lunes, 25 de marzo de 2024

CARNAVAL EN ZAMBA Y FUEGO

 


            Sintió el sonido febril de unos tamboriles en las adyacencias. Era carnaval y su pueblo amaba esa fiesta pagana. Despertaba la sangre negra escondida por siglos. Se asomó a la ventana. La mujer con su rostro descompuesto de ira, rompió el cristal de la ventana para que el sonido se acercara a sus oídos excitados. Su sangre fluía a borbotones por sus piernas sin poder sacarse el deseo de su hombre. Un agudo calor le atravesó el vientre. ¡El carnaval había llegado trayendo los recuerdos de su juventud! Sintió el aire fresco de la mañana en su rostro alegre. Su corazón sonaba como los tambores. Se estaba muriendo envuelta en el fragor del ritmo loco.

            Había conocido a un dios robusto, amante caliente y fervoroso en una tarde en Copacabana, en la Rua. Ella estaba vendiendo su cuerpo como siempre desde su más tierna pubertad. Lo miró. Sus ojos se metieron en un mar bravío. Silencioso como dios pagano la arrastró hasta un hotelucho. La amó desesperadamente. Se fue dejándole una soledad desmesurada. Ni su abandono en la infancia la dejó tan desnuda de calor humano. Sintió que ya nunca podría amar a otro hombre. Se emborrachó como hacía mucho no lo hacía y volvió a la calle. Rodó. Rodó. Moría en cada sexo que penetraba su fantasma. Ya estaba muerta.

            Tal vez al conocer a Oliverio comenzó a resucitar. Era un hombre calmo. Bueno. Se fue con él un día después de una tormenta. La Fabela le apretó el silencio. Le llenó de gritos y de risas. Pintó sus carnavales con ráfagas de fuego. Pero en medio del extravío ensoñaba con su dios perdido. Una lluvia de estrellas conectó su mundo con la vida. Se quedó embarazada. Una mañana descubrió entre sus brazos morenos a su niño. Regocijó su espíritu. Cantó su alma. Canturreó y armó batucadas nuevas en su cuerpo exuberante. Alimentó de las calles a sus hombres con hombres que mantenía a distancia de cien fuegos. Era feliz a su manera.

            Una noche sucedió...encontró a su dios perdido. Estaba solo y borracho. La cachaza rebotaba de su aliento afiebrado. Habló como no hubiera hablado con nadie. Ella lo amó desesperadamente. Sabía que nuevamente lo perdería. La ruas lo tragaron como entonces. Ella ya no era la niña de aquel tiempo. Tenía cien años en su rostro. En su alma milenaria no cabía esa pasión. Regresó al alba y lo esperó la tragedia. En su ausencia, la Fabela se había incendiado y murió su hijo. Quedó petrificada de dolor. Oliverio buscó ayuda. Estaban tan solos como los pobres solos de las favelas violentadas. Vinieron a llevarlos a un refugio y ella fue como una muñeca moribunda. No podía respirar por la tristeza. No tenía esperanza.

            Se acercaba el carnaval. Despertó una mañana con un mal presagio

 

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