Crisóstomo
Lucero, "el Toro", se despertó como todas las ma ñanas a las tres en
punto. La madrugada era de ese color nítido del sereno...frío, húmedo y
silencioso. Bueno, a veces se rompía el silencio con los gritos de algún
borracho que venía de la isla. Prendió un ´Particulares´negro y aspiró con
placer el humo penetrante. Encendió la radio. ¿Colonia o el Mundo? Se decidió
por la que tenía a "Carlitos" cantando "Milonguita".
Escuchó la fría voz del "espiquer" que anunciaba lluvias y frío con
viento moderados del sur. Por lo menos no llegaría la sudestada. Se preparó un
mate y mientras se afeitaba como todos los días, miró por la pequeña ventana
del bañito ínfimo que le correspondía en el conventillo. La luz estaba encendida
en la casilla de enfrente. Ella, estaba trabajando con la máquina dale que
dale. ¡Cerró los ojos y la pensó toda hembra...hermosa!. Se tomó otro ´mate´ y
apagó el ´faso´. Se miró en el minúsculo espejito y sonriendo se volvió a
peinar, esta vez con brillantina, ¡no hay como la "Glostora" para
este pelo rebelde como mi gente!, pensó. Salió silbando un tanguito. Preparó el
eterno bolso con una toalla, jabón y algo de carne para asado, para preparar en
la dársena al mediodía. Metió una manzana y luego de apagar luces, calentador y
radio, salió despacio para no despertar a la doña de la pocilga de al lado y a
los ´pibes´.
Una
bocanada de aire frío y húmedo le cortó la respiración. Se paró en la esquina
donde para el tranvía nº 33 que lo lleva al ´yugo´. Allí ya estaba don Tocho,
que también se iba al frigorífico. Por la sirena de un barco supo que eran las
cinco y ya comenzaba a colarse sobre los adoquines el manto color obispo de un
sol escuálido y furtivo que se ponía a jugar a las escondidas como niño entre
los destartalados edificios obreros del bajo. ¡Siquiera el sol fuera un
contrato de palabra permanente! pensó, mientras se colgaba del ´bondi´. Escuchó
la cantinela del maquinista, que tenía la voz en cuello cantando una milonga,
interrumpiéndose..” hacia atrás”. ¡ Ese era su tango favorito: " Sus ojos
se cerraron y el mundo sigue andando...". La gente lo apretaba con odio y
rencor contra sus desdichas de inmigrante de provincia, de cabecita negra. Había dejado su pueblo en el sur y se sentía un extraterrestre, allí en su
mismo país.
Llegó
como todos los días, marcó la tarjeta en el momento en que sonaba el silbato
del barco. Ya tenían que descargar. El sol esquivo hizo un alto entre las nubes
desaprensivas y dejó de llover y por supuesto, ese sol sonrio mezquino por un
rato, calentando apenas el cemento, en que se sentaron a comer algo. El Toro,
se dejó caer en un borde de concreto y madera medio podrida por el agua del
río. Quería descanzar. De pronto unos gritos de dolor interrumpieron la mañana.
Una planchada del barco había caído sobre un muchacho...el Toro corrió y con su
fuerza enorme levantó la plancha de hierro y metiendo el hombro derecho la
sostuvo hasta que pudieron sacar al herido. La resistencia que tenía era
prodigiosa. LLegó un gerente y detrás el "patrón"...todos los obreros
lo escoltaban con admiración. El herido partió en ambulancia y él quedó
allí con su camisa marcada con la sangre
del herido. Se sentó y de las manos finas y delicadas del patrón recibió un
cigarrillo rubio importado...fumó con deleite. Allí mismo el jefe le dijo: ¿Tu
nombre ? - Crisóstomo Lucero...soy sureño...de Olavarría, me dicen el “Toro” Y
quedó flotando entre los hombres una admiración creciente. Un respeto de
machos.
-¡Bueno
"che" Crisóstomo...tomate el día libre, le has ahorrado un problemón
a la empresa! Te lo merecés - y sacando unos billetes se los puso en el
bolsillo de la camisa. El Toro quiso rechazarlos pero la mano firme del patrón
le impuso con la mirada y un gesto serio, pero amable, el premio. Los otros lo
miraron con envidia.
Le
parecía raro regresar tan temprano al barrio. Pero él era siempre el mismo, un
Toro, no por su fuerza bruta, sino por su nobleza.
Llegó
a una hora en que el barrio entero parecía una caldera hirviente. En la cuadra
de su inquilinato, se había instalado una feria de gringos que vendían de todo.
Compró unos pescados frescos y algo de fruta. Una "tana" rubicunda,
con un crío en la cintura, le ofrecía flores...¿a quién se las podía dar él?
Sonrió y siguió de largo. De repente casi se atropella a la "Rusita",
que había dejado un momento su máquina de coser y se quedó parado, mudo y la
miró con devoción de cura. Ella clavó los ojos de un verde transparente en sus
ojos negros, se llenó de sonrisas y dos hoyuelos se marcaron en las mejillas. ¡
Estaba tan pálida como las nubes del cielo!. Estaba allí parado sin poder decir
nada. Simplemente estaba parado. Sintió un empujón que casi lo deja sentado en
el bar del Turco, y de pronto con una cerveza en la mano y el vozarrón de don
Tocho y la risa de otros muchachos que lo miran con curiosidad creciente.
-
¡ Eh, Toro, no se me achique, es linda la hembra pero...tiene dueño!- Y fue
entonces, el remolino de ojos y brazos y risotadas.
-
¿De qué me habla amigo?- apenas podía murmurar por la vergüenza y la cortedad
de su carácter. Sintió un calor desgarrante que le apretaba todo el cuerpo. Le
subió un dolor ferroso y herrumbrado por la garganta enérgica de macho.¡ Él, el
Toro, haciendo ese papelón frente a todo los hombres del boliche...!
-¡
Vamos...Toro, usté sabe...,sabe de qué le hablo, de la rusita..., hermosa
´mina´, pero...en cualquier momento cae el ruso. Hace mucho que no viene, pero
es un hombre que trabaja en otro lado. Creo que trabaja por Misiones o el
Chaco.
Un
silencio espinoso y torpe, se cierra entre los hombres. Nadie abre la boca. Es
un compromiso de todos respetarse la hembra. En la vitrola canta
-
Lo esperaba...le dejé eso sobre su cama, perdone el atrevimiento, pero me ayudó
tanto...- La mujer en su media lengua le pedía perdón y él, no recordaba nada.
-Usted me ayudó a subir los baules el día que llegué, ¿se acuerda?- y entre
sonrisas le tiende una mano encayecida. - Gracias.- y sale casi corriendo
seguida por no menos de cinco niños de ojos grandes y curiosos. Los mira con
asombro. Todos en el edificio son forasteros como él, todos pobres, todos llenos
de problemas. Y él , uno más del montón. Sorprendido se vuelve a su cuartucho y
saca las cortinitas blancas y las mira...son bonitas, carajo.¡ Qué alejado está
él de esos primores ¡ Se asoma por la ventanita del baño para mirar a la
rusita, la espía con deleite y ve que ya está sentada frente a la máquina,
trapo viene trapo va. No está acostumbrado a tener medio día libre.¡ No sabe
qué hacer? Y se acuesta en su cama rezongona y se duerme a pesar del ruido del
inquilinato.
Después
baja a la calle a cambiar unas palabras con su gente, y para tomarse una
Ginebra o una "Ferroquina Bisleri"...cosas de ese mundo pequeño en el
bar del Turco. Siempre acecha a la muchacha de sus sueños. Pero nunca le habla
o la piropea como hacen otros hombres del barrio. ¡Sos un ´otario´, un gil de
cuarta...te la van a soplar...dale, acercate!; piensa en silencio. Pero sigue
allí, sin tomar coraje. Sólo mira la ventana y sueña con avidez de besos y de
desenfreno inconfesado.
Llega
la primavera y un barco atraca detrás de otro. Con cargas bravas y enconadas
que les trae enfermedades desconocidas o novedosas chucherías de contrabando.
El trabajo es duro pero para él, no tiene ningún enojo ni novedad. Una tarde
regresa más temprano y cuando se descuelga del micro...ve un gentío frente a la
parada del tranvía, de la vereda de enfrente. Gritos y chillidos de mujeres y
chicos. Corre y entre codazos y empujones se abre el paso para ver. En el
empedrado de la calle, herida, está
Luego
de algunas semanas de cuidarla con ternura, el Toro, regresa a su cotidiana
monotonía. Consecuente, la vida gana y la muchacha repuesta, torna a su fatiga
de trapos y centímetro. Sólo fue una pausa en sus vidas.
Una
madrugada como siempre se despertierta pone la vieja pava en el calentador,
unos mates calentitos le darán fuerza para comenzar un jornada dura...llueve
como si el infierno se hubiera despertado en furiosa alegría. Llueve y el
golpeteo en las latas del techo impiden escuchar la voz de Carlitos en la
radio. Siente un murmullo en la puerta, es como un aleteo de palomas. Abre y
encuentra a la rusita empapada acodada en su puerta...la levanta en sus brazos
y la deposita en la cama. Está débil aún y mojada. Su pelo rubio pegado en
franjas sobre sus pálidas mejillas. No sabe que hacer. Ella se yergue y lo abraza
con fuerza y lo besa con un fuego que despierta todos sus instintos
adormecidos. Mojados, torpes y enardecidos se aman sin prejuicios. Se olvidan
del mundo. En la radio... Carlitos Gardel canta “ Volver...”, sin relojes ni
almanaques. Allí se arriesga la pasión con el deseo en un simultáneo parpadeo
entre la vida y la muerte. Entre el pecado y la esencia misma de la vida que se
mezcla con la sabia necesidad de los cuerpos. Ella ama sin derroche a ese
hombre que apenas mira. Él la ama con furia contenida de su sexo joven. El sol
encuentra los cuerpos desnudos, dormidos y seducidos en la pequeña cama. Un
olor de amores impronunciables y tensos. El silencio despierta sospechas entre
la ensoñación. De repente se abre la puerta de un golpe y un gigante rubio
entra y con una cuchilla de tamaño desmesurado atraviesa los dos cuerpos
infinidad de veces. La sangre compartida penetra la tela de las sábanas y del
frágil colchón del conventillo. Abrazados y con los ojos abiertos mirando el
infinito, quedan el Toro y
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