viernes, 3 de marzo de 2023

EMBRUJO

 Con los jóvenes enamorados que se escudriñan como si en sus cuerpos que van abriendo como flores nuevas pudieran encontrar la sonrisa de Dios.

 

      Dejó la oficina cuando el sol ya se había olvidado de dorar los edificios. Estaba muy cansada. Los ojos enrojecidos por la pantalla encendida todo el día. Tomó el subte a la hora establecida por su interna tirana, la rutina. Se bajó en Almada y Ferrer. Caminó dos cuadras y en el quiosco sacó el diario y una revista para salir un poco de lo cotidiano. Al ingresar al palier, sólo encontró propagandas en su casillero. El ascensor subió al sexto y se dejó desplazar sobre la alfombra que según el portero era nueva y costosa. Sentía el suave olor a los pegamentos. Abrió la puerta. Cerró y puso tres trabas. Tenía miedo. Tiró los tacones por un costado y se sacó la chaqueta del traje gris que usaban todos en la oficina. Ellos con corbata, ellas con un pañuelo de color anaranjado y blanco. Se sentó con los pies en alto sobre el sillón y se desató el cabello. El celular sonaba insistente. Lo miró y era como siempre su madre. Atendió para reconfortarla. Estaba segura en casa.

      Hacía dos días Esilda su tía había dejado en su refrigerador unos canelones, una tarta de jamón y queso y verduras hervidas. La frutera de la mesada, rebosaba de manzanas, naranjas y peras. Tomó una y se fue a la habitación. Mientras comía preparó su ducha. Luego calentaría un canelón y antes de dormir lo comería.

      Sonó nuevamente el celular. Miró quién era y se hizo una cruz, era su prima Alma. Siempre tratando de presentarle a un compañero. Ella no tenía ganas de salir ni conocer a nadie.

      Luego del ritual líquido, se puso un camisolín y se tiró en la cama a leer el diario. En realidad lo ojeó. Vio los títulos y se enteró que seguía todo como siempre. Atentados, guerrillas en diferentes lugares del mundo, asaltos y políticos peleándose por el poder. Lo desechó y comenzó a mirar la revista de chismes y de personajes del cine y los medios gobernantes. Abrió la página central y se detuvo en la foto gigantesca de una familia real europea. En el medio una pareja de novios con cara de “yo no fui” y sus ojos, pasearon deliberadamente por cada personaje de la imagen. Se clavaron en un hombre vestido con chaqué. Era alto de porte elegante, barba muy recortada y los ojos parecían implorar amor.

      A su lado una anciana lo tomaba del brazo con ternura. Se quedó impactada. Ella lo había visto o así lo creía. Se durmió pensando en la fotografía. Y soñó con el hombre, lo veía salir del papel y acercarse entre los invitados a la boda y tomarle la mano, llevándola hacia un salón lleno de bellos jarrones de porcelana, espejos dorados y candelabros. Luego se sintió abrazada por la cintura y bailó como hacía años no lo hacía. Era un vals. El que había danzado con su padre en su fiesta de egresada de la academia. 

      Despertó transpirando, agitada y eufórica. ¡Un sueño maravilloso! Pero tan irreal que en su vida volvería a vivir. El magacín estaba caído junto a su cama y saltó para volver a ducharse e ir a la oficina. Otra vez el traje gris con pañuelo de la compañía.

      En el subte se miró a espejo y se distrajo viendo su cabello sin atar. Le llamó la atención, ya que siempre lo tenía peinado igual. Llegó a su escritorio y ya tenía una pila de carpetas. Prendió la computadora y comenzó a teclear. De repente frente a ella se paró un colega. Señorita Daniela, la llama el jefe. Ingresó en la sala de conferencias y se encontró con varios personajes desconocidos; un tanto mayores y serios. La invitaron a sentarse y le sugirieron que explicara el proyecto que había trabajado en el mes anterior sobre un negocio en Austria. Daniela suspiró y comenzó a abreviar su tesis. Los caballeros se miraban y por primera vez sonrieron cuando ella terminó con… ¿Alguien desea preguntar algo? Un solo hombre levantó la mirada y la clavó en sus ojos. Algo extraño le surcó la espalda… ¡Esos ojos, ella los había visto en algún lado! AH, fue en la foto de la revista. Era uno de los principales personajes de esa boda. Señorita, dijo en un castellano muy deficiente, me gustaría que venga con nosotros a Austria a presentarnos su trabajo. Los gastos corren por nuestras manos. Daniela temblaba. ¡No podía ser! Ella en Austria, ni soñando.

      Su jefe comenzó a hablar sobre su eficiencia y su buena educación. Se sentó y miró asombrada. La despidieron con un aplauso. Y le recordaron que se preparara porque viajaría ese fin de semana.

      Deshizo el camino como todos los días. Su rutina la puso en alerta. ¡Esto no será igual! Llamó a su madre y a Esilda. Tendrían que ayudarla a preparar el viaje. Cuando entró al departamento abrió su placard y nada le pareció interesante. Tenía tres trajes grises, un vestido de seda azul y tres pantalones de jeans. Las blusas pasadas de moda y zapatos de calidad buena pero muy formal. Se miró nuevamente al espejo. ¿Qué hago con mi cabello? Y mis manos y mis… ropas íntimas. Sus tarjetas temblarían. Debía hacer en cuatro días lo que no hizo en meses.

      Finalmente subió al aéreo como una dama. Parecía que siempre había viajado en primera clase. La azafata le traía champagne y bocaditos con salmón y caviar. ¡No lo podía creer! Se durmió y soñó con el hombre de la fotografía. Despertó en París donde hizo escala el avión. Ella seguiría a Austria. Algo cansada desayunó como un pequeño pájaro. Luego le acercaron un cable… alguien de la compañía la esperaría en el aeropuerto.

      Descendió y buscó su equipaje, pero, ¡OH, sorpresa ya lo habían retirado! Cuando llegó al hall un chofer de origen indio tenía su nombre en un breve cartel. La acompañó a un automóvil y se dirigieron por unas calles antiguas. Los edificios eran bellísimos. Cerró los ojos y dejó que la vida la sorprendiera.

      Arribaron a un hotel muy importante, donde su suite era como para una familia entera. Ella sola allí se sintió vulnerable. Le habían traído una cena en la habitación con vinos del Rin y de Francia. Las flores eran tulipanes y rosas. El perfume invadía todo   el espacio. Se bañó y se quedó dormida.

      La despertaron temprano. Se vistió con un traje de terciopelo verde oscuro y camisa de seda blanca. Un brazalete de su abuela y aretes de Esilda. En la mano sólo la sortija de bodas de su madre, un pequeño diamante engarzado en platino. Salió con el cabello suelto con sus mechitas iluminadas como sabía que se usaba en las grandes casas de moda de París.

      Un coche la esperaba. La llevaron al treintaycincoavo  piso de un edificio archi moderno, espejaba las nubes grises y las altas construcciones de la viaja Viena. Cuando entró en el estudio encontró al caballero que la esperaba. La condujo por unos pasillos y la dejó unos segundos en la puerta, ingresó y habló en perfecto Alemán. Luego la tomó del codo y la invitó a ingresar hablando en español. Cuando hizo pie en la enorme alfombra se sintió fuerte y feliz; allí parado con un traje de franela negra estaba el joven de la foto que le sonreía y le hablaba en castellano.

      Se sentó a la derecha del jefe. Y comenzó a explicar su trabajo. Inmediatamente cada uno de los consejeros anotaban en sus tabletas lo que les interesaba. Él, no le sacó los ojos de encima. La miraba arrobado. Ella se ruborizaba y a veces se quedaba callada.

      Al finalizar, Kurt el apuesto consejero, la invitó a cenar en un restaurante tradicional y así el sueño de amor de Daniela se hizo realidad. Y ella le dijo: ¡Creo que en ti, veo el rostro de Dios!

 

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