lunes, 23 de abril de 2018

SIN TI




Acababa de dejar el pequeño rectángulo de cielo que se proyectaba en la ínfima habitación. Cerró los ojos doloridos y enrojecidos de mirar hacia el infinito. La soledad le  había clavado una cruz de agujas imantadas en las pupilas. Ya no esperaba ver nada nuevo allí ni desde allí. Mordió un minuto los pequeños tubos de plástico transparente que proveían de aire y alimentos. Cerró la  mente  aislándose de esa realidad y comenzó a soñar.
Una mañana tan fresca y soleada. Él caminando por la orilla del gran lago. El sol marcando sombras tardías entre los árboles y el aire envolviendo su cuerpo con olores fuertes a menta, toronjil, romero, pasto recién segado  y una necesidad urgente de tirarse en ese prado. Las nubes tratando de desterrar el brillo, y la belleza, las nubes en guerra permanente con el espíritu fugitivo de las sombras y las luz. Recostado, la mirada hacia el lugar para ver aparecer a Nazarena con su cabello al viento transitando descalza sobre el tapiz acuático y vegetal de un piélago verdoso, y helechos, frondas de tornasolados iridiscentes, amarillos, ocres, verdes y azules increíbles en esa orilla escurridiza. Cerró la boca. ¡No quiero respirar, no tendré en mi interior herido por la pasión, el perfil de tus muslos y tu rostro o tus manos como alas de golondrinas revoloteando o sosteniéndose suspendidas entre las largas ramas de los sauces! No, no quiero respirar, porque penetra en mi conciencia el perfume salvaje de mandarina y jacintos de tu piel morena de muchacha cerril y montaraz. Hembra de tiempos inhóspitos de mi país de ensueño.
El silencio me devuelve el golpeteo de mi corazón herido. ¿Estoy dormido y sueño? Acaso el tiempo va a prenderme a la voraz lentitud de los relojes. ¿Has regresado para incorporarme a las letanías de tu legión de fantasmas y espíritus ligeros? Ya no veo. Estoy ciego y deslumbrado. El mirar eternamente en el rectángulo de mi ventanuco me ha dejado alucinado. Perdí tu beatitud en una algarabía de estampidos y ruidos Allá en la carretera hacia la ciudad de mi destierro. Hacia allí  quedó el caballo y he quedado. Sin nada ni nadie que venga a abrazar mi cuerpo muerto, mi conciencia viva que vibra, desespera por tus besos y tiernas caricias calientes. Hace un tiempo infinito que mi mente te llama y no puedes escucharme, porque estoy aquí en esta aciaga celda del averno. ¿Acaso puedes escuchar el silencio? ¿Y tú recordarás a quien rodeó tu cuerpo en  un instante de pasión amorosa para crearte ese mundo mágico de un hijo? Duermo y sueño contigo. Me despierto espiando tu sombra y no llegas a buscarme. Estoy volviendo a abrir los ojos de febril e impúdica exaltación. Algo acuoso se mueve en mi interior como una gelatina flamígera, me quema aun más que la visión desde el ángulo de la ventanilla donde mi vista se pierde. ¡Amor regreso, amor vuelvo a ti, espérame, en tu regazo místico y festivo, amor...amor mío!
                                                                                                                                                                               
         - Doctor Villafañe, el paciente de terapia se ha descompensado.
 Casi sin voz la enfermera trata de regresar al hombre.
         -¡Por Dios, hagan entrar a la muchacha...aunque esté en ese          estado... tal vez ella logre traer a paciente.



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