Dormita en una hamaca de madera pulida. Se queda suspendido en el tiempo. La vida ha pasado rápidamente y ya no tiene sueños. Ni deseo de dormir tiene en la noche. Son como los días, algunas veces calientes otros, el frío le penetra en los huesos viejos, amodorrados de trabajar duro sobre ese suelo áspero y pedregoso, que lo envuelve por el norte y por el sur. Todos los flancos de la vida le enrosca el ajetreo de la tierra inhóspita.
La soledad entra por los nudillos resecos y ruidosos, como sarmiento de viña que arrancan por viejo e inútil. Una réplica lejana de “teru-teru” le consuela el sopor y la tristeza. ¡Aún no se han ido de la finca! Se asombra por la sabiduría salvaje de los pájaros. ¿Cuánto hace que no llueve? Estos bichos siguen acá esperando, como yo, algo inexistente.
Vuelve a quedarse dormido. Florece el duraznero con tonos iridiscentes presagiando frutos húmedos y tiernos. Despierta con el mismo dolor tenaz en la cadera. Los pies hinchados. Hace tiempo que no puede caminar por las hileras de viña y olivos.
¿Cuándo
se fue el último de mis hijos? Primero se fue el Juan para la cosecha de
tomate. Después se fue el Fermín sin rumbo fijo. Después
Se queda dormido y los árboles comienzan a crecer con rapidez
inusitada. También el coirón, la chepica y los cañaverales que antes servían
para la espaldera del tomate.
Ahora lo está ahoga el
matorral y está perdido entre los yuyos. Quiere apresurarse para entrar en la
casa. Levantada antaño con adobe y cañizo. No encuentra la puerta.
Siente un sopor dulzón como de mosto fresco y se le ahueca en el pecho un dolor suave parecido al ronroneo de las abejas en los frutales.
Se acerca despacito al pozo de agua. Se agacha como puede, para sacar un poco de líquido. La sed lo asecha. Sólo encuentra arenita suave y blanca que desliza hacia el fondo y luego, de entre los dedos, comienza a brotar vino.
Siente que de atrás le hablan con ternura de niño. Se da vuelta y ve parado a un chico. Igualito a él. De pantaloncitos cortos, despeinado y carisucio junto al perro Lenteja. "Vení a jugar, Liborio, que estoy muy solo, vení dame la mano y corramos al arroyo". Da un brinco, cae desmembrado con un ruido de huesos quejumbrosos. Se yergue con gran dificultad. Luego va arrastrando los pies hinchados de esperar, por la orilla de álamos talados, junto a Liborio pequeño y al perro.
Despierta con las estrellas sobre la
frente y un chirrido de insectos veraniegos en la cabeza. Se envuelve en una
manta y no quiere pararse. Acurrucado en la hamaca vuelve a pasar la noche. Una
nube porfiada estampa sombras tapando la luna roja en el horizonte. Mira
extrañado a su lado. En otra hamaca está
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