lunes, 18 de marzo de 2024

VIEJO SEVERINO, CAPADOR

 

            El mister es alto, rubicundo, bebedor de whisky y viajero constante. Cuando recaló en Rodeo de los Alerces, se enamoró del lugar. La tierra fértil, los árboles coposos y el rumor de ramaje y hojas, transformaron su naturaleza tranquila y flemática. Se enardeció la sangre antigua de celtas e ingleses.

Los hielos eternos descendiendo con fuerza en el verano, creando un paraíso deseable para quien dejó una isla tan gélida y nubosa. Los ojos agua de cielo, calcados de las nubes, se enrojecen mirando la cordillera. No desea olvidarse del espumoso río blanco que descarga burbujas en los sedientos terrenos donde pastorean los animales lanudos y berreantes. Los viejos ovejeros, pastores natos, arreando los vientres de cabras y ovejas cargadas de futuro ganado, ladrando con su rito de cuidadores cánidos.

            Mister Brian Foster, volcó su haber en comprar el rincón edénico. Pero no podía hacer solo lo que nunca hizo. Allá, cerca de Londres, era un oficinista que conocía de seguros y de valores. Corría con su equipo de PC de oficina en oficina. A los bancos y las cámaras de negocios.

Ya no disfrutaba de un paseo por Piccadilly o por la zona de Chelsea; de Oxford Street o Kensington. Sólo trabajar y subir a los ferrocarriles para regresar a su departamento de soltero en West End. ¡No era vida esa! No podía sentarse en un pub a beber un Ale hasta que sonara la campana.

Menos aún, con sus cuarenta y tres años de vida recorridos en escuelas académicas y el privilegio de asistir a la universidad más exigente de Inglaterra. Últimamente, le preocupaba el crecimiento de la inmigración oriental musulmana y africana, que había transformado el rostro de las calles tranquilas en verdaderos aglomerados de gente extraña y desconfiable.

Londres ya no era el de su juventud, por eso, cuando conoció esa maravilla, dejó un fax en su oficina pidiendo un año de jubileo, que arrendaran su departamento, usaran su cartera de clientes. Él intentaría vivir una aventura sin igual en un lugar perdido entre ríos y montañas en el sur del Sur.

Foster tenía aversión por la idea de los atentados, ya fueran de los Separatistas Irlandeses, el IRA. o por los seguidores de Bin Laden. Si existía un vergel de paz en la tierra, él estaría allí al llegar el fin del mundo. Había leído en la revista del avión que lo trajo a este lejano lugar que un gurú hindú declaraba seriamente el fin de la era de Piscis y el ingreso en la era de Aries y eso significaba cambios mortales para el planeta.

 Además, solía soñar con los viejos relatos de su madre sobre los bombardeos de la Segunda Guerra y quería estar bien lejos de  ese horror.

            El terreno que adquirió estaba cerca de un glaciar cuyo color cambiaba según el arco iris. Horas sentado bajo un sauce o un pinar, mirando el cielo. Comenzó a conocer cada estrella de las constelaciones de la Vía Láctea. Tanto había leído esa leyenda griega de la leche materna de la diosa que formara la Vía Láctea y ahora la tenía allí. Casi la podía tocar con las puntas de los dedos.

 Disfrutando ese fantástico cielo conoció a Severino. Hombre parco de tez morena, achinado con crines negras e hirsutas. El conocedor del campo, de animales y naturaleza. Era perfecto para ser su ayudante. Lo contrató de inmediato. Cada uno en un idioma de silencio se comunicó con el otro a su manera. Se fue creando una dependencia que haría historia en la región.

            Severino no tenía edad. Ni viejo ni joven, con experiencia de capar y esquilar. Curaba bicheras y quebraduras de los animales heridos. Cazador sagaz, sabía cuándo salir a buscar un animal para comer, sin molestar a la diosa tierra. Odiaba las trampas. Decía que un buen cazador tenía que mirar de frente su presa para que le perdonara la desgracia mortal de la cacería. Pero creía que había un espacio en el más allá donde habitarían aquéllas que mantenían vivo al hombre.

            El trabajador es magro, robusto, con rostro adusto, pero fiel y seguro de conocer el manejo del campo con verdaderos corrales con majadas de ovejas y cabras. Los brazos fuertes, robustos los músculos y huesos concretos. La mirada penetrante atraviesa la espesura con insistencia para atrapar objetos en el aire, captar en el olor del viento la presencia de algún depredador de las manadas.

Vestido con un verdadero chiripá y poncho, usa polainas para evitar la mordedura de reptiles venenosos, espinas gruesas o piedras afiladas, que se desprenden como pedernales de la ladera arisca de la sierra.

Un güincha pampa sostiene el sombrero aludo con barbijo de cordón, para que el permanente viento no le robe su cobertura contra el sol o la lluvia, que suele azotar la zona. Vive junto al canal que brota en la naciente, manantial de agua dulce como la miel de avispa silvestre.

Su rancho, de adobe pisoteado con junco y totora, con paja brava y barro, contiene una breve historia de silencio. Su vida de hijo de nadie lo atraviesa. El techo rústico y primitivo como Severino, protege las noches arrachadas de nieve o sol. Allí en su soledad de macho, suele en ciertos días del año, prenderse a la caña o al vino tinto con sedimentos de tinajas caseras. Una buena borrachera que anestesia el dolor de ausencias innombradas.

Tizne y carbón hecho con los semilleros de pinos y ramas de árboles caídos, cuyos troncos podridos por el tiempo sostienen su follaje ácido que cae en lluvia perezosa para acolchar la tierra sin hierba.

Severino se crispa cuando alguien llega y alude a su condición de hombre solo. El Gringo, como le dicen al mister, comiendo a veces un asado de capón cuchillo en mano, lo acompaña sin palabras. Juntos, ensimismados, miran correr las nubes y la vida con sus pájaros sedientos de espacio y libertad.

No queda un solo animal sin esquilar o capar, para que la carne sea más suave, y su sabor prepotente de bicho salvaje, se inmiscuya en los hoteles de lujo, de la mano de un chef, maridado con un vino fuerte, un Borgoña o un Malbec.

            La lana de los corriedale, todos los días, viaja en carromatos hasta el puerto de Chile. La llevan a las hilanderías más cotizadas de Europa. Y el mister con Severino sigue la huella desconocida del futuro, esperando el fin del mundo en el Fin del Mundo. Al sur del sur, en esta lejana tierra que fuera hábitat de la gente nativa hoy llamada “mapuche” y que recobra su lugar en el concierto de países del planeta llamado Tierra.


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