Mio.
Mi cuello dolorido, columna de cristal que se bate al viento de mi suerte. Es
una cárcel de espinas incrustadas en la memoria de mi infancia ausente. El
viaje se había programado para que la abuela cambiara de aire. Llenaron de baúles
la volanta y con el anciano cochero comenzamos a rodear la costa.
El
paisaje era hermoso. El viento nos sorprendía robándonos las cintas y
sombreros. ¡Cómo reíamos! Nuestra querida Nana traía una cesta llena de
croquetas con perfume exquisito, rebanadas de pan con jamón y huevos duros.
Fruta en abundancia. Comíamos manzanas y nueces, jugábamos con nuestras manos
mientras mamá intentaba concentrarse en un libro. Era una novela de Alejandro
dumas. A los pies de la abuela, nuestra mascota dormía con un ronquido que nos
llenaba de risa. En medio del viaje a Jofrey se le ocurrió ir al sanitario.
¿Adónde hay un sanitario por acá? Y más risas. El cochero se detuvo y bajó para
ayudarlo mientras mamá nos distraía mostrando un libro con hermosas acuarelas.
Luego
continuamos el paseo. Debíamos llegar al hospedaje del Rincón de Cornualles.
Allí nos esperaban unos amigos de mis padres. La abuela dormitaba y nosotras
reíamos entre dientes por los bucles que se desarmaban como remolinos de seda.
Ya
cansadas nos adormecimos y el silencio sólo se oía el trotar de los caballos.
Al llegar un par de perros labradores merodearon husmeando para reconocernos.
Nos llevaron a unas pequeñas habitaciones con cortinas y colchas floreadas. Muy
alegres. El aroma del hogar donde madera de pino crepitaba, nos regresó al
hogar. ¡Era tan familiar!
Al
día siguiente nos invitaron a navegar con el anciano pescador que cuidaba la
casucha vecina a la casa donde nos alojamos. Era un hombre arrugado y seco. El
mar había hecho estragos en su piel. Fuimos con él después del almuerzo.
La
tarde calurosa amenazaba una noche plagada de estrella. El viejo se sentó sobre
la madera húmeda y caliente. Sacó una vieja pipa. Miró tras sus pupilas
nubladas por el tiempo y suspiró
cansado. Terminaba un día y el mar calmo, no llenó el vientre hambreando de su
barca. Poca pesca. No había ese viento
que permitía que se alejaran de la costa.
Un
olor penetrante de sol y pescado hería a los hombres silenciosos. El sol se
escondía con esfuerzo tras la pequeña colina en occidente. Un pescador comenzó
a canturrear un triste sonido. Otro tomó un sonido de belleza inexplicable.
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