Caminando
por
Cuando bajó
del avión, el hombre que la esperaba con un pequeño cartel con su nombre le
habló en el idioma del lugar que no entendía. Luego de guardar su breve
equipaje, la invitó a subir a un auto antiguo y le indicaba que la llevaría a
un hotel. Dio varias vueltas que le dieron la triste idea que la estaba
timando.
Le rogó
detuviera el coche y él, sin oírla siguió por una larga avenida coronada de
hermosas palmeras. Finalmente se detuvo en una plazoleta frente a un hotelucho
de mala muerte. Cuando bajó, le dejó diez euros y él, salió volando llevándose
sus pertenencias. ¡La habían estafado!
El
recepcionista hablaba bien francés y así pudo hacerse entender. Le llamó a un
policía y llegaron dos muchachos amables que no hablaban sino árabe. Igual puso
la queja.
A la mañana
siguiente un teléfono fijo sonó en la triste habitación, las colegas de la
universidad se habían enterado de su problema y la iban a buscar con una
persona de seguridad.
Comenzó a
llover. No tenía ropa, sólo en su mochila lo indispensable para higienizarse y
gracias a Dios llevaba con ella en su ropa interior un sobre de tela con el
dinero que le quedaba.
A las dos
horas llegaron sus conocidas y la abrazaron. Ya sabían que la policía había
detenido al chofer y le devolverían algunas prendas que no pudo vender el
deshonesto hombre.
Se fue más
tranquila con sus conocidas y sintió la hospitalidad de esa gente hermosa de la
universidad.
Al ingresar
al hospedaje que había elegido desde su tierra sintió un placer y alegría
inmensa. Allí comió frutas y se duchó, durmiendo para reponerse del mal rato.
En las
aulas donde debía dar sus charlas de antropología, había un murmullo de
estudiantes que se habían enterado el suceso del transporte y se deshacían en
atenciones. Escucharon su charla y luego de mostrar toda la investigación con
fotos y diagramas, la sala se llenó de aplausos. Se alegró.
Al día
siguiente, una joven alumna la invitó a conocer
La belleza
de la antigüedad la transformó. Logró por un momento hacerle olvidar el mal
trago del día de su llegada.
Caminó por
entre las callecitas de intrincadas volteretas, con sus piedras desgastadas por
el ir y venir de cientos de seres humanos en el tiempo. Los vendedores con sus
atuendos típicos la asustaban un poco, porque le recordaban al hombre.
La joven
Zaira, la invitó a tomar un té, que saboreó con gusto. Era diferente a todos
los té que había tomado antes. Comió unas dulzuras sin pensar que su cuerpo no
estaba acostumbrado a esos sabores de especias tan distintas. Cuando se
despidieron, la joven la dejó junto a un taxi con la extrema delicadeza de
indicarle en idioma local a dónde debían llevarla.
Caminó unos
pasos por la calle de
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