miércoles, 6 de marzo de 2024

EL EUNUCO

 

            El disipado eunuco se ufanaba por merecer una mirada bondadosa de la diosa.

“Minouca” era una semidiosa de un Olimpo creado en un siglo disparatado. No había en los anales nada concreto sobre esa semidiosa, excepto que apareció su hermosa estatua de mármol en los baños y hubo quien inventara su historia. No le creían sus compañeros que en los baños de la isla, había una fuente en la que podía entrar con su gruesa barriga deforme y salir luego de los festines de la “mujer” con su vientre plano y sin esa espantosa blancura que se aferraba a su piel como araña cristalina.

             Manatiel había sido vendido a una caravana, a unos traficantes de humanos en el desierto. Otros eunucos se reían a pesar de sus dolorosas vidas, rotas y deformadas por la práctica innoble de los esclavistas.

            Había unos de piel tan oscura como la noche sin luna, otros de ralo pelo rojo y ojos glaucos, estaban los que tenían cabellos blancos como la nieve y ojos rojos como sangre; todos movían las manos de dedos regordetes como brazos del pulpo del Mediterráneo.

            La única posibilidad de regresar a la vida anterior, era la muerte.

            Tal vez, al renacer, serían hombres enteros. Lo despertaba, las campanillas y cencerros que sus amos le ajustaban en los tobillos al venderlos.

Su vida con suerte, era ser juguete de unas jóvenes en algún harem. Le temía a los amos que eran crueles y lascivos. En su infancia, recordaba, había conocido el amor de los brazos de su madre. Su vida se transformó en un territorio de dolor y furia.

            Cuando, siendo casi niño, le arrancaron los testículos, fue una muerte interior y se juró no volver a vivir, a soñar o a reír. Pero con el tiempo su cuerpo se fue ablandando y su ánimo desestructurando.

            Un maestro le enseñó a respirar, a armonizarse con la naturaleza. Conoció nuevos dioses, nuevos semidioses y a otros eunucos, que como él, no tenían voz en el concierto humano.

            Le cambiaron el nombre. Ahora se llamaba Plotino y le dejaron en claro que no tenía derechos. Era un esclavo.

            Salió el raro vapor que envolvía todo el baño, y la vio. La diosa Minouca había cambiado. Su dulce sonrisa lo abrazó y se fue quedando dormido en el sopor que le despertó un sabor agridulce. Soñó por primera vez desde aquel día. Voló como un águila blanca sobre valles y montañas, sobre el mar que calmo transformaba suave la costa bravía.

            Regresó a ser niño. Y unas alas que crecieron en su cuerpo; de plumas doradas fueron tornando color rubí, luego morado y finalmente negro.

            Cuando, abrió los ojos, la que fuera de mármol, se había transformado en “mujer”, bella y apetitosa. Lo besaba en todo el cuerpo que por efecto de la sensualidad se había transmutado en hombre. No quiso volver a la vida.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario