lunes, 11 de marzo de 2024

LOS AMIGOS DE LA JUVENTUD. Cuento editado en la Embajada de Marruecos.

 LOS AMIGOS DE LA JUVENTUD

Preparamos el viaje con muchas expectativas. Mi esposa y las niñas, discutían calurosamente: qué podían llevar y que debían dejar. Yo tenía una larga lista de los "imprescindibles...", bueno eso me pasaron en la oficina de la empresa.

El lugar era tan distante que conocíamos parte de las costumbres y de la idiosincrasia de la ciudad y del país. Sabíamos que tenía unos lugares de ensueño, paisajes marinos y antiguos fuertes y palacios de viejas épocas. Me habían dado una maravillosa historia de su antigua vida que se remontaba a cientos y miles de años. Pero no tenía mucho tiempo para sentarme a leer. Había muchos detalles que prever, la ropa, los libros, los recuerdos personales de cada uno y las niñas, que pretendían llevar hasta sus libros de escuela, cosa que no se preveía en los plazos y planes de la empresa.

Marcela, mi señora, comenzó a sentir esa fatiga que solía asomarse cuando estaba nerviosa. El médico le recetó unos calmantes y llevamos una cantidad regular; yo estaba seguro que pronto pasaría. Después de realizar todos los documentos y papelería que no exigía mi jefe. Sacaron los pasajes. En un avión iríamos nosotros y en otro los cajones con nuestros objetos de uso familiar.

Llegamos a Casablanca en la mañana. No esperaba un asistente de la empresa con una furgoneta moderna para esa época. Las niñas y Marcela estaban muy cansadas y preguntaban: ¿El porqué de cada cosa que veían? El chofer nos miraba por el espejo retrovisor y murmuraba en un raro español, una explicación que no alcanzábamos a comprender. Mi tensión aumentaba. La carretera era buena. Pasamos por dos o tres ciudades con nombres muy difíciles de repetir. Teníamos que llegar a Tetuán, sede de una de las oficinas principales de la empresa. De allí nos darían el destino final.

Paramos en un hotel muy acogedor y con las huellas de haber sido una casa señorial antigua, remodelada para hospedaje. ¡Era fresca, limpia y agradable! Sus dueños, como siempre amables y atentos. Marcela apenas pudo se recostó en el lecho y las niñas quisieron salir a conocer los alrededores. Yo no sabía qué hacer. Mi esposa me dijo: Acompaña a las niñas, yo dormiré un rato. Tomó su medicación y se durmió. A pesar del cansancio yo salí con las nenas. Zunilda, era la que se interesaba más por lo que veía. Alina se distraía con los vendedores ambulantes que llevaban sobre su cuerpo infinita cantidad de objetos, eran vendedores de agua. Se detuvo en un negocio y preguntó que era ese hermoso objeto de cerámica azul. Un vendedor que hablaba bien el español, le dijo que era un Tajín y se cocinaba sobre las brasas. Regresamos al hotel y luego de ducharnos fuimos a comer. Marcela no mejoraba. Comimos harira, cuscús, seffa y algunos chocolates que compramos en el aeropuerto en Buenos Aires.

Al día siguiente me avisaron que habían llegado nuestros petates a Tánger. Llamé por teléfono para que nos vinieran a buscar y llegó el mismo chofer, que nos dejó en el aeropuerto. Les regaló a las niñas una pulsera de cuentas muy bonitas. El avión era más pequeño y llegamos casi en dos horas. Nos esperaba un secretario de la empresa. Saludó con la amabilidad que les es notoria y subimos a un vehículo que nos llevó a un departamento enorme en la zona de la plaza principal. Se oía el altavoz de la mezquita. Marcela de nuevo estaba enferma. Me dejó perplejo y preocupado. Pedí un médico que vendría al día siguiente. La casa estaba bastante ordenada. Había muebles típicos de la artesanía marroquí, espejos y plantas. Una enorme pajarera con aves muy hermosas, que adoraron Marcela y las nenas. Vino una joven y una señora que designó la empresa para ayudarnos. Ambas eran mujeres bereberes del Atlas. Yo muy agradecido porque Marcela cada día estaba peor. Un gerente de la empresa me envió a un médico para que ayudara a Marcela.

¡Cuál fue mi sorpresa cuando entró en la sala y nos miramos! Era Ben Hasám mi compañero de la escuela secundaria en Buenos Aires. Un abrazo nos unió en los recuerdos compartidos como temerarios jóvenes que escudriñan su futuro. Hoy venía a ver a mi esposa enferma. Lo dejé de ver cuando a su padre lo enviaron a otro país como consejero de su embajador. Y esas cosas de la vida de inmaduros mozalbetes, nunca volvimos a vernos, no supimos uno del otro... y ahora estaba entre mis brazos de hombre preocupado.

- ¡Alejandro, cuántos años sin saber de ti!- Que hermosa sorpresa. Vengo dispuesto a socorrerte en este Tánger ruidoso y mundano. Nunca imaginé que eras tú, quien me estaba esperando.

- Beni, amigo, estoy muy preocupado por la salud de mi esposa. Te presento a mis dos niñas Zunilda y Alina. Tienen diez y doce años. Son muy "porteñas", pero sabes de qué te hablo. Pasamos tantos sucesos juntos en la juventud.

- Oye amigo mío, somos unos jóvenes muy dispuestos a vivir y a salir adelante...yo te ayudaré en lo que pueda. ¿Dónde está tu esposa? Llévame a ella.

- Beni Hasám eres mi mejor esperanza acá, tan lejos de mi tierra. Pasa y te mostraremos los estudios y medicación que traemos.

Como viejos compañeros atravesaron el pasillo y llegaron a la alcoba. Allí, pálida y doliente se acurrucaba Marcela sobre el lecho. Él, Beni Hasám, la vio y se detuvo. En principio, hay que abrir las celosías para que entre aire puro, luego con más luz veremos esos estudios. ¿Sabes Alejandro que estudié medicina en Alemania? Pero me sirvió mucho lo que aprendí en el colegio en Buenos Aires. Tuvimos unos profesores de química y biología excelentes. Nada que envidiar a los de por acá.

-¿Cómo ves las cosas? Yo la veo peor que antes del viaje. Beni, por la amistad que nos unió y nos une, te ruego seas explícito y me des una buena opinión. Yo sé que nunca mientes.

- Salgamos Alejandro, quiero estar seguro y para eso haremos estudios en mi clínica. Creo que con una nueva medicación podremos detener el problema.

- ¡Gracias Beni, no dudo que harás lo mejor! Se alejaron del dormitorio y por el ventanal se escuchó el llamado a la oración. Por lo que el hombre miró la alfombra recién extendida, la acomodó y se puso a orar. Alejandro, esperó con ternura porque vio el crecimiento y madurez de su ex compañero de secundario; hoy especialista en neurología.

Laila, atrajo a las niñas y las llevó al interior donde las brasas crepitaban y se olía el exquisito perfume de las especias y de la carne de cordero. Ellas, corrieron a buscar a su mamá que no pudo acompañarlas. Cuando Beni Hasám, se retiró, Alejandro se acercó y abrazó a Marcela, mi amor... estamos en manos de un queridísimo amigo. Estarás sana muy pronto.

La cena fue una fiesta con las nenas. Zunilda le pidió a su papá que le contara la historia de Beni en su juventud. La charla se alargó hasta que el sol se fue recostando en el horizonte. La brisa marina, le trajo el aroma de los mil sabores de Tánger.

A la mañana siguiente buscaron a Marcela y en manos de Beni Hasám, fue escrutada médicamente. Las nenas fueron a su primer día de escuela y Laila y Sira, se hicieron cargo de la casa como si toda la vida hubieran hecho su tarea allí.

Cuando regresó Marcela, el almuerzo la esperaba. Se acercó a la mesa y probó una ración de rica sopa que habían cocinado las mujeres. La vida comenzó con la esperanza en cada uno de los que allí vivían. La amistad de los antiguos compañeros permitió avizorar un nuevo amanecer en sus v

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