso del mañana!

LULÚ...LA MÁS HERMOSA


                        Se debatía entre la vida y la muerte, con esa necesidad de no abandonar el rincón donde estaba desde hacía un millón o más, de años. La habitación era de ese tono rosa dulzón de las viejas románticas, casi de otro siglo. Su humanidad de ciento veinte kilos la hacía imposible para las pocas personas que la ayudaban aún. Era como una esfingie de granito...nó, era más como un enorme y blando bloque de ser vivo. Una araña de bronce y cristales daban una luz difusa y cálida al lecho con docel y almohadones de encaje en el que agonizaba "Lulú" la que otrora atrapara el amor y el deseo de hombres inimaginables. Había conservado el límpido color de sus ojos que se escondían en la piel laxa y flácida de su ahora cara redonda. En su preciosa cómoda de ébano y nácar, un retrato de su juventud la mostraba con toda su impertinente belleza de mujer hermosa. Labios carnosos y cabellera de un rubio ceniciento la habían centrado en el corazón de jóvenes y hombres adultos que se desquitaban sus sonrisas, sus bailes y sus favores.

            Así lo poseyó todo y lo fue perdiendo todo...se quedó sola con sus recuerdos. Como pasaba el tiempo y no lograba un compañero para `toda´la vida se fue transformando en la amante de los hombres más ricos, que la llenaron de joyas y ropas traídas de Francia o Italia en barcos. Una hermosa propiedad la hizo dueña del salón más frecuentado por artistas y personajes famosos. Su vida era la envidia de mujeres casadas y madres de proles enormes. En su casa se leía lo más nuevo y se discutían temas de política que reflejaba la osadía de los amigos de Lulú.

            Ya era tarde para decirle la verdad. Nada le quedaba en realidad. Su habitación era lo intacto gracias a un pacto de amor hecho por gente que ella  ayudara en su momento de riqueza. Los inmensos salones desmoblados, sin alfombras ni adornos de cristal y porcelanas antiguas parecían el esqueleto de un fantasma épico, y ni hablar de los jardines que había creado el famoso Prince Adams, el mejor paisajista de Nueva Inglaterra, esos eran una maraña de hierbajos y troncos podridos llenos de musgo y hongos. Nada le quedaba, sólo lo que se veía desde su ventanal. Eran las cinco de la tarde y su pecho subía y bajaba con dificultad en cada respiración. Un sudor frío recorría su frente y mojaba su cabellera pulcramente cuidada. Las jóvenes que ella había recogido como camareras, salían del nido de amor casi como fantasmas. Ella debía creer que aún la servían. Sus ojillos suspicaces, observaban silenciosamente sus caras y sus modales...se encaramó sobre las almohadas y dando un suave suspiro llamó a cada una para darles las gracias y su bendición mientras les decía en los oídos unas palabras suavemente susurradas..." Vendan todo lo que queda y no trabajen más con sus cuerpos...se irán de este mundo como yo, solas y desfiguradas". Aunque todas habían tratado de no demostrar que en un rincón de la casona aún había un lupanar, la astuta Lulú sabía...

            Murió sonriendo entre los sollosos de sus muchachas que la habían amado.  

REÍR A PURO DIENTE


Reír a gritos.

                        Reír la emplomadura. Reír los huesos.

                        Reír desde los glúteos y la glotis."

            Mi tío Universo Fernández era el hombre más jocoso que yo pude conocer. Todos los amigos lo seguían a la cancha, al club, cuando iba de pesca o de caza o a las mil rarezas que se le ocurrían. Su esposa jamás se pudo aburrir con él porque siempre tenía alguna picardía para hacerle. Hasta que un día le mandó a su cuñado "Tito" una corona para difuntos, el día de su aniversario de bodas con, según él, la mujer más fea e insoportable de este mundo y... se armó.  ¡Toda la familia se presentó en la casa del tío Universo con unas caras de velorio que desarmaban! El pobre tío los invitó a pasar y les sirvió jerez, vino tinto del bueno y algunos apresuraron un whisky, porque hay que decir la verdad, él recibía regalos de todos los amigos y empresas porque les alegraba la vida. A los pocos minutos comenzó con el chiste de los monitos, luego con los de Jaimito y cuando quisieron ver ya ni se acordaban para qué habían venido. La noche llegó entre chanzas y chistes, cuando sonó el timbre y apareció el tío Progreso, su hermano para comunicar que al "Tito" lo habían llevado preso...Sí, estaba en la comisaría porque no le creyeron que él no se había muerto y estaba fingiendo y los de la funeraria habían llevado el mejor servicio que tenían. Todavía se siguen riendo, pero el tío Universo jura y requetejura que él, en eso no tuvo nada que ver.                               

ARBOL

 

ARBOL 1

                        El Prunus  Serrulata es un árbol de la familia de los ciruelos, pero no da casi frutos y si los llega a dar, son desagradables al gusto humano. Es un árbol que tiene la característica de tener madera color bordó y sus hojas que según la subespecie (Nigra, Mume, Serasífera, etc.) poseen tonalidades del verde claro hasta llegar al rojo, casi negro, dentro de las gamas rojo bordó y ciruela. Cuando recién está desapareciendo la nieve gracias a los primeros calorcillos de la primavera, su copa se llena de millones de flores que van del rosa pálido al rosa intenso. Y sus pétalos que van cayendo con la brisa, dejan sobre las despojadas zonas de pasterre una suave alfombra de color. Los escasos frutos son ciruelitas pequeñas que sirven de alimento a las aves. Es un árbol codiciado por los jardineros y paisajistas.

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ÁRBOL 2

                        La tarde caía sobre mi extraña soledad. Un rumor de pájaros crecía en el amplio jardín de mi cabaña. El Plata asomaba con su sortilegio entre nubes violetas y rosado intenso y yo me adormecía frente al sueño mágico del paisaje. La nieve se había escurrido como pidiendo disculpa de tanto blanco impiadoso. El pasto escaso de un amarillo verdoso, pedía un respiro para explotar en verdes y fuertes e indecentes lozanías de primavera. En medio del misterio reverdecer de la tierra, un frágil árbol estallando en delicadas gemas de rosado ciclamen y fluidas lágrimas de seda y terciopelo rosa. Ese era el árbol que había plantado cuando partió mi querida amiga..., ella que soñó con magnificencias de vida, con obscenas esperanzas de futuro. Ella no había elegido esa partida y yo indefensa, ante tanta artera injusticia y de las trampas que me prestó la muerte, sólo con altanería había escogido enraizar un árbol. ¡No cualquier árbol! Un Prunus, que llenaba ahora de vida mi jardín y mi desdicha. Mañana con la luz libertina del amanecer un desafío de renuevos floridos, desquiciarían la burlona historia de su partida. Seducir pájaros y mariposas, reclutar abejorros y deidades del matorral inquieto, ese era el presagio de una vida en rosas-carmesíes, rosas- dorados, rosados fuertes y débiles rosados.

                        Comenzó a caer la noche y con el brillo de la luna, mi árbol se preñó de lágrimas de plata y de cristales flamígeros, de diamantes  rituales como lágrimas, ¡ Y tan sólo eran flores!. Pequeñitas, delicadas, perecederas. Me dormí con la frustrante sensación del olvido. ¿Habré soñado acaso con mi amiga o fue su sombra tenue la que vino en mi sueño a visitarme en la noche? ¡ Quién lo puede saber , es todo tan inexplicable como ese suave manto de florcitas rosadas que apareció bajo el follaje bermellón al otro día! .

 

EL TORO...Y SU TRISTE HISTORIA DE AMOR


            Crisóstomo Lucero, "el Toro", se despertó como todas las ma ñanas a las tres en punto. La madrugada era de ese color nítido del sereno...frío, húmedo y silencioso. Bueno, a veces se rompía el silencio con los gritos de algún borracho que venía de la isla. Prendió un ´Particulares´negro y aspiró con placer el humo penetrante. Encendió la radio. ¿Colonia o el Mundo? Se decidió por la que tenía a "Carlitos" cantando "Milonguita". Escuchó la fría voz del "espiquer" que anunciaba lluvias y frío con viento moderados del sur. Por lo menos no llegaría la sudestada. Se preparó un mate y mientras se afeitaba como todos los días, miró por la pequeña ventana del bañito ínfimo que le correspondía en el conventillo. La luz estaba encendida en la casilla de enfrente. Ella, estaba trabajando con la máquina dale que dale. ¡Cerró los ojos y la pensó toda hembra...hermosa!. Se tomó otro ´mate´ y apagó el ´faso´. Se miró en el minúsculo espejito y sonriendo se volvió a peinar, esta vez con brillantina, ¡no hay como la "Glostora" para este pelo rebelde como mi gente!, pensó. Salió silbando un tanguito. Preparó el eterno bolso con una toalla, jabón y algo de carne para asado, para preparar en la dársena al mediodía. Metió una manzana y luego de apagar luces, calentador y radio, salió despacio para no despertar a la doña de la pocilga de al lado y a los ´pibes´.

                        Una bocanada de aire frío y húmedo le cortó la respiración. Se paró en la esquina donde para el tranvía nº 33 que lo lleva al ´yugo´. Allí ya estaba don Tocho, que también se iba al frigorífico. Por la sirena de un barco supo que eran las cinco y ya comenzaba a colarse sobre los adoquines el manto color obispo de un sol escuálido y furtivo que se ponía a jugar a las escondidas como niño entre los destartalados edificios obreros del bajo. ¡Siquiera el sol fuera un contrato de palabra permanente! pensó, mientras se colgaba del ´bondi´. Escuchó la cantinela del maquinista, que tenía la voz en cuello cantando una milonga, interrumpiéndose..” hacia atrás”. ¡ Ese era su tango favorito: " Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando...". La gente lo apretaba con odio y rencor contra sus desdichas de inmigrante de provincia, de cabecita negra.  Había dejado su pueblo en el sur  y se sentía un extraterrestre, allí en su mismo país.

                        Llegó como todos los días, marcó la tarjeta en el momento en que sonaba el silbato del barco.  Ya tenían que descargar.  El sol esquivo hizo un alto entre las nubes desaprensivas y dejó de llover y por supuesto, ese sol sonrio mezquino por un rato, calentando apenas el cemento, en que se sentaron a comer algo. El Toro, se dejó caer en un borde de concreto y madera medio podrida por el agua del río. Quería descanzar. De pronto unos gritos de dolor interrumpieron la mañana. Una planchada del barco había caído sobre un muchacho...el Toro corrió y con su fuerza enorme levantó la plancha de hierro y metiendo el hombro derecho la sostuvo hasta que pudieron sacar al herido. La resistencia que tenía era prodigiosa. LLegó un gerente y detrás el "patrón"...todos los obreros lo escoltaban con admiración. El herido partió en ambulancia y él quedó allí  con su camisa marcada con la sangre del herido. Se sentó y de las manos finas y delicadas del patrón recibió un cigarrillo rubio importado...fumó con deleite. Allí mismo el jefe le dijo: ¿Tu nombre ? - Crisóstomo Lucero...soy sureño...de Olavarría, me dicen el “Toro” Y quedó flotando entre los hombres una admiración creciente. Un respeto de machos.

                        -¡Bueno "che" Crisóstomo...tomate el día libre, le has ahorrado un problemón a la empresa! Te lo merecés - y sacando unos billetes se los puso en el bolsillo de la camisa. El Toro quiso rechazarlos pero la mano firme del patrón le impuso con la mirada y un gesto serio, pero amable, el premio. Los otros lo miraron con envidia.

                        Le parecía raro regresar tan temprano al barrio. Pero él era siempre el mismo, un Toro, no por su fuerza bruta, sino por su nobleza.

                        Llegó a una hora en que el barrio entero parecía una caldera hirviente. En la cuadra de su inquilinato, se había instalado una feria de gringos que vendían de todo. Compró unos pescados frescos y algo de fruta. Una "tana" rubicunda, con un crío en la cintura, le ofrecía flores...¿a quién se las podía dar él? Sonrió y siguió de largo. De repente casi se atropella a la "Rusita", que había dejado un momento su máquina de coser y se quedó parado, mudo y la miró con devoción de cura. Ella clavó los ojos de un verde transparente en sus ojos negros, se llenó de sonrisas y dos hoyuelos se marcaron en las mejillas. ¡ Estaba tan pálida como las nubes del cielo!. Estaba allí parado sin poder decir nada. Simplemente estaba parado. Sintió un empujón que casi lo deja sentado en el bar del Turco, y de pronto con una cerveza en la mano y el vozarrón de don Tocho y la risa de otros muchachos que lo miran con curiosidad creciente.

                        - ¡ Eh, Toro, no se me achique, es linda la hembra pero...tiene dueño!- Y fue entonces, el remolino de ojos y brazos y risotadas.

                        - ¿De qué me habla amigo?- apenas podía murmurar por la vergüenza y la cortedad de su carácter. Sintió un calor desgarrante que le apretaba todo el cuerpo. Le subió un dolor ferroso y herrumbrado por la garganta enérgica de macho.¡ Él, el Toro, haciendo ese papelón frente a todo los hombres del boliche...!

                        -¡ Vamos...Toro, usté sabe...,sabe de qué le hablo, de la rusita..., hermosa ´mina´, pero...en cualquier momento cae el ruso. Hace mucho que no viene, pero es un hombre que trabaja en otro lado. Creo que trabaja por Misiones o el Chaco.

                        Un silencio espinoso y torpe, se cierra entre los hombres. Nadie abre la boca. Es un compromiso de todos respetarse la hembra. En la vitrola canta la Tita Merelo esa chica nueva que vocea ..." Yo soy la morocha..." y Crisóstomo cierra los ojos con fuerza para no desmostrar su blandura. Tiene que salir de allí y deja la cerveza y pone un billete sobre la mesa de madera ordinaria y casi atropellándose a un ´fulano´ que entra , sale disparado hacia su pieza. Al entrar ve sobre la cama un paquete finamente envuelto en papel de colores. El corazón le da un salto, piensa en la rusita y de un manotón lo abre...Un par de visillos hechos a la aguja primorosamente trabajados que lo asombran. No tiene pistas para descubrir su origen. Saca la cabeza y casi choca con doña Franchesca, una gringa de la pieza veintitrés.

                        - Lo esperaba...le dejé eso sobre su cama, perdone el atrevimiento, pero me ayudó tanto...- La mujer en su media lengua le pedía perdón y él, no recordaba nada. -Usted me ayudó a subir los baules el día que llegué, ¿se acuerda?- y entre sonrisas le tiende una mano encayecida. - Gracias.- y sale casi corriendo seguida por no menos de cinco niños de ojos grandes y curiosos. Los mira con asombro. Todos en el edificio son forasteros como él, todos pobres, todos llenos de problemas. Y él , uno más del montón. Sorprendido se vuelve a su cuartucho y saca las cortinitas blancas y las mira...son bonitas, carajo.¡ Qué alejado está él de esos primores ¡ Se asoma por la ventanita del baño para mirar a la rusita, la espía con deleite y ve que ya está sentada frente a la máquina, trapo viene trapo va. No está acostumbrado a tener medio día libre.¡ No sabe qué hacer? Y se acuesta en su cama rezongona y se duerme a pesar del ruido del inquilinato.

                                   Después baja a la calle a cambiar unas palabras con su gente, y para tomarse una Ginebra o una "Ferroquina Bisleri"...cosas de ese mundo pequeño en el bar del Turco. Siempre acecha a la muchacha de sus sueños. Pero nunca le habla o la piropea como hacen otros hombres del barrio. ¡Sos un ´otario´, un gil de cuarta...te la van a soplar...dale, acercate!; piensa en silencio. Pero sigue allí, sin tomar coraje. Sólo mira la ventana y sueña con avidez de besos y de desenfreno inconfesado.

                        Llega la primavera y un barco atraca detrás de otro. Con cargas bravas y enconadas que les trae enfermedades desconocidas o novedosas chucherías de contrabando. El trabajo es duro pero para él, no tiene ningún enojo ni novedad. Una tarde regresa más temprano y cuando se descuelga del micro...ve un gentío frente a la parada del tranvía, de la vereda de enfrente. Gritos y chillidos de mujeres y chicos. Corre y entre codazos y empujones se abre el paso para ver. En el empedrado de la calle, herida, está la Rusita...La levanta en sus brazos y corre hacia el único coche del barrio, el del Turco bolichero, que salta como impulsado por una fuerza inmaterial y salen disparando al hospital.¡ El maldito ´cajetilla´que la atropelló, escapó por la avenida, antes que nadie pudiera reaccionar! Y llegan a la sala de primeros auxilios y le arrebatan el cuerpo desvanecido de la mujer. Un médico le pide que no se aleje y se acerca un "cana" con una enfermera. Comienzan a pedirle datos.  Él no sabe ni siquiera el nombre. “Una vecina”, dice y el Turco se retuerce las manos. El miedo se instala. El muy infeliz, comerciante, al fin, se va con su auto. Se queda solo y siente que tiene un trozo de acero caliente en las tripas. Se sienta a esperar en uno de esos bancos duros y asfixiantes del hospital. El olor a muerte y a "Gilot" lo hace descomponer. Busca un baño y vomita. Luego de mojarse y tomar unos sorbos tibios de agua, sale para seguir esperando. Un joven médico envuelto en un apretado y sofocante delantal verde sucio y maloliente, lo toma del brazo, donde aún tiene manchas de sangre de su amada y le espeta...¡ Su mujer necesita todos estos remedios y sangre..., allí le harán las pruebas para que done! Y sale sin preguntar ni pedir explicaciones. Él como un robot se presta para todo...tiene esa plata guardada que le dio el patrón. Será para su Rusita. ¡ Otra enfermera lo empuja hasta una larga y afilada habitación donde cama tras cama mujeres lo contemplan o simplemente despiertan de sopores inapelables con aromas a sopa y alcanfor! Ella apenas abre los labios, acerca su mano a la de él. El Toro tiembla de dolor, de emoción y de amor. Ella murmura un nombre. No le comprende. Se sienta en una silla de metal, dura , que se va incrustando con las horas que transcurren, en sus nalgas. Por momentos dormita igual que ella. De repente lo llama con una suavidad de pájaro débil. Lo ha reconocido y le sonríe. Le acerca un poco de agua. Bebe y le toma la mano. Nadesha... Nadesha...Solokov ...es mi nombre. Y su cabeza cae nuevamente sobre la pobreza blanca del lecho. Nada. Silencio y quejidos apenas audibles. Pasan horas interminables. Agobiantes e incómodas. Él está solo y todos los relojes detenidos. La vida en su eterna guerra con la muerte juegan allí una lucha desigual.

                        Luego de algunas semanas de cuidarla con ternura, el Toro, regresa a su cotidiana monotonía. Consecuente, la vida gana y la muchacha repuesta, torna a su fatiga de trapos y centímetro. Sólo fue una pausa en sus vidas.

                        Una madrugada como siempre se despertierta pone la vieja pava en el calentador, unos mates calentitos le darán fuerza para comenzar un jornada dura...llueve como si el infierno se hubiera despertado en furiosa alegría. Llueve y el golpeteo en las latas del techo impiden escuchar la voz de Carlitos en la radio. Siente un murmullo en la puerta, es como un aleteo de palomas. Abre y encuentra a la rusita empapada acodada en su puerta...la levanta en sus brazos y la deposita en la cama. Está débil aún y mojada. Su pelo rubio pegado en franjas sobre sus pálidas mejillas. No sabe que hacer. Ella se yergue y lo abraza con fuerza y lo besa con un fuego que despierta todos sus instintos adormecidos. Mojados, torpes y enardecidos se aman sin prejuicios. Se olvidan del mundo. En la radio... Carlitos Gardel canta “ Volver...”, sin relojes ni almanaques. Allí se arriesga la pasión con el deseo en un simultáneo parpadeo entre la vida y la muerte. Entre el pecado y la esencia misma de la vida que se mezcla con la sabia necesidad de los cuerpos. Ella ama sin derroche a ese hombre que apenas mira. Él la ama con furia contenida de su sexo joven. El sol encuentra los cuerpos desnudos, dormidos y seducidos en la pequeña cama. Un olor de amores impronunciables y tensos. El silencio despierta sospechas entre la ensoñación. De repente se abre la puerta de un golpe y un gigante rubio entra y con una cuchilla de tamaño desmesurado atraviesa los dos cuerpos infinidad de veces. La sangre compartida penetra la tela de las sábanas y del frágil colchón del conventillo. Abrazados y con los ojos abiertos mirando el infinito, quedan el Toro y la Rusita...esperando el cielo o el infierno. Sigue cantando Carlitos y en la calle la feria destierra el silencio.  

PARAGUAS VIEJOS

 


            Nino comenzó a escudriñar entre los trastos del abuelo Ángel. Encontró el viejo sombrero de fieltro, la pipa fiel amiga de los labios de anciano y la chaqueta raida de lana y se la puso. El olor lo confundió y cerró un minuto los ojos y su mano tropezó con un objeto de madera suave y pulida. Sus dedos lo recorrieron y sintió el frío del metal que por su redondez le recordó la antigüa escopeta del "nonno". Sonrió rememorando  cuando lo seguía y volvió a tocar la curva del gélido metal que se alargaba con su fina estructura, pensó en las innumerables veces que juntos atravesaron el bosque tras un conejo o una liebre asustada. Recordó la pícara mirada del anciano y volvió a sonreir.¡ Siempre conseguía que el pequeño animal escapara!. Cuando abrió los ojos en la semipenumbra comprendió que sus de dos  acariciaban el paraguas roto y ya sin la negra seda que usaba el abuelo Ángel cuando lo buscaba en la escuela y una lágrima cayó sobre el arcón antiguo. Lo cerró y se despidió de viejo y amado amigo...su abuelo.

CARNAVAL EN ZAMBA Y FUEGO

 


            Sintió el sonido febril de unos tamboriles en las adyacencias. Era carnaval y su pueblo amaba esa fiesta pagana. Despertaba la sangre negra escondida por siglos. Se asomó a la ventana. La mujer con su rostro descompuesto de ira, rompió el cristal de la ventana para que el sonido se acercara a sus oídos excitados. Su sangre fluía a borbotones por sus piernas sin poder sacarse el deseo de su hombre. Un agudo calor le atravesó el vientre. ¡El carnaval había llegado trayendo los recuerdos de su juventud! Sintió el aire fresco de la mañana en su rostro alegre. Su corazón sonaba como los tambores. Se estaba muriendo envuelta en el fragor del ritmo loco.

            Había conocido a un dios robusto, amante caliente y fervoroso en una tarde en Copacabana, en la Rua. Ella estaba vendiendo su cuerpo como siempre desde su más tierna pubertad. Lo miró. Sus ojos se metieron en un mar bravío. Silencioso como dios pagano la arrastró hasta un hotelucho. La amó desesperadamente. Se fue dejándole una soledad desmesurada. Ni su abandono en la infancia la dejó tan desnuda de calor humano. Sintió que ya nunca podría amar a otro hombre. Se emborrachó como hacía mucho no lo hacía y volvió a la calle. Rodó. Rodó. Moría en cada sexo que penetraba su fantasma. Ya estaba muerta.

            Tal vez al conocer a Oliverio comenzó a resucitar. Era un hombre calmo. Bueno. Se fue con él un día después de una tormenta. La Fabela le apretó el silencio. Le llenó de gritos y de risas. Pintó sus carnavales con ráfagas de fuego. Pero en medio del extravío ensoñaba con su dios perdido. Una lluvia de estrellas conectó su mundo con la vida. Se quedó embarazada. Una mañana descubrió entre sus brazos morenos a su niño. Regocijó su espíritu. Cantó su alma. Canturreó y armó batucadas nuevas en su cuerpo exuberante. Alimentó de las calles a sus hombres con hombres que mantenía a distancia de cien fuegos. Era feliz a su manera.

            Una noche sucedió...encontró a su dios perdido. Estaba solo y borracho. La cachaza rebotaba de su aliento afiebrado. Habló como no hubiera hablado con nadie. Ella lo amó desesperadamente. Sabía que nuevamente lo perdería. La ruas lo tragaron como entonces. Ella ya no era la niña de aquel tiempo. Tenía cien años en su rostro. En su alma milenaria no cabía esa pasión. Regresó al alba y lo esperó la tragedia. En su ausencia, la Fabela se había incendiado y murió su hijo. Quedó petrificada de dolor. Oliverio buscó ayuda. Estaban tan solos como los pobres solos de las favelas violentadas. Vinieron a llevarlos a un refugio y ella fue como una muñeca moribunda. No podía respirar por la tristeza. No tenía esperanza.

            Se acercaba el carnaval. Despertó una mañana con un mal presagio

 

EL CASO DE LA JOVEN SCHIU LING Y SU TRISTE FUTURO


            Un cuerpo semi destrozado con graves desgarros estaba desparramado en el lecho de un pequeño departamento en la zona céntrica de la ciudad. Un color violaceo y verdoso confundía los restos sin mucha forma de quien yacía hacía varias horas allí a la espera del juez. La policía arremolinada revisaba cada rincón buscando una respuesta.

            Soy un joven periodista filtrado, disfrazado de portero para poder tomar la nota para mi matutino.

             En la escalera  tropecé con la figura del inspector Trobiatto, quien al verme se desfiguró. No podía impedirme que llegara hasta la atroz habitación. Me arropé en mi ridícula vestimenta y comencé una frenética ascensión hasta el palier. Al ingresar casi dejo parte de mi brazo, en las duras manos del oficial Restrepo, que me quiso parar, pero dando un fuerte tirón logré deshacerme del acerado abrazo del hombre. ¡ Lo que vi me dejó casi mudo! Hacía varios meses que no veía algo tan extremadamente sádico. Sobre un costado de una camita pequeña, pero no infantil, vi el torso sin rostro y sin manos, algo de cabellos de un color muy negro y de cuero cabelludo, yacía en el picaporte del baño como un montante naval, eran largos y muy lacios pero nada indicaba sexo, edad o tipo racial. Una roja maraña de piel, nervios despedazados y tendones laxos caían en cascada por una sábana que había sido de color verde claro y derrochaba sangre.

            Me acerqué lentamente al cuerpo...justo cuando hizo su entrada el impertinente juez Ascárate Rostel, conocido por su soberbia y tozudez, apenas se enfrentó conmigo, lanzó un improperio y pidió a gritos que me sacaran. Yo intenté quedarme, pero la fuerza de los hombres de criminalística podían con mi cuerpo...ya encontraría la forma de entrar. No obstante antes de salir pude fotografiar varias zonas del habitáculo y al cadaver. Cuando revelara las fotos "algo" me daría pistas para saber más. Salí y me mezclé con la gente del lugar. Era el barrio chino y allí nadie abre la boca y menos frente a un maldito periodista extranjero. Me sentía verdaderamente extraño entre esas callejuelas llenas de dioses vestidos con antiguos trajes militares, con máscaras rojas y pelucones llenos de pelotitas negras..., también las pequeñas tiendas expelían olores a aceite de sésamo, incienso, especias fuertes, ajenjo, opio y una marcada untuosidad a otras etnias. Caminé lentamente tratando de encontrar un rostro simpático y sólo me iban cerrando las puertas una a una en el rostro. Encendí un cigarrillo, no para fumar, sino como para tomarme tiempo y pensar. En realidad había dejado de fumar hacía varios años y el rito de encender el cigarrillo me daba un tiempito para despertar esa agudeza necesaria que me permitiera ver en la oscuridad, en la nada. Sonreí y me senté en un barcito a tomar un trago. El coñac chino me quemó la garganta, me ardía la lengua y supe que me observaban. Un pequeño hombrecito oriental, de color cetrino y cabello ralo, se acercó con servilismo estudiado para hablar. Corrí la silla y le indiqué que se sentara. Le invité un trago de ese intolerable líquido destilado en quién sabe dónde...el avieso traficante miró ávidamente a su alrededor y masculló palabras entrecortadas."... El muerto era un joven de por allí, no tenía familia en la ciudad...tal vez tenía deudas con alguien...en fin ave de paso y averías".

             Cuando salí del lugar era casi la madrugada y sabía muy poco, nada más que antes. Paré un taxi y me alejé con cierta alegría. Temía por mi seguridad e integridad. Llegué a la redacción, dejé en mi canasta junto a la computadora los apuntes y me metí en el laboratorio. Estaba tratando de revelar las fotos cuando mi celular comenzó a chillar estridentemente. Salí del oscuro recinto y me sorprendió escuchar la voz del inspector Trobiatto. Necesitaba urgente esas tomas hechas en el lugar del asesinato, con una corta discusión logré una promesa para los próximos casos..., yo sería quien sacaría las primeras informaciones. Salí a la calle y una bocanada de aire helado me hizo tremolar. Había salido esa mañana con mucho sol y ahora el frío me penetraba hasta más profundo rincón del cerebro. Me arropé en mi vieja chamarra de corte inglés. Subí a un coche del diario y partimos con otro reportero, hasta la oficina del juez.

            Las fotografías eran impresionantes.¡ El color las hacía aún más trágicas ! El juez y los inspectores fueron analizando una por una. En la que había tomado desde abajo se obsevaba una pequeña marca en una de las desgarradas pantorrillas. Con una enorme lupa se pudo identificar una pequeña herida ya cicatrizada y un signo que no podíamos interpretar. En otra vimos que el cuerpo tenía los senos pequeñitos y muy mutilados, lo cual junto con trocitos del pubis nos hicieron concluir que se trataba, tal vez, de una mujer muy joven. Tentativamente tendría unos trece a quince años. Sí, era una mujer. El médico de la morgue traía los primeros resultados de la autopsia.¡ La gran novedad era que junto a los restos de la muerta habían restos de un feto de alrededor de seis o siete meses de gestación más mutilados aún que los de la extraña criatura ! Nada parecía indicar quién era. Estábamos inmersos en mil conjeturas con los detectives cuando...al promediar la mañana apareció un viejo chino con una mujer que lloraba y con sus atuendos blancos de duelo, se refregaba la cara y las pobres manos con hierbas urticantes. El hombrecillo parecía un voraz intermediario, pero aparentaba conocer muy poco el idioma castellano. ¡Yo lo había visto muchas veces por la zona y los tugurios del barrio chino ! Su humildad extrema y mal disimulada ponía una nota de maldad al caso. Querían el resto del cuerpo de " un muchacho " para incinerar de inmediato. Los viejos ritos y la familia estaban esperando en la calle...El inspector los hizo sentar, ya que debían esperar para hablar con el juez. Grande fue la sorpresa cuando vieron que la ayudante de criminalística, Patricia Fernández, tenía en su poder una fotografía de la pequeña muchacha asesinada, se llamaba Ling Pi Tao y apenas había cumplido dieciseis años. Los dolientes, parientes fraudulentos, quisieron aparentar haberse equivocado pero no les permitieron salir, sin antes explicarse y en forma automática la quejumbrosa mujer dejó de llorar y comenzó, en puro español, a excusarse y a esgrimir un sin fin de justificaciones dando a entender que le pagaban para hacer de madre desconsolada...casi salió corriendo y el inspector hizo detener al viejo, que de pronto no supo más hablar en castellano.

            La joven ayudante Fernández, se me acercó y me pidió fotos agrandadas de las que tenía entre manos y comenzó a extractar punto por punto detalles de las mismas. Una sombra casi inadvertida en un costado de la cama, señaló un pequeño objeto en el piso. Al aumentar el tamaño se alcanzaba  a ver un pequeño fragmento de jade. El inspector mandó de inmediato traer su coche y partimos hacia el lugar del hecho con varias patrullas. ¡Extraordinario fue ver al ingresar que la puerta estaba cambiada y al tocar salía una mujer de origen musulmán, identificada por sus ropas, y, su cabeza y cara cubierta, al más extricto rito de los religiosos kurdos ortodoxos! Nada había quedado de lo que hacía dos días, había sucedido en ese lugar. El hallazgo se tornó en un enigma más que rodeaba el hecho.

            Al descender por las escaleras una puerta se entreabrió y pude observar unos diminutos ojos mirándome. Me detuve y golpeé. Un grotesco gigantón oriental me abrió y con ojos siniestros me explicó en un mal castellano que no molestara allí. No me quedé quieto y esperé sentado en las escaleras mal iluminadas y malolientes. Gritos en varios idiomas extranjeros me hacían imaginar la vida de sus habitantes. De repente se abrió la puerta y en la semi penumbra que me envolvía pude ver que sacaban a una mujer medio desmayada. En su mano colgante pude observar una pequeña pulsera de jade, con unos mal cincelados dragones y con forma de esclava, ya que no tenía ningún tipo de cierre o traba. Recordé el fragmento del piso junto al cadaver. Volví a bajar y al salir a la calle me puse a mirar los brazos de todas las mujeres de origen chino que podían llegar a pasar junto a mí.¡ Casi todas llevaban ese mismo adorno! Me acerqué a un pequeño restaurante: " El Gran Mandarín" y me senté a almorzar. La mesera llevaba la dichosa pulsera y con delicada indiferencia o curiosidad le pregunté qué significaba. Ella se ruborizó y en un muy mal español me indicó que era el signo, entre sus compatriotas, al estar desposadas. Luego se acercó un hombre joven y me pidió que no hablara con la mujer excepto para pedir otro menú. Allí aproveché, luego de disculparme, para sonsacarle algún otro dato. Sin querer me había acercado a un indicio ya que el singular interlocutor para lograr atraerme como cliente me explicó que cuando una esposa se compraba, el padre de la novia o el " hombre mayor" de la familia, le daba ese brazalete. Salí de allí muy contento y me acerqué a la oficina del inspector. Al llegar vi que tenían a un grupo algo numeroso de hombres "amarillos", todos hablaban juntos y nadie entendía nada. Yo deposité sobre el escritorio una de las dichosas pulseras, que logré comprar en un negocito de la zona. Todos dieron un paso atrás y enmudecieron. El más joven junto al más viejo, trató de tomar el objeto, pero yo con toda presteza les tomé las manos impidiendo que lo sacaran. Así comenzó un breve forcejeo. La ayudante Fernández, se me acercó y señalando a un hombre de sorprendente ropa blanca ( color de luto entre los chinos) me indicó que algo sospechoso era para ella ese hombre. Al hacerlo sentar comenzó a sollozar  y los otros lo golpearon hasta casi dejarlo desmayado. La intervención de un grupo de "especiales" impidió que los hombrecitos, débiles en apariencia lo siguieran golpeando.

            El juez, hizo una entrada magistral y los tres o cuatro atacantes se dejaron caer en sendas sillas. Al pobre diablo lo sacaron en ambulancia hacia el hospital policial. Las cosas se estaban poniendo cada vez más intrincadas. Al rato llamaron del nosocomio para comunicar que alguien, en el centro médico, en la sala de primeros auxilios, había asestado una puñalada al infeliz chino y éste había muerto. Un desconocido había entrado y en medio del lío propio de una guardia, nadie podía explicar cómo, habían herido de muerte al hombre.¡ Las cosas se complicaban a cada instante !

            Para colmo de males se avecinaba el nuevo año chino, el calor de febrero hacía que nos pusiéramos muy tensos. Las calles se llenaron de carteles rojos con signos de augurios en dorado. Los grandes dragones en papel y las enormes imágenes de dioses ancestrales nos ponían ante un dilema aún mayor, ya que la colectividad estaba muy movilizada.

            Hasta la oficina del juez llegó el consul, hombre muy respetado y serio, muy astuto y hábil para manejar a una colectividad compleja, admirado por su cultura y modales propios de un dignatario, vino acompañado de uno de los más reconocidos empresarios, pidiendo no molestar a la colectividad en ese momento tan importante, pero los días pasaban y no podíamos encontrar ninguna otra pista que nos ayudara a encontrar la verdad.

            Un sinnumero de ruidosas caravanas, con altos monigotes vestidos a la vieja usanza y dragones móviles, tras un sin fin de músicos y estallido de cohetes y petardos, despertaron a la ciudad, en el barrio chino, ese quince de febrero. El nuevo año había hecho su estridente comienzo. Al abrir mi celosía ( yo vivo lejos en otro barrio alejado del centro) encontré un mensaje en un papel rojo con la figura de un dragón descabezado. ¡Era la primera amenaza! Luego llegaron otras. Cada vez más duras y me llené de pánico. ¡Después de todo, yo sólo era un simple periodista especializado en casos policiales,  en el matutino más leído del país,¡ me estaban diciendo que me callara o me matarían! Salí con más temor que otras veces y sólo veía chinos por todo mi camino, realmente el terror me trastornaba.

            Una mañana en la puerta de mi departamento encontré una carta escrita en muy mal español. Ahí me pedían que fuera a la plaza del Congreso a las diez de la mañana. Con mucho miedo me dirigí al lugar y grande fue mi sorpresa al encontrar a una mujercita, vieja y desdentada, que con el traje tradicional de las matronas de Beijin, me señaló una figura sentada en un automóvil, con temor me acerqué y comprobé que llevaba un velo rojo como las antigüas desposadas de la ciudad prohibida. Ella levantó lentamente su velo, me miró. Era casi una niña de no más de doce o trece años, y me espetó en una muy correcta lengua inglesa... ¡ Mi nombre es Schiu Ling! ¡Yo seré la nueva esposa...nadie me quitará ese orgullo! ¡ La mujer que maté era la quinta concubina y no le permitiremos con la "primera esposa", dijo señalando a la miserable mujer que me había llevado hasta la muchacha,... que  le dé un hijo...yo se lo daré! La mirada siniestra de la vieja me dejó perplejo. La pequeña estaba embarazada y sostenía su enorme vientre entre sus delgados brazos. Escurridiza la mujer subió sonriendo al vehículo.

            Cuando reaccioné ya el coche partía raudamente por la avenida y sólo pude ver la chapa diplomática del automóvil del viejo y respetado cónsul, que doblaba por la diagonal, rumbo al barrio chino. ¡ Recordé que el anciano "sólo" tenía un muchacho discapacitado de unos cuarenta años aproximadamente ! Era el heredero de su inmensa fortuna.

viernes, 22 de marzo de 2024

LETICIA 1

 

La recepción está llena. Apenas se puede caminar delante de la zona donde se toman turnos y admisiones. Una tarde espesa. Húmeda y caliente. Por el altavoz, llaman a personas y las acercan a los salones donde deben esperar su lugar.

Para Leticia es una buena señal, saber que no habrá mucha gente para atender. Ella suele tener hasta siete personas esperando en el recinto, pero este día apenas hay dos. Las atiende como siempre, apenas unos pocos interrogatorios y prescribe calmantes y estudios que transferirá a otros especialistas.

Me toca a mí entrar, cuando se escucha un llamado urgente desde la sala de urgencia. Sale refunfuñando. ¡Justo ahora me necesitan! Espéreme. Yo asentí. Bueno, la espero.

Cuando llega al gabinete donde yace un ser esperando, se le encoge el estómago. El olor a suciedad, orín y alcohol, la deja asqueada. Se acerca y ve una mancha de sangre entre los harapos del enfermo. Piensa en su ropa limpia y hermosa. ¡Carajo, un vagabundo! Se acerca una enfermera y comienza a cortar los trapos. ¡Cuidado, doc., tiene piojos y creo que sarna! Una cabellera hirsuta y blanca rodea la cabeza del yacente. Ya lo voy a lavar. Mientras tanto usted si puede tómele la presión o algo.

Había entrado en una ambulancia policial. Encontrado sobre la calle, herido, un uniformado lo recogió y corrió al primer nosocomio más cercano del lugar. No podían negarle la atención.  Hábil, la enfermera bañó el cuerpo del individuo, le pasó una rasuradora eléctrica por la cabeza y la larga barba. Caían al piso mechones con sangre e insectos. Un rostro de varón de no más de cuarenta años, se presentó a los ojos de Leticia. Algo le hizo dar un leve sobresalto. ¿Qué rostro conocido? Pero no puede ser. No lo conozco. Una vez limpio y seco, comenzó a hacer su trabajo.

No despertaba. El aliento agrio la envolvió cuando el hombre abrió la boca. Su dentadura ennegrecida por el tabaco y algún otro sólido le había carcomido el esmalte dental. Entre los andrajos, encontraron una pequeña bolsa con documentos, que de inmediato tomó el policía que permanecía de pie cerca del hombre.

Señora, se llama Exequiel Marcos Guzmán y tiene cuarenta y dos años. Sin dirección. Le han dado una golpiza terrible.

No. Agente, tiene una herida de cuchillo en el estómago. Creo que le han herido el hígado… bueno, lo que le debe quedar de hígado con el alcohol; y quién sabe qué otras “cosas” ha consumido. Lo hace reaccionar y el color de sus ojos azules, se incrustan en el recuerdo de Leticia. ¡Yo creo que lo he visto! ¿Pero dónde?

Rápidamente lo entran a quirófano y asume un colega una transfusión de sangre y calmantes, para ver si pueden operarlo. Mientras trabajan en el cuerpo doliente, hablan de cosas personales.

¿Cómo estuvieron tus vacaciones? ¿Adónde fuiste este año, viajera? Nosotros con los chicos solo hemos ido unos días a Córdoba. ¡Che, este tipo… tiene cara de ser conocido! Me inquieta ver lo mal que está. Si le hacemos unos rayos o análisis de prevención. No sabemos si es diabético o tiene alergias o si tiene alguna otra enfermedad. Leticia asiente. Sí, mejor esperemos, hagamos estudios. Entra un médico que se impone. ¡Por favor, ni toquen a ese paciente! No tiene seguro, ni sabemos si puede pagar los gastos de este hospital, no somos la Cruz Roja ni algo estatal. Esto es un hospital privado, alguien tiene que dar la cara por él. Sale golpeando la puerta de vidrio que vibra y se reflejan las luces dando un aspecto desagradable.

Fuimos con mi hermano y mi cuñada a la costa del sur de Francia. ¡Parece que se enojó su señoría… tal vez estudió en Harbar! Llamemos al agente que lo trajo. Entra el muchacho y dice: Este hombre es un famoso músico. Sus padres vienen en camino.

Leticia, se arrellana en la pared y aventó: Esperemos un tiempo, pero no lo dejemos… por las dudas. ¡Ay, tengo una paciente esperándome, salgo para hablar con ella y regreso pronto! Mientras camina por los pasillos del hospital, recuerda un concierto que presenció en el teatro Colón y recordó que ese esperpento enfermo sobre la camilla era el solista; ejecutaba el violín. Despachó a la enferma con un pretexto, le dio una receta con calmantes y le cambió el turno para dos semanas después.

Ella, no se perdería la posibilidad de cobrar unos jugosos honorarios de los padres del músico. ¡No he estudiado tanto para curar enfermos gratis!

 

 

 

TARÁNTULA

 

Su niñez fue tan dura que sólo sobrevivió porque en algún lugar del planeta había un ángel que la protegió. Su padre... lo había visto una o dos veces desde que recordaba. A su madre la vio ciento de veces ebria, llorando bajo la mano dura de algún fulano que se acercaba con unas monedas para manosearla. En su memoria, estaba la voz gangosa de esa mujer que la miraba con asco, como todos.

Era fea. Nació llena de pelos por todo el sufrido cuerpo. Brazos, piernas, manos, frente, cuerpo... ojos saltones y ojeras azuladas que hacían huecos en sus mejillas enjutas. ¡Vivió con hambre! Su madre le daba de vez en cuando algo de pan, a veces vino o ginebra. Así, apaciguaba el hambre. Su debilidad le deformó la espalda y las piernas. No sabía hablar más que algunas palabras sueltas. Cundo salía a buscar alcohol para su madre, se escabullía de la mirada curiosa de la gente.

Los mirones de la cuadra, le pusieron de nombre "Tarántula" y se reían. Ella se desplazaba encorvada y sí, parecía una enorme araña peluda. Una noche, que salió le propinaron una paliza unos muchachones que le hicieron saltar los diente de adelante de la boca. Sus pequeños colmillos, era lo que le quedaba y ellos, le dieron más la forma de una araña.

Esa noche, no recuerda por qué, alguien se apiadó de su cuerpo y de su alma. Una vecina, la tomó a su cargo, la levantó y la llevó a la salita del hospital. Allí esas almas amorosas, la bañaron, la acicalaron y le vendaron las heridas. Guadalupe, la vecina, se quedó junto al lecho hasta que le dieron el alta médico. ¡Esta niña debe ir a acción social, dijo una doctora joven! Y Guadalupe, se hizo cargo como familiar y la llevó consigo a su vivienda.

Cuando llegaron al barrio vieron un camión de bomberos que apagaban el fuego en la casa de la nena. ¿Cómo te llamas? No sé, nunca me dicen mi nombre. Bueno... te llamaré Azucena. Y la pequeña, se quedó dormida acurrucada en un lecho que armó la buena mujer en su habitación. Era humilde pero podría cuidarla hasta que encontrara a la familia. Salió a la calle y se dirigió a los bomberos: - ¿Alguien me puede decir si vive la mujer?- La miraron asombrados, y el que se veía jefe, se acercó y le dijo:- No, encontramos un cadáver totalmente quemado en un costado de la puerta, la occisa, había tratado de salir, pero algo se lo impidió. ¿Usted quién es?  - ¡Sólo una vecina! La señora era alcohólica. Tal vez sin querer prendió fuego y bueno... perdió el control.- Y se quedó callada, no fuera que le quitaran a la niña.

Al día siguiente el olor del café con leche, despertó a la pequeña. Desde ese día, Guadalupe se hizo cargo de ella. La cuidó y le dio mucho cariño. A pesar de eso, en la zona, le decían "La Tarántula". Ella al final sonreía, mostrando sus pequeños colmillos que asustaban a los niños.

Fue creciendo y con ayuda de médicos especialistas mejoró su aspecto. Con una buena alimentación e higiene, sus vellos se fueron clareando y ya no tenía esa mirada asustadiza de antes. Guadalupe, llena de piedad, le enseñó algunas palabras, y la llevó de la mano a la escuela. ¡No tengo los documentos, es huérfana. ¿Se acuerdan de la casa que se incendió en la Villa? Bueno ella sobrevivió al fuego. ¿Podrán ponerla en un grado, creo que debe tener...? Los ojos expertos de la directora le dijo... debe tener siete u ocho años. Entonces a primer grado, desde el principio irá aprendiendo y se le dará todo el material humano y físico que precise.

Allí comenzó su aventura. Los rastros de la infancia hacían mella. Le costaba el doble usar los asientos duros del aula, escribir sobre el papel blanco y sin líneas. Pero todas las docentes le ayudaban, al conocer su historia. ¡Un día llegó un chico de la Villa y le gritó Tarántula, qué te han hecho que estás aquí y no envuelta en tu tela de araña! Y se escuchó la carcajada de los chicos. Una compañerita se acercó y le dio la mano. ¡No le hagas caso, son muy tontos! Pero, un dolor agudo le ingresó en el pecho.

No podía escapar de la burla de los insensatos. Mal educados por la calle y las malas compañías, solo atinaban a molestarla. ¡Tarántula! ¡Tarántula! Mordenos. Picanos, araña peluda... Volvió a su casa, salió al jardín lejos de las habitaciones, se envolvió en una cortina de encaje y se prendió fuego...

EN LA VIEJA CASONA DE SAN COSTANZO


 

            Había una marcada oposición entre Yolanda y el padre. Ambos sentían aversión por la sociedad, pero mientras el hombre amaba el dinero, la fama y el poder; Yolanda sólo quería ingresar a un convento como Carmelita Descalza. Escapar a su realidad. Del horror.

            Las discusiones cotidianas penetraban como púas en cada acto que acontecía. Un bocado era ácido, un bocado era veneno. Cada gota de líquido que se bebía en la comida cotidiana era un trago amargo. Lágrimas se mezclaban con el vino y con la leche.

            Yolanda, obligada a tomar por esposo a un pomposo joven de la casa lejana, sólo lograba agregar una fortuna al apellido de su padre. Apellido pálido de honor y credibilidad familiar. Ella, sollozaba en los rincones del helado caserón. Llegado el tiempo de la boda, su nodriza rebuscando en los arcones, que aportó la madre de la joven mujer, encontró tres cosas singulares: el traje de bodas, un cuaderno de notas y una caja azul con cerradura hecha por orfebre y sin la llave maestra para abrirlo. Todo oculto en los desvanes del alto, bajo la mansarda del ala norte. Los tules, encajes y sedas de un amarillento cobrizo, parecían hacerse eco del desprecio a los sentimientos que representaban a los ojos de los hombres. Allí sólo importaban las propiedades aportadas a la joven novia., que pasarían a poder del padre.  La pequeña figura de Yolanda enfundada en ese vestido era un sueño inédito en la memoria del padre. Un respingo malicioso en su mirada fue la respuesta a la apariencia fantasmal de su hija.

            La ceremonia fue modesta, junto a los criados, que ya ancianos llorisqueaban viendo a “su” niña así, fueron los inapreciables testigos de la infamia, como siempre. Los familiares del novio, eran una extraña manifestación de mal gusto y torpeza social. ¡Nuevos ricos! Gente que había logrado fortunas con las plantaciones de café, algodón y tabaco en América. Esclavistas, que arrastraban a pobres africanos de sus costas a trabajar como animales en las tierras extrañas. Nada más lejano que los sueños de Yolanda. Cuando vio al muchacho que sería su marido, le tranquilizó la mirada limpia en unos ojos negros sin escondrijos. Él, aportaba dinero, ella un apellido conocido para los bancos de Londres y América del Norte, donde enormes cultivos llenaban de oro las arcas de los avaros.

            Hicieron un trato amable. Su vida transcurriría como si fueran hermanos hasta conocerse. Todo oculto a sus progenitores. Compraron una propiedad cercana a la casa paterna de Yolanda. Estanislao, cumplía ampliamente con la palabra de dejarla hacer tareas caseras y llevar alivio a los desposeídos de la zona, a pesar que era mal visto por los padres de ambos. Así se fueron haciendo amigos. Compartían largas pláticas y ensoñaciones frente a la chimenea o a los viejos robles en las noches cálidas de verano. Pasó un tiempo en que se descubrieron y se amaron como todos esperaban. Nació un pequeño que llamaron Godofredo y luego una niña que llamaron Célica. Transcurrió un tiempo y la muerte traspiró cerca de ambas familia entre los mayores que creyeron se habían cumplido todos sus anhelos. Era un tiempo de espera para la pareja.

            Así, ya dueños de sus deseos, viajaron hacia las plantaciones de América y descubrieron que la crueldad del hombre es mayor a lo imaginable. Hambre, golpes y enfermedad abrazaba a los trabajadores, muchos de los cuales habían muerto por el maltrato y los sacrificios físicos y mentales. Una guerra se avecinaba. Estanislao y Yolanda decidieron darle la “libertad” a su gente, pero no era fácil para aquellos la subsistencia y casi todos se quedaron. La hacienda crecía de otro modo. Habían cobrado muchos enemigos que no tardaron en crear verdaderos caos en las plantaciones. Quemaron la cosecha y mataron a los infelices.

            Una noche, frente a una descarga de proyectiles que atravesaban el plantío, Estanislao salió con su arma a defender a su gente y recibió una descarga de trabuco, muriendo en el acto. Huyeron los misteriosos homicidas. Yolanda lejos de amedrentarse, luego de enterrar a su querido amigo, continuó con la vida. Célica, ya adolescente ayudaba a su madre, que rápidamente envejeció por la pena. Una noche discutieron por la necesidad de Yolanda de dar amor a los desposeídos. Célica no comprendía a su madre. Las palabras hirientes dejaron débil a la mujer. –¡ Tú y tu manía de regalar el esfuerzo de mi padre… nadie en plena guerra te da nada, ya no queda alimento en las alacenas y el campo está arrasado. Eres injusta con nosotros, eres indiferente y egoísta. Tu sola esperas ser reconocida como si fueras un ángel, pero eres pérfida y malgastas nuestro futuro…!-  gritó Célica en la cena. Yolanda se llevó la mano al pecho y cayó desgarrada de dolor sobre el plato de comida. Su cabello gris, mimó el trozó de pastel que comía. Godofredo corrió y transportó a la madre al lecho. Allí suplicó a su ayudante le trajera la caja azul. De entre su corpiño extrajo una pequeña llave. Se la entregó a los hijos.

            Célica y su hermano buscaron auxilio en un médico, que llegó presuroso, pero tarde. Pasaron las ceremonias y los días. Luego, en un descanso abrieron la famosa caja azul. Allí junto al cuaderno donde explicaba el horror de la vida que había vivido su abuela, estaba la verdadera historia de Yolanda. Juntos lloraron. Abrazados los hermanos comprendieron… y se prometieron vivir de acuerdo a ese sueño de sus padres.

-          ¡ Godofredo,  después de haber abierto la caja azul, pude perdonarlo todo!.”- nadie que soportara tanta humillación y horror en su vida pudo ser tan buena. – ¡Mira acá está el extraño aparato con que el abuelo torturaba a la abuela y a mamá!.- muestra Godofredo. Un momento de doloroso silencio se produce entre ambos. El horror se marca en sus rostros. Afuera se agitan las flores de magnolia que tanto amaban sus padres, impregnando de perfume el salón.

UN AMOR SIN RESPUESTA

 

Ojos que miran hacia adentro y ojos que miran hacia fuera.

                                   

            Un fuerte portazo hace vibrar los cristales de la oficina de María Julia. Otra vez ha discutido con Jorge. Siempre entre ellos ese arma mortal llamada “competencia”. Jorge medalla de honor en medicina pierde la beca a Frankfurt por no saber alemán. María Julia no obtiene el cargo de jefa del hospital por ser mujer.

 Luego, los logros de Jorge en diagnósticos que se diluyen tras los interminables trabajos de papeles, en la dirección del nosocomio.

            Todo el personal observa esa pelea constante en silencio. María Julia siempre atenta a la moda. Hermosa. Para ella no hay cansancio ni fatiga. Una sonrisa que corona su belleza europea, su ropa elegante incluso cuando usa la bata para operar. Sus manos hábiles y seguras con el bisturí. Nunca una duda o un signo de dolor, frente a las tragedias. María Julia es solitaria, siempre lista para remplazar al colega enfermo o con problemas de familia. En las guardias nocturnas o en los días en que todo el personal quiere irse a casa para festejar algún acontecimiento, allí la sonrisa amable de ella para relevarlo. La alegría festejando algún chiste o comentario de un compañero de tareas. Él, detesta más que su euforia cuando todos gritan un gol frente al viejo TB. de la sala de terapia a esa María Julia que nunca olvida un cumpleaños, un aniversario o el día del secretario o del enfermero. Ella es tan detallista que saca de quicio.

 Salió con un portazo porque él no le quiso aceptar que la sala de cirugía tiene un virus inter-hospitalario y hay que clausurarla. Exponerlo frente a los medios y ¿su reputación? ¡Nunca jamás haría eso!

            Doctor, el teléfono celular de María Julia, digo de la doctora, no responde. Es la primera vez que falta sin aviso. ¿Qué hacemos?

          Bueno ya mando una persona a su departamento.

         Gracias, sí, luego le aviso. Un sorprendido comentario en voz imperceptible en los labios de todo el personal.

 

            El joven chofer está parado frente a la puerta del departamento. Golpea persistente pero no hay respuesta. Silencio. La vecina abre y sostiene que no debe estar. “Siento la ducha desde anoche”, y el portero trata de abrir. Una llave está puesta en la cerradura. Rompen la puerta. En el piso del baño, María Julia aterida, con los ojos vidriosos y casi exánime, apenas abre los labios. La ambulancia desparrama miedo con su sonido agudo en las calles inhóspitas. Cae la lluvia sobre el cristal frente al chofer y sus lágrimas, compiten con las gotas enérgicas que golpean el parabrisas. Todo el hospital está alerta. Jorge espera con un enorme nudo en el pecho. Percute su corazón en las sienes. Sacan la camilla. El pulso ha bajado a cuatro. Un tomógrafo está listo. El laboratorio parece una colmena.

            Tumor encefálico muy avanzado con dolores que han hecho crisis. “Hace por lo menos un año ella trajo una ecografía y una tomografías, diciendo que eran de un paciente. El nivel de glóbulos era bajo en rojos y tenía alrededor de 15.000 glóbulos blancos”. Murmuró un médico sorprendido por su ingenuidad, ya que no sospechó que podía ser de María Julia.

Está muriendo. Jorge, abraza el cuerpo. No había advertido que es ahora casi la mitad de la figura de la muchacha. Besa desesperado los labios apenas tibios que se le escapan. Le ruega que siga viva porque no podrá amar nunca a nadie. Ella, sólo ella, puede salvarlo de su egoísmo y soledad.

            Nadie sospecha la desesperación de amor que quema el pecho del frío director del nosocomio. Su vida no tiene sentido sin ella. Llama a sus colegas de Europa y de Estados Unidos. Llegan, algunos. Otros envían todo tipo de sugerencias.

            La mirada afiebrada de María Julia sostiene un mudo diálogo con sus ojos. En ese mundo algodonoso que la aleja de él, murmura “nunca me diste una señal” Apenas tuve el primer síntoma hubiera buscado ayuda. El amor que hoy, delirante me proporcionas, no llegó a tiempo.

           

CARTAGENA, CIUDAD DE LEYENDA

 


            Caminaba por las tranquilas calles de Cartagena. Había soñado toda la infancia y la juventud con este viaje que por fin pude concretar. Algo aquí atraía mi espíritu aventurero y  afiebrada imaginación. Sentía una fuerza  singular que me provocaba asombrosas sensaciones cuando soñaba con una ciudad extraña y se reiteraba constantemente ese sueño. Alguna de las cien pitonisas que visité en busca de respuestas, quiso ver una vida pasada en otro mundo. Yo me reía de esas extravagancias propias de mi generación. Nací en la década del 60 y entre hippies y rock, aparecieron los orientalistas con sus ideas nuevas. Pero: ¿Cartagena sería en realidad ese otro mundo? No, yo creo que todos mentían. Estas piedras del fuerte, de las viejas y restauradas viviendas de antaño, son tan sólo una maravilla antigua, digna, que debía disfrutar  en las vacaciones.

            Caminé y caminé durante todo mi primer día, compré un vestido de algodón blanco para exorcizar el calor húmedo que se me colaba por los poros. Entré en la calle  de Los Siete Infantes alrededor de la media tarde. El olor del musgo de las viejas piedras, de los paredones de las defensas erigidas contra los olvidados piratas, llenó mis sentidos de una embriaguez insólita. ¡Yo en Cartagena!

            Me sentía libre y nostálgica. Caía la tarde y todo se tornaba de ese tono anaranjado y dorado viejo como un cuadro antiguo, mezcla de los olores violentos del mar y de las flores que crecían en todos los balcones señoriales impregnaban aún más el ambiente haciéndolo más atractivo para mí.

            La calle por gastada y por la forma del terreno caracoleaba entre palmeras y jardines. En un recodo de la callejuela “Del Boticario”  y ya casi bajo una semidestruida casa de piedra sentí  la presencia. Era como encontrarme con la transferencia  efímera pero tangible de un ser del pasado. Me acerqué al portal de reja y "La vi” allí con sus ropas anacrónicas y sutiles. Era una joven de porte altivo. Mulata de rostro anguloso y ojos grandes, ágil, que balanceaba una farola con una luz imperceptible, a los ojos menos avisados.

Un cortejo brumoso la acompañaba. Temblé. Los adoquines húmedos, grises y penetrados de helechos salvajes formaban un cuadro que me atrapaban. No me podía mover. El sol había desaparecido y el dorado se había convertido en violeta y un mundo de rumorosas sombras me envolvía. Algo me invitaba a tratar de desentrañar ese raro suceso que me acontecía. Llegué a sentir por momentos el silbido de las balas de arcabuz y el olor de la pólvora que me llegaba desde el puerto mezclada a los viejos olores del miedo. Desde el “fuerte” sentí apagados gritos de dolor e ira. Me acerqué. Cuando toqué los vetustos hierros del portal una ráfaga helada desdibujó la escena. La esencia del pasado había desaparecido con sus bonanzas y desgracias. Me quedé un instante inmóvil y pensativa. Continué mi camino hacia el hotel. Allí me sorprendió el silencio  y la paz que reinaba. Estaba agitada y febril.

Apareció un joven encargado del hotel, me preguntó si el sismo que se había producido, hacía más o menos una hora, me había provocado algún problema. Yo impaciente respondí negando y casi corrí a mi habitación con profundo miedo, dado que continuaba el movimiento sísmico. Caían trozos de mampostería y crujían en derredor, muebles y enseres, como si estuviera por derrumbarse en escombros.

            En el ventanal  que daba al jardín poblado de palmeras y buganvillas coronadas de orquídeas perfumadas,  vi la imagen reflejada en el vitral y mi confusión fue verme, morena y vestida igual, igual a la joven del jardín que me sonreía señalando la playa.

            ¿Ahora me pregunto si así nacen o mueren las leyendas?

                                                          

AL SUR LA FRENTE

 

            Silencio. Sólo las olas golpeando los despojos

            cuerpos frágiles se agitan en la muralla del naufragio.

Ojos cegados por el fuego.

El sol… quemando los cuerpos rojos, secos.

Una guitarra sin cuerdas suena por el viento.

Junto a un cofre donde se bate en retirada un trapo azul

está la arena.  Destierro de                        gaviotas.                                                                                                                     

Fuertes las olas amarillas golpetean la mano

un rostro gris mira el cielo, el infinito

la frente al sur

señala la otra orilla

huyen de la isla enemiga de los hombres

agonizan unas hojas del libro borroneado.

Se ven palmeras. Caracoles. Ahora es verano y domingo

y nadie verá la luna cristalina amortajar las sombras.

Allá, se escucha un disparate.

Viva, viva el hombre de rostro inagotable.

 

Acá los ojos cegados por el fuego de la nada.

 

Yessenia

 


         Llegado el jueves, le comienzan  ataques de pánico. El médico nos mira y asiente. ¡Es el fin de semana! Yessenia sabe qué le espera. Un hermano mayor, madre cómplice y una sociedad indiferente.

         La escuela reclama judicialmente hasta el cansancio. No hay respiro ni espacio para tantas demandas.

         Él, desafiante la busca a las doce en punto y se la lleva. Saciará su apetito sexual con la pequeña como desde que su” mami” se la entregó a los nueve años. Ahora tiene doce y  mucho miedo. Puede ser mamá de un bastardo engendrado por su propio hermano.

         ¡Él me trae dinero todos los viernes, con eso comemos, ustedes no se metan, es mi hija!”

         Yessenia, nos mira aterrada. ¿No podemos hacer nada? ¡Pensemos!

         Aldo, el portero, en silencio se prepara. Un grito y la bala, perfora la frente del insestuoso patán. Aldo sale esposado,  sonriente. ¿El Juez hará justicia?

LA IRA

  

Dejó la escuela con una pila de amonestaciones. ¡Nadie le iba a decir a ella qué tenía que hacer! Estaba cansada que se burlaran de su aspecto. ¡Sí, era mestiza y como descendiente de africanos era obesa! Su cabeza daba para más, pero no podía con la rabia que le producía ver a esas estúpidas muchachas riéndose de sus nalgas. En su país de origen las mujeres eran así, de enormes nalgas donde se acumulaba desde la antigüedad la grasa para poder superar las hambrunas. ¿Qué sabían de eso estas cabezas huecas? Su abuela le contaba que debía caminar kilómetros para poder buscar agua o llevar sus cabras a pastar. Y ni hablar de las épocas de sequía en que viajaban por el barro seco y quebradizo de los ríos sin una gota de agua. Muchos morían en el intento de llagar a un pozo.  

Cuando se rieron la primera vez, lloró. Luego comenzó a ser hiriente con el idioma de sus abuelos y finalmente golpeaba a quienes osaran reírse de ella.

Lo último fue cuando el profesor de gimnasia se burló porque ella no podía hacer ciertos movimientos y sus grandes piernas rodaban por el suelo brillante de la pista de básquet. Y lo peor fue que vio una seña obscena y le propinó una trompada con tanta furia, que le rompió la mandíbula a la preciosa “Reina de la Primavera”, de la escuela.

Sabía que en su casa se armaría una guerra. La madre la correría con una escoba y la abuela la ayudaría a esconderse.

Siempre la abuela, en las noches frías le contaba las historias que vivió en su África lejana. De cómo las tribus se mataban entre sí, de cómo raptaban a las niñas y las vendían a los hombres blancos que las llevaban a los burdeles. De ella aprendió las canciones de dolor e ira, de amor y ensueño. De ella aprendió a cocinar y a preparar el lecho para abrigar a los pequeños.

Cuando vinieron a este continente, sólo traían la tristeza y la pena por sus árboles viejos que habían abrazado antes de partir. Pero sabían que de quedarse allí los matarían los vendedores de diamantes o de oro. La abuela también le enseñó a odiar.

Llegó a la casa y encontró a sus hermanos sentados en la escalerilla de la entrada. Algo pasaba adentro. Ingresó de puntillas y escuchó la canción de pena de su madre a los muertos. La vio. Estaba cubierta con una de las únicas telas hechas en la aldea a mano por las mujeres de entonces. Corrió y abrazó a la mujer que quieta y fría parecía de cera. Carbón apagado y silencioso.

Un grito, un alarido salió de su garganta áspera y doliente. La ira la llevó a tomar una botella y reventarla en el suelo junto al lecho donde dormía la abuela. Se echó a los pies y lloró dos días hasta que la llevaron a un campo santo. Ella no creía en un Dios bondadoso. Ella era un fuego encendido dispuesto a todo. ¡Y salió su rabia! Caminó hasta la escuela y le prendió fuego. Bailó una danza antigua mientras veía las altas llamas que quemaban el edificio donde había sufrido tanto.

Esa noche la buscó un auto policial. La encerraron en una celda donde cantó hasta la madrugada en el idioma de sus ancestros. Después de un corto juicio, la dejaron salir porque aun no había cumplido los trece años y la Juez comprendió el sufrimiento de la niña.