Nació en un
día siniestro. Su madre había tratado de abortarlo muchas veces, pero la vida
fue más fuerte y nació. Se crió en la calle, comiendo de vez en cuando y nunca
fue a la escuela. No conoció otro amor que el de un perro flaco que la madre,
drogadicta, pateaba si se le cruzaba. Eran sacrificados juntos. Mendigaba y las
monedas que conseguía se las daba al muchacho que le traía la merca a la mujer.
Creció
hostil y de mirar cómo eran otros chicos, se esforzó por ser fuerte y ágil. Un
día encontró a la madre boqueando con espuma en la boca y una jeringa colgando
de la única vena que se podía ver en su cuerpo. Murió con terribles espasmos.
Él, huyó. La policía seguro creería que la había drogado su propio hijo.
Vivió en
las calles, comió de los tachos y se acomodó a raterear en los centros urbanos.
Un día conoció al “Roka” un muchacho como él, pero con más astucia y viveza. Le
enseñó a romper las rejas, las puertas, a robar de los autos lo que pudiera.
Roka, conocía a todos los que vendían o compraban “merca”.
Cumplió los
dieciocho años y lo llamaron al ejército. Allí supo que se llamaba Julián
Ardino. El apellido de la difunta madre. Nunca supo el del padre. Allí
pretendieron corregirlo. Le arreglaron la dentadura, le enseñaron a leer y
escribir un poco y cosas que no le interesaban. Rebelde no quería obedecer. Sin
embargo cuando lo mandaron a la cocina, conoció a un tipo que le enseñó a
cocinar algo y lo trataba tan bien que se encariñó. Un día encontraron dormido a
Leonardo con tremenda borrachera. Fue a dar al calabozo.
Cuando
salió de la “colimba”, trató de entrar en un hotel para trabajar en la cocina.
No duró mucho. Se robaba los elementos y los vendía para tener dinero para
comprarse cigarrillos, ropa y hasta una bicicleta. Lo descubrió un mozo y él,
le clavó el cuchillo de trinchar carne y lo encerraron en la cárcel. Entre
rejas se cambió el nombre. A todos les decía que se llamaba Leonardo, aunque
los guardias sabían su prontuario, lo trataron de forma cuidadosa. Le temían.
Era traicionero. Estudió cocina en la penitenciaría. Era un hombre de pocas
palabras. Sólo Roka, lo solía visitar. Era de rencor largo y memoria grande.
Odio. Tenía odio por todo y a todos.
Con la
muerte repentina de varios presos y dos guardias, se descubrió el motivo del
deceso. Arsénico. Julián “Leonardo” Ardino, tenía celosamente escondido un
frasquito con arsénico, en un hueco de la celda.
Murió un
día siniestro, los truenos y los relámpagos cubrieron los gritos de la cámara
de gas.
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