La cosecha es magra. Primero la
helada y luego tormentas que impiden la maduración y el grado alcohólico del
grano, todo se conjura. La esperanza madura igual en los contratistas que
cuidan lo que resta.
El patrón sólo protesta y pide
préstamos al banco. “Malo, Ramona, otro
préstamo pidió el patrón para fumigar la viña. Los bancos son ladrones de plata
y dignidad. En cualquier momento nos echan a la calle. Al patrón le van a
terminar rematando todo… y nosotros a la calle”.
Por marzo, pocos camiones se llenan
y la calidad de la uva es mala. El precio es bajo. No tiene buen alcohol y
azúcares el grano. Las bodegas saben que va a ser difícil conseguir caldos
buenos. Un año que tendrán que agregar mostos de otras cosechas.
En el juzgado, hierve el olor de angustia y
desánimo en un puñado de pequeños viñateros y abogados. Los que se ven
atrapados por los bancos, corren por pasillos repletos de tinterillos y busca
pleitos. No hay tiempo. Papeles firmados con sangre y vino. Pagarés
traicioneros que desbordan de sudor, tiempo y polvo de los callejones que
separan los viñedos.
—Señor
juez. Señora secretaria. Hoy se remata la historia de mi vida. De toda mi
familia. Me quedo igual que un desheredado. Prefiero la muerte a la vergüenza
de perder lo que mis abuelos construyeron y mis padres cuidaron para mi y mis
hijos. ¿Y qué harán Justino y
Eso esconde la frente húmeda y los
ojos fríos del hombre que se enfrenta a los juristas que observan impávidos los
expedientes. Hablan en voz baja. Los pequeños viñateros son condenados al
despojo.
Un grito despierta la somnolencia
insensible de la gente. ¡Un médico! ¿No hay un médico que ayude a este hombre
que ha caído? Parece infartado, sobre las baldosas gastadas del pasillo.
Corren.
Sofocados los mirones se apretujan
junto a un cuerpo exánime que nadie quiere abandonar. Un hombre bajito se
arrodilla, lo ausculta y comienza a hacer movimientos de resucitación. Llega
una ambulancia y se llevan al chacarero. Siguen los gritos y discusiones de los
dueños de pequeñas parcelas que arrojan los pagarés por el aire. Vuelan con sus
alas de papel al ritmo vertiginoso de la ruina.
“Vayan,
vayan a
El silencio se hace eco en el
recinto. Sale un juez y, tratando de tranquilizar a la gente, pronuncia las
palabras que todos esperan: “Vamos a aguardar, por ahora no “innovaremos”. Pondré una medida cautelar”. Se miran y saben que no innovar es un
tiempo para poder rescatar sus tierras. Sus manos ásperas acarician los pagarés
que reparte el secretario.
Volverán a la finca, a trabajar como
todos los días del año, como un día cualquiera, como siempre.
Querida Graciela, siempre es muy lindo leerte. Quienes vivimos en Mendoza, la tierra del buen sol y del buen vino, sabemos de esto que relatas. ¡¡Viva la vendimia ogullo de nuestra tierra!! abrazo grande
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