miércoles, 18 de abril de 2018

EL JUICIO


El chirrido agudo le ingresó al cerebro. Un afilado estilete acerado le penetraba en la conciencia cegándolo y lo hacía entrar en un mundo algodonoso de color rojo. Recordó la figura de Estela pidiéndole que no olvidara...Silencio. Soledad. Luego la nada.
            Una pequeña multitud arremolinada trataba de contener a los niños curiosos que se asomaban entre las piernas de los mirones. El accidente había ocurrido frente a una escuela de párvulos. La ambulancia llegó y con dificultad y ayuda de los bomberos extrajeron el cuerpo de un hombre joven.
            El celular de Estela sonaba con frecuencia. Ella estaba dando una conferencia en la facultad y no podía atender. Lo dejó en espera. Ernesto se habrá olvidado de ir al médico para retirar unos estudios de factibilidad. Los aplausos y las breves preguntas le parecieron normales. Al erguirse observó que en la puerta del auditorio, un oficial de policía hablaba con su secretaria. La señalaban. Se acercó. El rostro de Dulce, su ayudante de cátedra era fatal. Martina, su secretaria le pidió que fueran hasta la oficina del decano. Allí le comunicaron el suceso.
            Llegó rápido al sanatorio. Un médico desconocido la tomó del brazo y la introdujo a una salita. Ahí, a través de unos cristales pudo ver, entre cables y máquinas tecnológicas, la figura de Ernesto. Muerte cerebral. Coma profundo. Palabras que le sonaron a metrallas, guerra, atentado. Cayó en un profundo mutismo. No tenía palabras, sólo lágrimas. Pasó días, semanas y meses en un estado de inoperancia catatónica. Sentada en el piso junto a la cama del marido...¿ marido ? o muerto en vida...observaba inmutable el hilo sinusoide del ritmo cardíaco. El respirador monótono mantenía el flujo de oxígeno en el cuerpo. Sus signos vitales eran propios de un hombre de 38 años, sano hasta el momento del hecho. En el receptáculo entraban y salían toda clase de especialistas y enfermeros, cada uno le realizaba tareas delicadas para mantener el cuerpo vivo.
            Una tarde de invierno, ya había pasado siete meses, entró una joven y comenzó a hacerle preguntas. Era sicóloga. Preguntó por los hijos...¿ Hijos...? Ellos no habían querido tener niños hasta no tener ciertos bienes y...la libertad...y poder disfrutar de
 ...viajes, teatro... y ahora estaba sola. Él ya no podía darle un hijo. La charla se prolongó un tiempo corto. Pero la idea del hijo quedó flotando en su conciencia. Estela pensó en su estúpido egoísmo. Necesitaba un hijo para poder sobrevivir a tamaño dolor. Así sólo así lograría superar su sentimiento de culpa.
            Varios médicos la miraron con sorpresa y desestimaron su interrogatorio. Comenzó una búsqueda urgente. Habló con especialistas que dieron algunas alternativas. Un día entró un joven médico residente extranjero. Ella le contó su historia y él le sugirió...una inseminación in vitro con posibilidad de tener el ansiado retoño.
 ¿ Qué tenía que hacer? ¿ De dónde extraer los espermatozoides? ¿ Podrían extraerle a Ernesto?...Así se formó un pequeño complot... A los veinte días ya tenían material. Le sacaron, luego de ayudarle con hormonas, cinco óvulos. Estela se preparaba para una aventura increíble.
            El tratamiento era un triunfo de la ciencia. Dos embriones estaban en el útero bien ubicados. Se desarrollaban perfectamente. El vientre comenzaba a abultarse.
            Desde Francia había llegado un especialista a dar unas conferencias y un amigo común le pidió que revisara la historia clínica y a Ernesto. Le suministró una nueva droga experimental y aconsejó unas pruebas de vibrato acústico. El resultado fue revolucionario.
            De entre una nube comenzó a ver pequeños objetos. Sintió ruidos, voces y palabras que le llegaban al cerebro aumentadas cien veces. No podía hablar. No podía decirles que entendía todo. Se esforzaba por hacer algún movimiento para que entendieran que había vuelto. No sabía de dónde. No sabía qué le había pasado. Sacó algunas conclusiones de lo que hablaban a su alrededor. Un accidente terrible. Muerte cerebral. ¡ Él estaba allí, vivo, comprendía!
            Las máquinas dieron muestras de su mejoría. Comenzaron nuevos tratamientos. Tuvo reflejos y algunos movimientos de párpados y dedos. Respondía al dolor, al calor y al frío.
            Estela sintió que había llegado el momento del parto. Sola, con Dulce y Martina, entró a la sala de pre - parto. Luego se produjo el nacimiento de una beba y un varón. Sanos , hermosos y producto de la biotecnología. Se silenció el origen ante los medios, para proteger a los niños. Y a los padres. Era un verdadero milagro.
            ¡ Es un milagro, sin duda es un milagro, dijo el equipo de médicos ! Ernesto había hablado mostrando su total conciencia y su dominio de voluntad. Ahora quedaba un enorme trabajo de motricidad por delante.
            La llegada de Estela al pabellón donde se trabajaba con el cuerpo de su esposo fue acompañada de una actitud inesperada. Ernesto no quería hablar con ella. En su lugar apareció un abogado que le presentaba una demanda de divorcio. Ella había sido infiel. La concepción de dos niños en su etapa de muerte cerebral eran la causa. Ernestito y Delicia no eran producto del amor. No tuvo él la posibilidad de engendrarlos, no eran hijos de un acto voluntario.
            El juicio fue muy difundido y publicitado. Los niños amparados por leyes de protección al menor pasaron a las manos de un familiar. El juez, frente a un tema ético tan conflictivo se juntó con grupos de jurisconsultos a deliberar...Estela está esperando la sentencia.

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