viernes, 3 de marzo de 2023

NO LAS QUEMES

 

Resurrección conoció a Paco en la puerta de la ermita de San Cucufato. Él, ya la había visto en la feria del domingo de San Blas, y la vio tan “maja” que se prendó de sus lindos ojos negros y como bailaba la sardanas junto a unos tíos y mozas del pueblo.

Su vecina, la Consuelo fue la que los presentó y acompañó al Paco para hablar con la madre de resurrección. El padre, había marchado a Bilbao a un trabajo de ciudad. Regresaría en el verano para las cosechas.

Breve fue el noviazgo y hermoso el casamiento. Paco tenía una pequeña casa heredada de su abuelo paterno en Molino das Rey y allá se fueron a vivir. En esos tiempos había mucho campo para arar y sembrar. Y la muchacha, trabajaba a la par de su enamorado. Ese año comenzaron a sonar voces de guerra. Había gente que no quería al rey y buscaban el alzamiento con banderas de muerte. Se enfrentaron entre hermanos, padres e hijos, pueblos contra pueblos. ¡Y había mucho sufrimiento! Para colmos la muchacha, quedó embarazada y Paco, salió a luchar sin saber muy bien a quién quería más y a quién quería menos. Era una guerra de otros. Pero un fusil, lo obligó a dejar sola a su amada.

Nació Paloma. Una morenita de ojos pardos que miraban asustados cada soplo del viento en el erial. El campo sin los fuertes brazos de Paco, estaba yermo. No quedaba casi nada. Habían incendiado la ermita de San Cucufato y prohibida hacer la feria en el día de San Blas. Pero las mujeres sin obedecer a los revolucionarios, se juntaban en escondidas a rezar el rosario a la virgen de Montserrat. Que desde la montaña, observaba a los poblanos.

Corría la voz que la quisieron quemar e inexplicablemente, no pudieron. ¡Eso fue la señal para las mozas, que siguieron con sus letanías en escondidas! Crecía Paloma, con la ayuda de su abuela que vino a vivir con Resurrección. Plantaron tomates y patatas, zapallos y consiguieron unas ponedoras entre las mujeres, que en verdad, muchas no sabían el porqué de esa guerra tan cruel e inútil. El rey había escapado con su familia de España y las noticias para esa gente llegaban tarde y mal. Casi todos no sabían leer ni escribir o apenas lo hacían. De boca en boca se pasaban palabras nuevas. Pero fueron suavizando el dolor por necesidad.

Pasaron tres años y llegó al pueblo un mozo de cuadra, era guapo y apenas conoció a Resurrección, se apersonó a la casa con un pretexto y la “romereó”. Ella al principio lo evitaba, pero él, consiguió conquistarla por medio de ser tierno con Paloma.

Un día habló con el padre de la muchacha, que había regresado muy herido de la contienda. Ya no podía ir a Bilbao a trabajar y apenas ayudaba en la tierra. Al viejo le vino bien este hombre joven y se apresuró a convencer a la hija que lo aceptara. Y dos meses después, se casaron entre las ruinas de la ermita. Algunos vecinos comenzaron a restaurar la capilla, que por antigua y necesaria para bautismos y casorios, era un hito en el pueblo.

Pasó un tiempo, y nació Pilar. Otra hermosa niña de ojos celestes como los de su padre. Alegre y siempre cariñosa. Paloma, sintió celos. Unos besos y unos coscorrones de vez en cuando no le hacían mal, decía. Fueron creciendo las hermanas. Asaron de ser una familia de campesinos a ser una familia de pueblo, ya que el Gaspar, por ser mozo de cuadra, tuvo que vivir más cerca de la plaza y del ayuntamiento.

Las niñas ya tenían diez y trece años y los abuelos habían quedado en las afueras de Molino das Rey, en el camposanto. Cuando desarmaron la vieja casa de piedra, encontraron en un baúl siete muñecas de hermosa losa antigua. Resurrección se las dio a las niñas que pelearon horas por poseer cada una la que quería la otra. Gaspar al regreso de su tarea, entregó como un juez imparcial a cada una la que a él, le pareció mejor.

En la escuela las niñas, no hablaban de otra cosa que de sus muñecas. Todas las mocitas querían ver las famosas muñecas. Era el sueño de cada una y de todas. Inventaban juegos y tareas para ir a la casa de sus compañeras, era sólo querer verlas e irse.

Ambas seguían discutiendo por las que tenía la otra. Un día, Paloma, decidió hacer algo definitivo… Tomó las que le gustaban a Pilar y las llevó junto al hórreo puso leña seca y cuando tuvo un buen fuego comenzó a quemarlas. Salió corriendo su madre. Paloma ¿Qué haces, no las quemes? Eran de tu abuela. Y logró salvar unas cuantas.

Hoy Paloma y Pilar han vendido las que quedaron sin fuego en el valor de un auto recién salido de fábrica y de alta categoría. ¿Qué hubieran comprado si no hubiese carbonizado las otras? Ahora, grandes y muy hermanadas, se consuelan por aquella idea de quemar sus muñecas. 

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