lunes, 4 de marzo de 2024

EL REGRESO

  

            La pequeña Selene nació con el solsticio de verano. Era prematura, frágil y de rostro simiesco. La familia se asustó al ver que su cuerpo estaba cubierto por una profusa pelusa oscura. Abrió los ojos y asombroso el color del lago se reflejaba en sus pequeñas pupilas.

            Al pasar los días su piel se limpió de vello y una piel sonrosada quedó expuesta a la mirada aguda de su gente. Era un milagro. Cada vecino trajo un regalo a la niña, la madre conmovida aceptaba sorprendida el cariño y empeño puesto en ese nacimiento.

            Cuando el padre llegó del campo a conocerla, pues era tiempo de cosecha, se quedó prendado de la sonrisa desdentada de Selene. La besó en la frente y le cantó una antigua canción de sus ancestros.

            Pronto llegarían las lluvias y las inundaciones del campo. El techo de la casa de pobre hechura campesina se retorcía con algunas ráfagas de viento. Gehasko, el abuelo, trató de treparse y arreglarlo pero los huesos doloridos por los años de trabajo, no le ayudaron. Pidió asistencia a su vecino y entre ambos pusieron una capa de tierra y pasto seco, palma y barro.

            Estrella, la joven madre, recogió a los animales en jaulas de ramas y cañas, acopió las semillas en un esterillado bajo el techo y en grandes cestos de apretada trama juntó frutos que secó al sol caliente de los mediodías.

            Selene crecía cada día más bella. Graciosa y alegre su madre cantaba mientras en el viejo telar ordenaba hilos de algodón y seda. Las telas eran apreciadas en la aldea y con eso podían comprar algunos elementos que no se cultivaban en los alrededores.

            Un día cuando arreciaba el monzón, Reshir fue despedido por el dueño del campo de palmas datileras. Sobraban brazos y faltaban compradores en la región.

            Un amigo lo invitó a viajar a un país cercano a trabajar en obras grandes. La paga era buena y podía regresar cuando quisiera. Y partió con una pequeña mochila que le armó su Estrella. Besó a la niña y salió con un nudo en su garganta varonil y endurecida por la pena.

            En ese país, con un idioma diferente, costumbres raras y estrictas leyes, trabajó a destajo. Noche y día y día y noche. Juntó billetes de alto valor en su tierra. Cuando le tocaba el descanso, miraba el cielo y oraba a su dios para que su familia estuviera bien y en su corazón palpitaba un: -Ya vuelvo, ya regreso.- y siguió por meses hasta ver que un edificio de cristal dorado, reflejaba el sol y se elevaba hasta las pocas nubes que solía ver. Habían terminado y quiso el regreso.

            Cuando lo dejaron en ese enorme avión de línea que lo llevaba a su casa, una lágrima asomó por sus negras pestañas. –No quiero volver a este país tan caliente de clima y tan frío de amor.-

            Cuando llegó a la aldea, lo recibió una bellísima Selene que ya caminaba y hablaba. Su mujer había enfermado y su padre la cuidaba. –Hijo, hemos prometido a tu Selene al hijo del patrón. Se casarán cuando la niña cumpla ocho años. ¡El joven muchacho tendrá doce, tu lo conoces y sabes que buenos son, es un honor! Abrazó a la niña y abrazó a la madre. Puso un fajo de billetes en el lecho y mandó a buscar un doctor de la ciudad vecina.

            -Su mujer sólo tiene cansancio… y una leve anemia por insuficiente alimentos. Debe recuperarse con esta medicina y comer proteínas. La veré en tres semanas. Reshir puso billetes en las manos del galeno, éste lo miró sorprendido… ¿Cómo era posible que el campesino le pagara con esos valiosos pesos? Le miró las manos y comprendió todo el sacrificio del muchacho. -¡Gracias, pero sólo tomo uno, es suficiente!

            La vida se volvía una sinfonía de maravillosos momentos. Juntos, bajo el techo familiar el regreso del padre, había devuelto la paz y la tranquilidad a la pequeña familia. Selene con su hermosa ropa de colores, tejidas en el telar por su madre, parecía una mariposa revoloteando en la tierra de los alrededores. Desde lejos el joven prometido la espiaba, y a veces s e acercaba para jugar o le traía un dulce o una flor.

            El tiempo, ese intruso que espera poco, pasó como torbellino y llegó el día de la boda. Selene con un traje dorado y bellas alhajas, fue llevada en andas hasta su nueva casa. Su madre y su padre, tomados de la mano esperaron que pronto la vida les diera el regalo de más hijos, que llenaran sus vidas de alegría y risas. 

 

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