lunes, 25 de marzo de 2024

EL TORO...Y SU TRISTE HISTORIA DE AMOR


            Crisóstomo Lucero, "el Toro", se despertó como todas las ma ñanas a las tres en punto. La madrugada era de ese color nítido del sereno...frío, húmedo y silencioso. Bueno, a veces se rompía el silencio con los gritos de algún borracho que venía de la isla. Prendió un ´Particulares´negro y aspiró con placer el humo penetrante. Encendió la radio. ¿Colonia o el Mundo? Se decidió por la que tenía a "Carlitos" cantando "Milonguita". Escuchó la fría voz del "espiquer" que anunciaba lluvias y frío con viento moderados del sur. Por lo menos no llegaría la sudestada. Se preparó un mate y mientras se afeitaba como todos los días, miró por la pequeña ventana del bañito ínfimo que le correspondía en el conventillo. La luz estaba encendida en la casilla de enfrente. Ella, estaba trabajando con la máquina dale que dale. ¡Cerró los ojos y la pensó toda hembra...hermosa!. Se tomó otro ´mate´ y apagó el ´faso´. Se miró en el minúsculo espejito y sonriendo se volvió a peinar, esta vez con brillantina, ¡no hay como la "Glostora" para este pelo rebelde como mi gente!, pensó. Salió silbando un tanguito. Preparó el eterno bolso con una toalla, jabón y algo de carne para asado, para preparar en la dársena al mediodía. Metió una manzana y luego de apagar luces, calentador y radio, salió despacio para no despertar a la doña de la pocilga de al lado y a los ´pibes´.

                        Una bocanada de aire frío y húmedo le cortó la respiración. Se paró en la esquina donde para el tranvía nº 33 que lo lleva al ´yugo´. Allí ya estaba don Tocho, que también se iba al frigorífico. Por la sirena de un barco supo que eran las cinco y ya comenzaba a colarse sobre los adoquines el manto color obispo de un sol escuálido y furtivo que se ponía a jugar a las escondidas como niño entre los destartalados edificios obreros del bajo. ¡Siquiera el sol fuera un contrato de palabra permanente! pensó, mientras se colgaba del ´bondi´. Escuchó la cantinela del maquinista, que tenía la voz en cuello cantando una milonga, interrumpiéndose..” hacia atrás”. ¡ Ese era su tango favorito: " Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando...". La gente lo apretaba con odio y rencor contra sus desdichas de inmigrante de provincia, de cabecita negra.  Había dejado su pueblo en el sur  y se sentía un extraterrestre, allí en su mismo país.

                        Llegó como todos los días, marcó la tarjeta en el momento en que sonaba el silbato del barco.  Ya tenían que descargar.  El sol esquivo hizo un alto entre las nubes desaprensivas y dejó de llover y por supuesto, ese sol sonrio mezquino por un rato, calentando apenas el cemento, en que se sentaron a comer algo. El Toro, se dejó caer en un borde de concreto y madera medio podrida por el agua del río. Quería descanzar. De pronto unos gritos de dolor interrumpieron la mañana. Una planchada del barco había caído sobre un muchacho...el Toro corrió y con su fuerza enorme levantó la plancha de hierro y metiendo el hombro derecho la sostuvo hasta que pudieron sacar al herido. La resistencia que tenía era prodigiosa. LLegó un gerente y detrás el "patrón"...todos los obreros lo escoltaban con admiración. El herido partió en ambulancia y él quedó allí  con su camisa marcada con la sangre del herido. Se sentó y de las manos finas y delicadas del patrón recibió un cigarrillo rubio importado...fumó con deleite. Allí mismo el jefe le dijo: ¿Tu nombre ? - Crisóstomo Lucero...soy sureño...de Olavarría, me dicen el “Toro” Y quedó flotando entre los hombres una admiración creciente. Un respeto de machos.

                        -¡Bueno "che" Crisóstomo...tomate el día libre, le has ahorrado un problemón a la empresa! Te lo merecés - y sacando unos billetes se los puso en el bolsillo de la camisa. El Toro quiso rechazarlos pero la mano firme del patrón le impuso con la mirada y un gesto serio, pero amable, el premio. Los otros lo miraron con envidia.

                        Le parecía raro regresar tan temprano al barrio. Pero él era siempre el mismo, un Toro, no por su fuerza bruta, sino por su nobleza.

                        Llegó a una hora en que el barrio entero parecía una caldera hirviente. En la cuadra de su inquilinato, se había instalado una feria de gringos que vendían de todo. Compró unos pescados frescos y algo de fruta. Una "tana" rubicunda, con un crío en la cintura, le ofrecía flores...¿a quién se las podía dar él? Sonrió y siguió de largo. De repente casi se atropella a la "Rusita", que había dejado un momento su máquina de coser y se quedó parado, mudo y la miró con devoción de cura. Ella clavó los ojos de un verde transparente en sus ojos negros, se llenó de sonrisas y dos hoyuelos se marcaron en las mejillas. ¡ Estaba tan pálida como las nubes del cielo!. Estaba allí parado sin poder decir nada. Simplemente estaba parado. Sintió un empujón que casi lo deja sentado en el bar del Turco, y de pronto con una cerveza en la mano y el vozarrón de don Tocho y la risa de otros muchachos que lo miran con curiosidad creciente.

                        - ¡ Eh, Toro, no se me achique, es linda la hembra pero...tiene dueño!- Y fue entonces, el remolino de ojos y brazos y risotadas.

                        - ¿De qué me habla amigo?- apenas podía murmurar por la vergüenza y la cortedad de su carácter. Sintió un calor desgarrante que le apretaba todo el cuerpo. Le subió un dolor ferroso y herrumbrado por la garganta enérgica de macho.¡ Él, el Toro, haciendo ese papelón frente a todo los hombres del boliche...!

                        -¡ Vamos...Toro, usté sabe...,sabe de qué le hablo, de la rusita..., hermosa ´mina´, pero...en cualquier momento cae el ruso. Hace mucho que no viene, pero es un hombre que trabaja en otro lado. Creo que trabaja por Misiones o el Chaco.

                        Un silencio espinoso y torpe, se cierra entre los hombres. Nadie abre la boca. Es un compromiso de todos respetarse la hembra. En la vitrola canta la Tita Merelo esa chica nueva que vocea ..." Yo soy la morocha..." y Crisóstomo cierra los ojos con fuerza para no desmostrar su blandura. Tiene que salir de allí y deja la cerveza y pone un billete sobre la mesa de madera ordinaria y casi atropellándose a un ´fulano´ que entra , sale disparado hacia su pieza. Al entrar ve sobre la cama un paquete finamente envuelto en papel de colores. El corazón le da un salto, piensa en la rusita y de un manotón lo abre...Un par de visillos hechos a la aguja primorosamente trabajados que lo asombran. No tiene pistas para descubrir su origen. Saca la cabeza y casi choca con doña Franchesca, una gringa de la pieza veintitrés.

                        - Lo esperaba...le dejé eso sobre su cama, perdone el atrevimiento, pero me ayudó tanto...- La mujer en su media lengua le pedía perdón y él, no recordaba nada. -Usted me ayudó a subir los baules el día que llegué, ¿se acuerda?- y entre sonrisas le tiende una mano encayecida. - Gracias.- y sale casi corriendo seguida por no menos de cinco niños de ojos grandes y curiosos. Los mira con asombro. Todos en el edificio son forasteros como él, todos pobres, todos llenos de problemas. Y él , uno más del montón. Sorprendido se vuelve a su cuartucho y saca las cortinitas blancas y las mira...son bonitas, carajo.¡ Qué alejado está él de esos primores ¡ Se asoma por la ventanita del baño para mirar a la rusita, la espía con deleite y ve que ya está sentada frente a la máquina, trapo viene trapo va. No está acostumbrado a tener medio día libre.¡ No sabe qué hacer? Y se acuesta en su cama rezongona y se duerme a pesar del ruido del inquilinato.

                                   Después baja a la calle a cambiar unas palabras con su gente, y para tomarse una Ginebra o una "Ferroquina Bisleri"...cosas de ese mundo pequeño en el bar del Turco. Siempre acecha a la muchacha de sus sueños. Pero nunca le habla o la piropea como hacen otros hombres del barrio. ¡Sos un ´otario´, un gil de cuarta...te la van a soplar...dale, acercate!; piensa en silencio. Pero sigue allí, sin tomar coraje. Sólo mira la ventana y sueña con avidez de besos y de desenfreno inconfesado.

                        Llega la primavera y un barco atraca detrás de otro. Con cargas bravas y enconadas que les trae enfermedades desconocidas o novedosas chucherías de contrabando. El trabajo es duro pero para él, no tiene ningún enojo ni novedad. Una tarde regresa más temprano y cuando se descuelga del micro...ve un gentío frente a la parada del tranvía, de la vereda de enfrente. Gritos y chillidos de mujeres y chicos. Corre y entre codazos y empujones se abre el paso para ver. En el empedrado de la calle, herida, está la Rusita...La levanta en sus brazos y corre hacia el único coche del barrio, el del Turco bolichero, que salta como impulsado por una fuerza inmaterial y salen disparando al hospital.¡ El maldito ´cajetilla´que la atropelló, escapó por la avenida, antes que nadie pudiera reaccionar! Y llegan a la sala de primeros auxilios y le arrebatan el cuerpo desvanecido de la mujer. Un médico le pide que no se aleje y se acerca un "cana" con una enfermera. Comienzan a pedirle datos.  Él no sabe ni siquiera el nombre. “Una vecina”, dice y el Turco se retuerce las manos. El miedo se instala. El muy infeliz, comerciante, al fin, se va con su auto. Se queda solo y siente que tiene un trozo de acero caliente en las tripas. Se sienta a esperar en uno de esos bancos duros y asfixiantes del hospital. El olor a muerte y a "Gilot" lo hace descomponer. Busca un baño y vomita. Luego de mojarse y tomar unos sorbos tibios de agua, sale para seguir esperando. Un joven médico envuelto en un apretado y sofocante delantal verde sucio y maloliente, lo toma del brazo, donde aún tiene manchas de sangre de su amada y le espeta...¡ Su mujer necesita todos estos remedios y sangre..., allí le harán las pruebas para que done! Y sale sin preguntar ni pedir explicaciones. Él como un robot se presta para todo...tiene esa plata guardada que le dio el patrón. Será para su Rusita. ¡ Otra enfermera lo empuja hasta una larga y afilada habitación donde cama tras cama mujeres lo contemplan o simplemente despiertan de sopores inapelables con aromas a sopa y alcanfor! Ella apenas abre los labios, acerca su mano a la de él. El Toro tiembla de dolor, de emoción y de amor. Ella murmura un nombre. No le comprende. Se sienta en una silla de metal, dura , que se va incrustando con las horas que transcurren, en sus nalgas. Por momentos dormita igual que ella. De repente lo llama con una suavidad de pájaro débil. Lo ha reconocido y le sonríe. Le acerca un poco de agua. Bebe y le toma la mano. Nadesha... Nadesha...Solokov ...es mi nombre. Y su cabeza cae nuevamente sobre la pobreza blanca del lecho. Nada. Silencio y quejidos apenas audibles. Pasan horas interminables. Agobiantes e incómodas. Él está solo y todos los relojes detenidos. La vida en su eterna guerra con la muerte juegan allí una lucha desigual.

                        Luego de algunas semanas de cuidarla con ternura, el Toro, regresa a su cotidiana monotonía. Consecuente, la vida gana y la muchacha repuesta, torna a su fatiga de trapos y centímetro. Sólo fue una pausa en sus vidas.

                        Una madrugada como siempre se despertierta pone la vieja pava en el calentador, unos mates calentitos le darán fuerza para comenzar un jornada dura...llueve como si el infierno se hubiera despertado en furiosa alegría. Llueve y el golpeteo en las latas del techo impiden escuchar la voz de Carlitos en la radio. Siente un murmullo en la puerta, es como un aleteo de palomas. Abre y encuentra a la rusita empapada acodada en su puerta...la levanta en sus brazos y la deposita en la cama. Está débil aún y mojada. Su pelo rubio pegado en franjas sobre sus pálidas mejillas. No sabe que hacer. Ella se yergue y lo abraza con fuerza y lo besa con un fuego que despierta todos sus instintos adormecidos. Mojados, torpes y enardecidos se aman sin prejuicios. Se olvidan del mundo. En la radio... Carlitos Gardel canta “ Volver...”, sin relojes ni almanaques. Allí se arriesga la pasión con el deseo en un simultáneo parpadeo entre la vida y la muerte. Entre el pecado y la esencia misma de la vida que se mezcla con la sabia necesidad de los cuerpos. Ella ama sin derroche a ese hombre que apenas mira. Él la ama con furia contenida de su sexo joven. El sol encuentra los cuerpos desnudos, dormidos y seducidos en la pequeña cama. Un olor de amores impronunciables y tensos. El silencio despierta sospechas entre la ensoñación. De repente se abre la puerta de un golpe y un gigante rubio entra y con una cuchilla de tamaño desmesurado atraviesa los dos cuerpos infinidad de veces. La sangre compartida penetra la tela de las sábanas y del frágil colchón del conventillo. Abrazados y con los ojos abiertos mirando el infinito, quedan el Toro y la Rusita...esperando el cielo o el infierno. Sigue cantando Carlitos y en la calle la feria destierra el silencio.  

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