sábado, 7 de abril de 2018

UN CUENTO FANTÁSTICO CON JUANA UZURDUY


LA PACHACA
                        Mire niña me estoy yendo. Me pesa el tiempo, la distancia de mi gente, perdida en el camino de la vida. Déjeme que le relate. Yo conocí a la amante de un general muy importante que vivió hace mucho tiempo. Era amiga de la Juana Usurduy.
            Llegó a la casa de un tal Juan Manuel de Rosas; se apeó del caballo con dificultad, venía de muy lejos y le  dolían los riñones y tremenda hemorragia menstrual que la agotaba. Sacó del apero una bota con agua que juntó en el aljibe de una casa cerca del río. Era una extraña para todos. Con su poncho manchado de sangre y barro, parecía una cuatrera.
            La casa donde paró era de un suave tono rosado y estaba herméticamente cerrada. Bebió un largo sorbo y se sentó bajo un ombú, macilento y enroscado por el tiempo. Como su ánimo. Las sombra dibujaron sus harapos con agujas de hojas secas y briznas de pasto. Se quedó dormida,¿sabe? La cabeza y los huesos de su difunto marido, que traía atado en un poncho hediondos ya, le producían náuseas.
            Ella tenía que llegar a lo de los Balcarce. Soñó con la lucha contra los maturrangos, la huída, la ayuda que dieron algunos zambos, seguidores de Belgrano. ¡La perseguían en los sueños unos chinos renegados y matreros que no eran propicios a la causa. La querían matar.
            Despertó con un estruendo y vio un carro extraño. Tenía caballos, era como un faetón pero muy bien cuidado, con un negro disfrazado de ropa de carnaval. El sol que brillaba como fuego, le impedía ver a los que estaban dentro. Unos  perros flacos seguían el movimiento del coche. Cuando quiso levantarse, bajó un hombre con rostro bondadoso y una sonrisa tranquilizadora. ¿Quién era ese caballero? Si todos decían que don Juan Manuel tenía un carácter del demonio. Un enano negro se acercó e hizo cabriolas. Se espantó con el olor. Salió corriendo y se escondió tras una puerta. Detrás apareció una hermosa muchacha vestida con un hermoso traje color rojo y el cabello sostenido por cintas del mismo color. Y ¿sabes? Era la hija del mismísimo Juan Manuel. Me contó que la saludó por su nombre:- Buenas noches Coronela Usurduy, soy Manuelita y este es un negro atrevido. ¿Quiere darme el fardo? Lo enterramos en el cementerio del Pilar. No mi niña, sigo viaje a los de los Balcarce, allí me esperan.
            Se sacudió el polvo y trepó al matungo y se fue por el camino viejo. Cerca del río lo dejo, pensó. Ya es hora de que descanse. Alma en pena, nada más que alma en pena. Recordó a sus gauchos famélicos y desprovistos de yerba y tabaco. Sin botas y mal vestidos, peor pertrechados y desarmados.¿Cuánto hace que no comen un buen asado de ternero?  Y, ¿Cuánto que ella andaba de pueblo en pueblo, con la cabeza de su amado y los huesos que pelaron en medio del río, allá en el norte?
            Le contó que cuando sus gauchos no comían ella tampoco, eso le trajo una debilidad muy grande que superó gracias a los nativos que le dieron patay y quinoa. Y un día desidió dejarlo, seguir sin él, y regresar a los confines norteños de la tierra. Recordó al Lisandro Ochoa, que limpió y descarnó al difunto. Ella no podía dejar que los godos se aprovecharan de la debilidad de la tropa y de ella misma. ¡Valientes hombres… esos que dejaban ranchos y hembras, hijos y la pequeña hacienda por la patria. Y soñó con una patria justa, sin guerras entre federales y unitarios, para eso estaban los españoles que asediaban en cada territorio del sur para sacra la plata y el oro de las minas.
            Y me contó que se fue alejando sin prisa por el campo traviesa con su poncho al viento, galopando, galopando. Bueno niña, esa era la historia que no sé si es cierta, pero a mí me enorgullece. Vaya, vaya y cebeme un mate, mientras se va emparejando la tarde con la noche. La Pachaca se quedó dormida en la hamaca debajo de un ombú frondoso.

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