¡Un solitario
espectro me visitó en una noche sigilosamente!
¡Y yo, en mi
inconciencia,
huí despavorida sin oírle
murmurar lo que pidiera!
¡Oh, necia, no tuve
el valor de socorrerlo en ese mundo hostil donde él viviera,
tal vez necesitara
darme un beso!
¡Tal vez comunicarme
su alegría o tan sólo su tristeza!
¿Por qué temí al
mundo de la muerte, del más allá,
de la infinita oscuridad
desconocida, si era un espíritu noble
quien de allí quería
hablarme?...
Cobarde, infame,
necia.
Si hoy surgiera de la
bruma su imagen, que fuera otrora bella,
aprestaría todo mi
coraje y escucharía su plática o su queja.
La muerte que robó
tanta bizarra inteligencia,
me debe dar oportuna
complacencia y así poder hablar
con mansedumbre al
alma fiel del padre que perdiera.
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