lunes, 18 de marzo de 2024

EL REMATE


La cosecha es magra. Primero la helada y luego tormentas que impiden la maduración y el grado alcohólico del grano, todo se conjura. La esperanza madura igual en los contratistas que cuidan lo que resta.

El patrón sólo protesta y pide préstamos al banco. “Malo, Ramona, otro préstamo pidió el patrón para fumigar la viña. Los bancos son ladrones de plata y dignidad. En cualquier momento nos echan a la calle. Al patrón le van a terminar rematando todo… y nosotros a la calle”.

Por marzo, pocos camiones se llenan y la calidad de la uva es mala. El precio es bajo. No tiene buen alcohol y azúcares el grano. Las bodegas saben que va a ser difícil conseguir caldos buenos. Un año que tendrán que agregar mostos de otras cosechas.

 En el juzgado, hierve el olor de angustia y desánimo en un puñado de pequeños viñateros y abogados. Los que se ven atrapados por los bancos, corren por pasillos repletos de tinterillos y busca pleitos. No hay tiempo. Papeles firmados con sangre y vino. Pagarés traicioneros que desbordan de sudor, tiempo y polvo de los callejones que separan los viñedos.

—Señor juez. Señora secretaria. Hoy se remata la historia de mi vida. De toda mi familia. Me quedo igual que un desheredado. Prefiero la muerte a la vergüenza de perder lo que mis abuelos construyeron y mis padres cuidaron para mi y mis hijos. ¿Y qué harán Justino y la Ramona con sus siete hijos? ¿Adónde irán, si esa es su casa desde siempre?

Eso esconde la frente húmeda y los ojos fríos del hombre que se enfrenta a los juristas que observan impávidos los expedientes. Hablan en voz baja. Los pequeños viñateros son condenados al despojo.

Un grito despierta la somnolencia insensible de la gente. ¡Un médico! ¿No hay un médico que ayude a este hombre que ha caído? Parece infartado, sobre las baldosas gastadas del pasillo. Corren.

Sofocados los mirones se apretujan junto a un cuerpo exánime que nadie quiere abandonar. Un hombre bajito se arrodilla, lo ausculta y comienza a hacer movimientos de resucitación. Llega una ambulancia y se llevan al chacarero. Siguen los gritos y discusiones de los dueños de pequeñas parcelas que arrojan los pagarés por el aire. Vuelan con sus alas de papel al ritmo vertiginoso de la ruina.

“Vayan, vayan a la Fiesta de la Vendimia. ¡Viva Mendoza y su Vendimia!”, gritan desesperados los chacareros y viñateros.

El silencio se hace eco en el recinto. Sale un juez y, tratando de tranquilizar a la gente, pronuncia las palabras que todos esperan: “Vamos a aguardar, por ahora no “innovaremos”. Pondré una medida cautelar”. Se miran y saben que no innovar es un tiempo para poder rescatar sus tierras. Sus manos ásperas acarician los pagarés que reparte el secretario.

Volverán a la finca, a trabajar como todos los días del año, como un día cualquiera, como siempre.


1 comentario:

  1. Querida Graciela, siempre es muy lindo leerte. Quienes vivimos en Mendoza, la tierra del buen sol y del buen vino, sabemos de esto que relatas. ¡¡Viva la vendimia ogullo de nuestra tierra!! abrazo grande
    Pat

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