Sintió el sonido febril de unos tamboriles en las adyacencias. Era carnaval y su pueblo amaba esa fiesta pagana. Despertaba la sangre negra escondida por siglos. Se asomó a la ventana. La mujer con su rostro descompuesto de ira, rompió el cristal de la ventana para que el sonido se acercara a sus oídos excitados. Su sangre fluía a borbotones por sus piernas sin poder sacarse el deseo de su hombre. Un agudo calor le atravesó el vientre. ¡El carnaval había llegado trayendo los recuerdos de su juventud! Sintió el aire fresco de la mañana en su rostro alegre. Su corazón sonaba como los tambores. Se estaba muriendo envuelta en el fragor del ritmo loco.
Había
conocido a un dios robusto, amante caliente y fervoroso en una tarde en Copacabana,
en
Tal
vez al conocer a Oliverio comenzó a resucitar. Era un hombre calmo. Bueno. Se
fue con él un día después de una tormenta.
Una
noche sucedió...encontró a su dios perdido. Estaba solo y borracho. La cachaza
rebotaba de su aliento afiebrado. Habló como no hubiera hablado con nadie. Ella
lo amó desesperadamente. Sabía que nuevamente lo perdería. La ruas lo tragaron
como entonces. Ella ya no era la niña de aquel tiempo. Tenía cien años en su
rostro. En su alma milenaria no cabía esa pasión. Regresó al alba y lo esperó
la tragedia. En su ausencia,
Se acercaba el carnaval. Despertó una mañana con un mal presagio
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