jueves, 9 de marzo de 2023

ACARICIÓ EL ROSTRO DE DIOS

 

Liliana caminó por el adoquinado, conforme. Había conseguido ingresar en el ámbito del teatro más prestigioso como actriz protagónica. Sus pies cansados por los ensayos ya no le dolían. Era feliz. Su maestro Roberto Mantovardi apostó por su capacidad. No será fácil, le había dicho, pero verás cómo cada día, si te lo propones, tu tarea será más y más valorada.

Recordó el día en que la madre iba a la fábrica de botellas para envasar vino donde trabajaba. Quiero ser actriz. Lloró. En realidad lloraron juntas. Sabían que se alejaría para siempre del pequeño pueblo, pero que el futuro era de la querida Liliana.

            La mujer, único sostén de familia, consiguió que el capataz hiciera los arreglos y llegaron a la capital, con sólo un sueño. Lograr que la muchacha entrara en la academia de arte dramático.

Delgada, ínfima en su contextura, pálida y sutil, parecía un ave desplegando sus pequeños brazos como alas débiles para echar a volar. Con el rostro picado por la varicela parecía un ratoncito perdido. No era bonita pero tenía el don de trasmutar en mil personas diferentes. Poseía una voz clara y matizada. Algo rebelde, o trágica, frente a la realidad del rol.

Tuvo una maestra, la primera. La recibió mal, se llamaba Nadia. Era tan severa que las alumnas sentían que las despreciaba. La otra, una diva, era Ana Glolievich, antiguamente primera actriz del Teatro Comedia. Era el espejo más exitoso a quien emular.

Liliana sudó. Sollozó. Gritó. Sus pies destrozados por cantidad de horas parada ensayando una escena. Las piernas entumecidas de repetir cada acción mil veces, con un parlamento, dando entrada a los compañeros en los diálogos, hasta que se encalleció su músculo visceral, bajo la ropa de algodón se endureció con el esfuerzo. Los órganos fueron fustigados para lograr de Liliana, una actriz al estilo de grandes comediantes del país.

         Llegó el examen final y, Luis Beltrami, la eligió junto a tres aspirantes. Creyó que tocaba el cielo, o la cara de Dios, con las manos. Inmutable, el maestro la hacía llegar a la máxima mortificación con su grito marcando el ritmo de la tragedia o la comedia elegida, golpeando las tablas en el teatrino y la espalda para que adoptaran la postura correcta. Había sido señalada para la prueba. Allí estaba frente a Carlos Ahumada, maquillada y vestida con un traje de ninfa, tratando de conseguir el primer puesto en la compañía. ¡La obra que tenían que representar era tan moderna! Tomadas de la mano las jóvenes esperaron el resultado de la prueba. Quedó en segundo lugar, en el papel de suplente de la primera actriz.

Se sentía feliz. Corrió a buscar una forma de comunicarse con su madre. Por el adoquinado primero caminó, luego voló. Fue tan fuerte el golpe que le propinó el viejo camión del ejército que saltó por los aires. El chofer sólo atinó a comentar:

—Alguien dijo que las mujeres y las mariposas se parecen bastante. ¿No lo creen? ¿Vieron cómo levantó vuelo? ¡Parecía querer tocar el rostro de Dios con sus pequeñas manos!  —y siguió su ruta para cumplir con la entrega de las armas y explosivos que llevaba al cuartel. Era una Orden Superior. No podía detenerse.


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