miércoles, 18 de abril de 2018

LING TAI YU...


            
                        Era de ladrillo cocido, esmaltada en algunas de las figuras del león vigilante de los demonios caseros. Era la casa donde ella, ahora era la “primera”...
                        La belleza nívea de la rala cabellera transpiraba noches de luna insomne. Pequeñita, torpe en su desplazarse entre el crujiente sillón de madera y mármol, que refrescaba su escaso puñado de músculos macilentos. Sus pies hinchados y deformados la hacían arrastrarse para llegar hasta el altar familiar abrazado de incienso volátil. El rojo tapado de seda abarcaba su cuerpito menudo y tieso. En sus ojos cenicientos nadaban los miles de plantas de arroz que enraizó en su juventud , agachando el deseo de estirar un suspiro en su espalda corva. Miles de siglos apretados en su espalda de campesina. Sus manos de piel morena, dedos deformes y aguzados como azuelas acariciaban una pequeña bolsa displicente en su regazo. Picardía en el sobar las fruslerías de jade y oro que contenía su faltriquera antigua, recuerdos obscenos de la época anterior a la muerte de la primer esposa y de la segunda. Se sentó extasiada bajo el cerezo florecido esa mañana. Un mar de rosados pétalos atrapaban las abejas y abejorros que extraían el néctar para polenizar otros árboles de la ciudad en flor. Una sombra azulada se perfiló en su rostro cuando una jovencita se acercó a lavarle los pies y las manos. Era la hora de sol rotundo, cuando caen guijarros de fuego húmedo sobre la techumbre de viejas tejas musgosas. Era esa, la nueva esposa de su hijo mayor y ella la odiaba. Su sonrisa desdentada horadó su memoria...Activó la  imagen de la primer esposa de su amado. Esa que la hizo hincarse para limpiar su sangre y el tibio semen después de copular toda la noche. El odio ensombreció la mirada astuta y petrificó aún más su corazón partido en mil esquirlas aguijadas. Zumbó su voz  el vapuleado azote verbal a la nueva muchacha que penetraba en su mundo petrificado de silencios. ¡No me toque , dijo en un zollipar nunca escuchado! Y la  tercer esposa del primogénito, siguió abrevando el tibio líquido sobre la piel escamada, a causa de largas temporadas pisoteando en el fango, cosechando o plantando arroz para su esposo. La había comprado por monedas a su padre que la odiaba porque era mujer y había nacido antes que el varón tan esperado. Otra muchacha , casi una niña, le acercó un bol con una papilla tibia con verduras y pescado finamente desmenuzado. Comió con la pequeña mano, ya no podía sostener los palillos por el dolor afilado que le deformaba los nudillos. Bebió el té verde, que se deslizó por su barbilla que descargaba en el ahuecado pecho la mitad del contenido del mínimo vaso de porcelana. Se durmió entre sorbo y sorbo, pero soñó con las caricias de su dueño caprichoso en tardes de primavera. Sus muertos senos eran como talegas de duraznos maduros y perfumados entre los dedos expertos de aquel hombre que había deseado tanto...otrora. La muerte atisbaba lujuriosa entre los cerezos. Ella abrió los nublados ojillos medio adormecidos y vio acercarse a la esposa primera, aquella que le había robado la pasión de su amo y esposo. Venía a buscarla desde la otra vida. Tomó un bambú que le servía de apoyo y descargó un tremendo golpe a la maldita. Otro golpe y otro. Inesperadamente la tercer esposa de su hijo cayó. La cabeza estrellada a palos en un charco de sangre sobre el pavimento del patio interior. La negra cabellera juvenil teñida de fiesta, pensó...¡ Resonó como el tambor del templo !
 Acudieron las otras mujeres para auxiliarla...era demasiado tarde. La muerte jugó con el destino pero se llevó la vida joven. Inocente la muchacha yacía en las piedras pulidas por el uso. Victoriosa la anciana juzgó que debía dormir una siesta. No vestirían de blanco por lo sucedido. El rojo seguiría siendo el color de la casa.


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