Un cuerpo
semi destrozado con graves desgarros estaba desparramado en el lecho de un
pequeño departamento en la zona céntrica de la ciudad. Un color violaceo y
verdoso confundía los restos sin mucha forma de quien yacía hacía varias horas
allí a la espera del juez. La policía arremolinada revisaba cada rincón
buscando una respuesta.
Soy un
joven periodista filtrado, disfrazado de portero para poder tomar la nota para
mi matutino.
En la escalera
tropecé con la figura del inspector Trobiatto, quien al verme se
desfiguró. No podía impedirme que llegara hasta la atroz habitación. Me arropé
en mi ridícula vestimenta y comencé una frenética ascensión hasta el palier. Al
ingresar casi dejo parte de mi brazo, en las duras manos del oficial Restrepo,
que me quiso parar, pero dando un fuerte tirón logré deshacerme del acerado
abrazo del hombre. ¡ Lo que vi me dejó casi mudo! Hacía varios meses que no
veía algo tan extremadamente sádico. Sobre un costado de una camita pequeña,
pero no infantil, vi el torso sin rostro y sin manos, algo de cabellos de un
color muy negro y de cuero cabelludo, yacía en el picaporte del baño como un
montante naval, eran largos y muy lacios pero nada indicaba sexo, edad o tipo
racial. Una roja maraña de piel, nervios despedazados y tendones laxos caían en
cascada por una sábana que había sido de color verde claro y derrochaba sangre.
Me acerqué
lentamente al cuerpo...justo cuando hizo su entrada el impertinente juez
Ascárate Rostel, conocido por su soberbia y tozudez, apenas se enfrentó
conmigo, lanzó un improperio y pidió a gritos que me sacaran. Yo intenté
quedarme, pero la fuerza de los hombres de criminalística podían con mi
cuerpo...ya encontraría la forma de entrar. No obstante antes de salir pude
fotografiar varias zonas del habitáculo y al cadaver. Cuando revelara las fotos
"algo" me daría pistas para saber más. Salí y me mezclé con la gente
del lugar. Era el barrio chino y allí nadie abre la boca y menos frente a un
maldito periodista extranjero. Me sentía verdaderamente extraño entre esas
callejuelas llenas de dioses vestidos con antiguos trajes militares, con
máscaras rojas y pelucones llenos de pelotitas negras..., también las pequeñas
tiendas expelían olores a aceite de sésamo, incienso, especias fuertes, ajenjo,
opio y una marcada untuosidad a otras etnias. Caminé lentamente tratando de
encontrar un rostro simpático y sólo me iban cerrando las puertas una a una en
el rostro. Encendí un cigarrillo, no para fumar, sino como para tomarme tiempo
y pensar. En realidad había dejado de fumar hacía varios años y el rito de
encender el cigarrillo me daba un tiempito para despertar esa agudeza necesaria
que me permitiera ver en la oscuridad, en la nada. Sonreí y me senté en un
barcito a tomar un trago. El coñac chino me quemó la garganta, me ardía la
lengua y supe que me observaban. Un pequeño hombrecito oriental, de color
cetrino y cabello ralo, se acercó con servilismo estudiado para hablar. Corrí
la silla y le indiqué que se sentara. Le invité un trago de ese intolerable
líquido destilado en quién sabe dónde...el avieso traficante miró ávidamente a
su alrededor y masculló palabras entrecortadas."... El muerto era un joven
de por allí, no tenía familia en la ciudad...tal vez tenía deudas con
alguien...en fin ave de paso y averías".
Cuando salí del lugar era casi la madrugada y
sabía muy poco, nada más que antes. Paré un taxi y me alejé con cierta alegría.
Temía por mi seguridad e integridad. Llegué a la redacción, dejé en mi canasta
junto a la computadora los apuntes y me metí en el laboratorio. Estaba tratando
de revelar las fotos cuando mi celular comenzó a chillar estridentemente. Salí
del oscuro recinto y me sorprendió escuchar la voz del inspector Trobiatto.
Necesitaba urgente esas tomas hechas en el lugar del asesinato, con una corta
discusión logré una promesa para los próximos casos..., yo sería quien sacaría
las primeras informaciones. Salí a la calle y una bocanada de aire helado me
hizo tremolar. Había salido esa mañana con mucho sol y ahora el frío me
penetraba hasta más profundo rincón del cerebro. Me arropé en mi vieja chamarra
de corte inglés. Subí a un coche del diario y partimos con otro reportero,
hasta la oficina del juez.
Las
fotografías eran impresionantes.¡ El color las hacía aún más trágicas ! El juez
y los inspectores fueron analizando una por una. En la que había tomado desde
abajo se obsevaba una pequeña marca en una de las desgarradas pantorrillas. Con
una enorme lupa se pudo identificar una pequeña herida ya cicatrizada y un
signo que no podíamos interpretar. En otra vimos que el cuerpo tenía los senos
pequeñitos y muy mutilados, lo cual junto con trocitos del pubis nos hicieron
concluir que se trataba, tal vez, de una mujer muy joven. Tentativamente
tendría unos trece a quince años. Sí, era una mujer. El médico de la morgue
traía los primeros resultados de la autopsia.¡ La gran novedad era que junto a
los restos de la muerta habían restos de un feto de alrededor de seis o siete
meses de gestación más mutilados aún que los de la extraña criatura ! Nada
parecía indicar quién era. Estábamos inmersos en mil conjeturas con los
detectives cuando...al promediar la mañana apareció un viejo chino con una
mujer que lloraba y con sus atuendos blancos de duelo, se refregaba la cara y
las pobres manos con hierbas urticantes. El hombrecillo parecía un voraz
intermediario, pero aparentaba conocer muy poco el idioma castellano. ¡Yo lo
había visto muchas veces por la zona y los tugurios del barrio chino ! Su
humildad extrema y mal disimulada ponía una nota de maldad al caso. Querían el
resto del cuerpo de " un muchacho " para incinerar de inmediato. Los
viejos ritos y la familia estaban esperando en la calle...El inspector los hizo
sentar, ya que debían esperar para hablar con el juez. Grande fue la sorpresa
cuando vieron que la ayudante de criminalística, Patricia Fernández, tenía en
su poder una fotografía de la pequeña muchacha asesinada, se llamaba Ling Pi
Tao y apenas había cumplido dieciseis años. Los dolientes, parientes fraudulentos,
quisieron aparentar haberse equivocado pero no les permitieron salir, sin antes
explicarse y en forma automática la quejumbrosa mujer dejó de llorar y comenzó,
en puro español, a excusarse y a esgrimir un sin fin de justificaciones dando a
entender que le pagaban para hacer de madre desconsolada...casi salió corriendo
y el inspector hizo detener al viejo, que de pronto no supo más hablar en
castellano.
La joven
ayudante Fernández, se me acercó y me pidió fotos agrandadas de las que tenía
entre manos y comenzó a extractar punto por punto detalles de las mismas. Una
sombra casi inadvertida en un costado de la cama, señaló un pequeño objeto en
el piso. Al aumentar el tamaño se alcanzaba
a ver un pequeño fragmento de jade. El inspector mandó de inmediato
traer su coche y partimos hacia el lugar del hecho con varias patrullas.
¡Extraordinario fue ver al ingresar que la puerta estaba cambiada y al tocar
salía una mujer de origen musulmán, identificada por sus ropas, y, su cabeza y
cara cubierta, al más extricto rito de los religiosos kurdos ortodoxos! Nada
había quedado de lo que hacía dos días, había sucedido en ese lugar. El
hallazgo se tornó en un enigma más que rodeaba el hecho.
Al
descender por las escaleras una puerta se entreabrió y pude observar unos
diminutos ojos mirándome. Me detuve y golpeé. Un grotesco gigantón oriental me
abrió y con ojos siniestros me explicó en un mal castellano que no molestara
allí. No me quedé quieto y esperé sentado en las escaleras mal iluminadas y
malolientes. Gritos en varios idiomas extranjeros me hacían imaginar la vida de
sus habitantes. De repente se abrió la puerta y en la semi penumbra que me
envolvía pude ver que sacaban a una mujer medio desmayada. En su mano colgante
pude observar una pequeña pulsera de jade, con unos mal cincelados dragones y
con forma de esclava, ya que no tenía ningún tipo de cierre o traba. Recordé el
fragmento del piso junto al cadaver. Volví a bajar y al salir a la calle me
puse a mirar los brazos de todas las mujeres de origen chino que podían llegar
a pasar junto a mí.¡ Casi todas llevaban ese mismo adorno! Me acerqué a un
pequeño restaurante: " El Gran Mandarín" y me senté a almorzar. La
mesera llevaba la dichosa pulsera y con delicada indiferencia o curiosidad le
pregunté qué significaba. Ella se ruborizó y en un muy mal español me indicó
que era el signo, entre sus compatriotas, al estar desposadas. Luego se acercó
un hombre joven y me pidió que no hablara con la mujer excepto para pedir otro
menú. Allí aproveché, luego de disculparme, para sonsacarle algún otro dato.
Sin querer me había acercado a un indicio ya que el singular interlocutor para
lograr atraerme como cliente me explicó que cuando una esposa se compraba, el
padre de la novia o el " hombre mayor" de la familia, le daba ese
brazalete. Salí de allí muy contento y me acerqué a la oficina del inspector.
Al llegar vi que tenían a un grupo algo numeroso de hombres
"amarillos", todos hablaban juntos y nadie entendía nada. Yo deposité
sobre el escritorio una de las dichosas pulseras, que logré comprar en un
negocito de la zona. Todos dieron un paso atrás y enmudecieron. El más joven
junto al más viejo, trató de tomar el objeto, pero yo con toda presteza les
tomé las manos impidiendo que lo sacaran. Así comenzó un breve forcejeo. La ayudante
Fernández, se me acercó y señalando a un hombre de sorprendente ropa blanca (
color de luto entre los chinos) me indicó que algo sospechoso era para ella ese
hombre. Al hacerlo sentar comenzó a sollozar
y los otros lo golpearon hasta casi dejarlo desmayado. La intervención
de un grupo de "especiales" impidió que los hombrecitos, débiles en
apariencia lo siguieran golpeando.
El juez,
hizo una entrada magistral y los tres o cuatro atacantes se dejaron caer en
sendas sillas. Al pobre diablo lo sacaron en ambulancia hacia el hospital
policial. Las cosas se estaban poniendo cada vez más intrincadas. Al rato
llamaron del nosocomio para comunicar que alguien, en el centro médico, en la
sala de primeros auxilios, había asestado una puñalada al infeliz chino y éste
había muerto. Un desconocido había entrado y en medio del lío propio de una
guardia, nadie podía explicar cómo, habían herido de muerte al hombre.¡ Las
cosas se complicaban a cada instante !
Para colmo
de males se avecinaba el nuevo año chino, el calor de febrero hacía que nos
pusiéramos muy tensos. Las calles se llenaron de carteles rojos con signos de
augurios en dorado. Los grandes dragones en papel y las enormes imágenes de
dioses ancestrales nos ponían ante un dilema aún mayor, ya que la colectividad
estaba muy movilizada.
Hasta la
oficina del juez llegó el consul, hombre muy respetado y serio, muy astuto y
hábil para manejar a una colectividad compleja, admirado por su cultura y
modales propios de un dignatario, vino acompañado de uno de los más reconocidos
empresarios, pidiendo no molestar a la colectividad en ese momento tan
importante, pero los días pasaban y no podíamos encontrar ninguna otra pista
que nos ayudara a encontrar la verdad.
Un
sinnumero de ruidosas caravanas, con altos monigotes vestidos a la vieja usanza
y dragones móviles, tras un sin fin de músicos y estallido de cohetes y
petardos, despertaron a la ciudad, en el barrio chino, ese quince de febrero.
El nuevo año había hecho su estridente comienzo. Al abrir mi celosía ( yo vivo
lejos en otro barrio alejado del centro) encontré un mensaje en un papel rojo
con la figura de un dragón descabezado. ¡Era la primera amenaza! Luego llegaron
otras. Cada vez más duras y me llené de pánico. ¡Después de todo, yo sólo era
un simple periodista especializado en casos policiales, en el matutino más leído del país,¡ me
estaban diciendo que me callara o me matarían! Salí con más temor que otras
veces y sólo veía chinos por todo mi camino, realmente el terror me
trastornaba.
Una mañana
en la puerta de mi departamento encontré una carta escrita en muy mal español.
Ahí me pedían que fuera a la plaza del Congreso a las diez de la mañana. Con
mucho miedo me dirigí al lugar y grande fue mi sorpresa al encontrar a una
mujercita, vieja y desdentada, que con el traje tradicional de las matronas de
Beijin, me señaló una figura sentada en un automóvil, con temor me acerqué y
comprobé que llevaba un velo rojo como las antigüas desposadas de la ciudad
prohibida. Ella levantó lentamente su velo, me miró. Era casi una niña de no
más de doce o trece años, y me espetó en una muy correcta lengua inglesa... ¡
Mi nombre es Schiu Ling! ¡Yo seré la nueva esposa...nadie me quitará ese
orgullo! ¡ La mujer que maté era la quinta concubina y no le permitiremos con la
"primera esposa", dijo señalando a la miserable mujer que me había
llevado hasta la muchacha,... que le dé
un hijo...yo se lo daré! La mirada siniestra de la vieja me dejó perplejo. La
pequeña estaba embarazada y sostenía su enorme vientre entre sus delgados
brazos. Escurridiza la mujer subió sonriendo al vehículo.
Cuando
reaccioné ya el coche partía raudamente por la avenida y sólo pude ver la chapa
diplomática del automóvil del viejo y respetado cónsul, que doblaba por la
diagonal, rumbo al barrio chino. ¡ Recordé que el anciano "sólo"
tenía un muchacho discapacitado de unos cuarenta años aproximadamente ! Era el
heredero de su inmensa fortuna.