Gran pagano, se hizo hermano de una santa
cofradía; el Jueves Santo salía, llevando un cirio en la mano”. CXXXII Antonio
Machado.
Llegaban en grupos de tres o cuatro señoras.
Algunas jovencitas, casi niñas. Otras de edad. La Iglesia de la Santísima Inmaculada
y San José se llenaban lentamente de mujeres.
Todas con una sola misión: ¡Rogar a Dios y a la Virgen María , para
que Delfina Cuenca de Dacosta, regrese a su hogar, donde su enamorado esposo y
cuatro pequeños hijos, la esperaban con Esperanza y Fe!
La madre y la suegra de Delfina las recibían
en el atrio. Ambas mujeres, sumidas y consumidas por la angustia aceptaban el
cariño de todas ellas, mujeres que llegaban
asustadas. Muchas ni siquiera conocían a Delfina, pero el dolor y el miedo las
unía. Algunas decían su nombre y explicaban como se habían conmovido, con el
drama de esa familia. Otras eran humildes esposas de empleados de familias
conocidas. La mayoría, esposas de militares, que no perdían de vista el hecho
de ser las próximas víctimas. Algunas llegaban en coches importantes. Grupos
venían a píe, otras en taxi. Todas entraban y comenzaban a rezar. íLa Iglesia
estaba colmada. Entró el Padre Ángel y cesó el murmullo de las adoradoras. Comenzó la misa. Cuando se leyó
el Evangelio de Marcos : 8-34
“El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue su Cruz y
me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, y el que la pierda
por mí, y por la buena noticia, la salvará ¿De qué le servirá, al hombre, ganar
el mundo entero, si pierde su vida?”
“Les aseguro que algunos de los que
están aquí presentes, no morirán si escuchan La Palabra y cumplen con
Ella”.
Luego el Padre Ángel comenzó a mirarlas y
aclarando su voz, les habló:
-
Hijas mías muy queridas… Siempre
fueron las mujeres, quienes acompañaron al Señor. Allí estuvieron al píe de la Cruz. ¡Él las amó! ¡Pero el
amor del Señor no es como el amor humano! Él pide todo ¡Aún la muerte! Pero
bien dice nuestro Evangelio de hoy. Quien muere para esta vida; Gana el cielo Eterno.
- Hijas: “Aún no sabemos cuál es el destino de
ésta “mujer, madre y -esposa”. ¿Una
elegida Acaso? ¿Podremos perder la
Fe ? ¡No seremos como Pedro, que dudó y luego lloró
amargamente su debilidad! “Los valles y
caminos serán rellenados, las montañas y colinas aplanadas…Entonces, todos los
hombres verán la Salvación
de Dios” Dijo Lucas
- Nosotros, no podemos desfallecer. Tenemos la
seguridad, la libertad y la serenidad
que nos da Cristo. ¿Podemos dudar que nuestra hermana Delfina no regresará? ¿Acaso,
no será, éste el Santo Camino que Dios le puso para que ella lo transite? Recemos
para que su Fe en María Santísima la ayude en ésta, su Pasión y la regrese
llena de júbilo, y pueda dar gracias junto a nosotros por haber visto la cara
del Señor, Nuestro Dios.
Amén.
Oremos…
En el
momento en que se elevaba la hostia para consagrarla, una explosión hizo
temblar el templo. Pequeñas esquirlas de vidrio cayeron sobre los asistentes
que se apretujaron bajo los bancos de madera. Un tableteo de FAL, y proyectiles,
barrieron el frente de la iglesia. Oportuno un parroquiano cerró las puertas y
atravesó un hierro en los enormes ganchos del portal principal. Quedaron
encerrados. El sacerdote continuó con la misa temblando. Bendijo con apuro, y
señalando una puerta lateral, sacó por la sacristía a la gente que lloraba o
enmudecida, se persignaba sudorosa. Los ojos desorbitados de algunas mujeres y
el temblequeo de la voz que susurraba incoherencias, fue dejando el templo
desierto.
El ruido
infernal de sirenas y tiros en la calle, movilizó a los vecinos que intentaban
huir de la zona.
Era un
atentado en la puerta misma de la iglesia. Un auto bomba destrozado con restos
humanos envueltos en una bandera harto conocida se había incrustado en el
atrio. Varios choferes de los autos de esposas de militares yacían heridos o
ametrallados sobre los volantes de los coches y con sus cuerpos yertos hacían
sonar las bocinas creando un caos mayor.
Transeúntes
que pasaban por el lugar habían sido heridos por balas y trozos de cemento de
la pared del frente. Otros cayeron muertos.
A pocas
cuadras de allí, en una plaza, estalló otro artefacto, esta vez, cerca de las oficinas
de un banco de origen norteamericano. Siete muertos y trece heridos.
Para la
policía el coche bomba estaba preparado para matar a la familia de la mujer que
buscaban: Delfina Cuenca de Dacosta.
Los
periódicos y los canales llegaban en busca de noticias. Siete Días, Gente y
Canal 13 fueron los primeros. Se acercaron al cura que aún tenía puesto los
ornamentos de la misa, y bendiciendo daba los óleos a los heridos que lo
tomaban del manípulo, para pedirle sacramentos. Se detuvo frente al San José
que decapitado y sin el Niño, había caído entre los restos retorcidos del
hombre bomba. Junto a la chatarra retorcida, encontró la cabeza del joven,
arrancada del cuerpo por el fuerte golpe. Ángel, el sacerdote cayó de rodillas
y lloró amargamente con ella en su regazo. La sangre de ese niño-hombre, manchó
de sangre el hábito blanco. Sintió que un Iscariote estaba entre sus brazos y
él, no había podido hacer nada.
El
reportero sacó una foto que seguramente llegaría a la portada de todos los
matutinos. El religioso le rogó que
tuviera caridad con la familia del muchacho, que seguramente no sabría que el
joven militara en un grupo armado. Se le rieron pero, rogó con tanto amor que
le prometieron ser prudentes.
Los
vehículos militares rodearon varias cuadras a la redonda y comenzaron un
rastrillaje por casas y departamentos en busca de los revolucionarios armados.
Sacaron a dos otros jóvenes estudiantes para averiguación de antecedentes,
dejando un tendal de madres, hermanas y abuelas llorando a gritos. ¡El Terror
se estaba instalando en esa zona tranquila!
La
mayoría de las ventanas y puertas permanecieron herméticas ante los golpes y
patadas que daban los hombres de la policía. Saltaban trozos de madera y
pestillos. Se escuchaban gritos e insultos. Era el caos. Era la revolución
proletaria. Ya comenzaba a hablarse de desapariciones de personas. Obreros,
estudiantes, banqueros, militares o familiares de ellos, en fin, era un raro
aquelarre dudoso. Nadie sabía bien contra qué se enfrentaba.
La
lucha armada estaba declarada. Salió una Ley del Congreso: “hay que aniquilar
la guerrilla”.
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