CUANDO ME ANIMÉ A CONTAR...
Me vestí con desgano, pero tenía
clases de jockey y me esperaba el entrenador del colegio. Mamá me preguntó qué
me pasaba y yo la evité. ¡Cómo le iba a contar! Así llegué al club. Allí
Leandro, Renzo , Valerio y Rolo me miraron y se echaron a reír. Yo los miraba
boquiabierto, se agarraban la barriga y lloraban de risa. El desconcierto mío
era total y comprendí que era una broma, lo de ayer. Se arrastraba en el pasto
de la cancha, apretándose la panza... yo, juro, lo quise matar. Me enojé tanto
que no lo hablé toda la tarde y me volvía casa sin saludarlo. Dos días después,
mamá me llamó y me dijo que Rolo estaba internado en el hospital de niños. Me
sentí muy mal y aún enojado le pedí a mi papá que me llevara a verlo. Antes nos
juntamos en la placita con los chicos de la pandilla y allí me contaron que
sólo lo de la cueva y el jardín bajo tierra era mentira...lo demás era verdad.
Renzo se puso serio por primera vez y nos dijo que los padres de Rolo estaban
muy asustados. Que no podía dormir y que de noche y de día veía y escuchaba
cosas raras. Cuando entre en la sala donde estaba acostado, parecía un chico a
la mitad del que era antes. El pelo rojo que siempre le brillaba estaba
ceniciento y su cara era como más chiquitita. No se le veían las pecas de la
fiebre que lo penetraba y deliraba. Los padres y los abuelos lloraban. Varios
médicos hablaban en murmullo sin decir nada y nos miraban con ojos de:- ¡
Lo que hicieron fue malísimo...demonio de chicos!- quedamos sin
palabras. Un señor de barba, que era un famoso siquiatra se sentó con nosotros
y nos estuvo hablando sobre las consecuencias de los actos y las
enfermedades que acarrean ciertas acciones. No entendimos nada pero vimos que
estaba muy enojado con nosotros. Por un mes no me dejaron salir, ni ver tele,
ni ir al club. Mamá tenía razón. Pero no pensamos que fuera para tanto.
Pronto volvimos a vida normal. Íbamos a la escuela, al club donde el
abuelo nos reúne para contarnos cuentos o para jugar ajedrez...en fin lo
normal. Los domingos fútbol y campo, pero algo era distinto. Rolo ya no era el
mismo y cuando nos juntábamos en la plaza, parecía ausente. Ni miraba las
figuritas de Valerio, que tiene una colección extraordinaria de todo los
jugadores de básquet del mundo y que a él, le deliraban, ni pasaba como antes
por la vereda de la pituquita del otro barrio, ni siquiera hablaba. Según
Leandro tiene depresión. Yo le digo que está chiflado, que esa es una
enfermedad de gente grande y sin ganas. Él me dice que habló con su tía que es
sicóloga y que le contó que ahora por los problemas del mundo hay muchos
jóvenes que la padecen. En fin terminamos todos tristes. La verdad que nos
mandamos un gran lío.
Mi papá me mira con una seriedad que me asusta, a pesar que nunca nos
reta, siempre nos habla, lo veo muy pensativo y cuando llego me pregunta cómo
está Rolo.
Yo le cuento y él se queda mirando hacia la casa de la esquina. Esa
maldita construcción vieja nos ha traído un montón de problemas. El abuelo
Ever, nos contó que allí vivía una familia de varias personas y que un día la
señora joven apareció muerta en forma muy misteriosa. Además antes parece que
vivió otra gente que también tuvo una historia de tragedias...en fin a mi cada
día me gusta menos vivir a tan poca distancia de todo estos misterios.
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