Acababa de dejar el pequeño rectángulo de cielo que se
proyectaba en la ínfima habitación. Cerró los ojos doloridos y enrojecidos de
mirar hacia el infinito. La soledad le
había clavado una cruz de agujas imantadas en las pupilas. Ya no
esperaba ver nada nuevo allí ni desde allí. Mordió un minuto los pequeños tubos
de plástico transparente que proveían de aire y alimentos. Cerró la mente
aislándose de esa realidad y comenzó a soñar.
Una mañana tan fresca y soleada. Él caminando por la orilla
del gran lago. El sol marcando sombras tardías entre los árboles y el aire
envolviendo su cuerpo con olores fuertes a menta, toronjil, romero, pasto
recién segado y una necesidad urgente de
tirarse en ese prado. Las nubes tratando de desterrar el brillo, y la belleza,
las nubes en guerra permanente con el espíritu fugitivo de las sombras y las
luz. Recostado, la mirada hacia el lugar para ver aparecer a Nazarena con su
cabello al viento transitando descalza sobre el tapiz acuático y vegetal de un
piélago verdoso, y helechos, frondas de tornasolados iridiscentes, amarillos,
ocres, verdes y azules increíbles en esa orilla escurridiza. Cerró la boca. ¡No
quiero respirar, no tendré en mi interior herido por la pasión, el perfil de
tus muslos y tu rostro o tus manos como alas de golondrinas revoloteando o
sosteniéndose suspendidas entre las largas ramas de los sauces! No, no quiero
respirar, porque penetra en mi conciencia el perfume salvaje de mandarina y jacintos
de tu piel morena de muchacha cerril y montaraz. Hembra de tiempos inhóspitos
de mi país de ensueño.
El silencio me devuelve el golpeteo de mi corazón herido.
¿Estoy dormido y sueño? Acaso el tiempo va a prenderme a la voraz lentitud de
los relojes. ¿Has regresado para incorporarme a las letanías de tu legión de
fantasmas y espíritus ligeros? Ya no veo. Estoy ciego y deslumbrado. El mirar
eternamente en el rectángulo de mi ventanuco me ha dejado alucinado. Perdí tu beatitud
en una algarabía de estampidos y ruidos Allá en la carretera hacia la ciudad de
mi destierro. Hacia allí quedó el
caballo y he quedado. Sin nada ni nadie que venga a abrazar mi cuerpo muerto,
mi conciencia viva que vibra, desespera por tus besos y tiernas caricias
calientes. Hace un tiempo infinito que mi mente te llama y no puedes escucharme,
porque estoy aquí en esta aciaga celda del averno. ¿Acaso puedes escuchar el
silencio? ¿Y tú recordarás a quien rodeó tu cuerpo en un instante de pasión amorosa para crearte
ese mundo mágico de un hijo? Duermo y sueño contigo. Me despierto espiando tu
sombra y no llegas a buscarme. Estoy volviendo a abrir los ojos de febril e
impúdica exaltación. Algo acuoso se mueve en mi interior como una gelatina
flamígera, me quema aun más que la visión desde el ángulo de la ventanilla
donde mi vista se pierde. ¡Amor regreso, amor vuelvo a ti, espérame, en tu
regazo místico y festivo, amor...amor mío!
- Doctor
Villafañe, el paciente de terapia se ha descompensado.
Casi sin voz la
enfermera trata de regresar al hombre.
-¡Por Dios, hagan entrar a la muchacha...aunque esté en ese estado... tal vez ella logre traer a
paciente.
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