Al fin papá consiguió ese trabajo
nuevo donde quería desarrollar una nueva
vida. Vivimos desde hace veintitrés días en un nuevo barrio de calles
tranquilas, con arbolados antiguos que ocultan con raras sombras el frente de
las casas.
Lo primero que me llamó la atención
fue una reja alta, negra, cubierta de hiedra que retorcida como serpientes
venenosas, esconden una casa vieja y maltrecha. Digo maltrecha porque está
deshabitada, con las ventanas rotas, las tejas caídas por las gallerías y yuyos
altos que crecen por todos lados. En la cuadra viven otras familias que tienen
chicos, algunos de mi edad. Pronto nos hicimos amigos. La pandilla,
que ha creado una cofradía, una sociedad secreta, sólo para varones,
con votos de silencio y ayudas mutuas. Al principio no me aceptaron pero yo
demostré valentía y pasé todas las pruebas...no les puedo contar cómo fueron ya
que los iniciados no pueden romper
con los compromisos, sino debemos cumplir con el peor de los castigos: ¡
Pasar la noche en la casa de la esquina! Los muchachos le tienen
terror, pero no lo dicen para que nadie los tenga por unos cobardes. Así
comencé a escuchar de sus bocas y de otros vecinos, unas historias
espeluznantes.
Resulta que Rolo, hace unos días le
regaló sus figuritas a una pituquita de la otra manzana. Rompió la promesa
número 2 que dice: “no tener ningún contacto con esos extraños seres
llamados mujeres”. Las chicas son entrometidas y chismosas, además de
tontas.
Bueno sigo, a Rolo le dieron la
máxima pena...; “La casa abandonada de noche” Y
después que sus padres se durmieron, salimos todos a la hora exacta en que los
brujos salen para viajar sobre los techos de las casas y entran por chimeneas y
ventanas, aunque estén cerradas. Él, se demoró todo lo que pudo, pero el
Valerio, Leandro y Renzo, lo apuraron y así lo acompañamos hasta la puerta de
reja que se abre apenas con un ruido que despierta hasta a los fantasmas. Le
dieron un empujón y desapareció en la tremenda oscuridad. Ellos salieron
corriendo hasta el farol de la esquina contraria.
Entonces...¡pronto él, comenzó escuchar ruidos extraños! Una luz
temblequeante que aparecía y desaparecía desde una vela que se movía entre
largos pasillos, entre las enormes habitaciones ocupadas sólo por muebles rotos
y telas de araña que envuelven cada objeto. También comenzó a escuchar una voz
rumorosa que lo llamaba. Parecía que una persona hablaba y pedía ayuda: -¡
Rolo...Rolo...ven, acércate, necesito que me ayudes a salir de aquí!-
La mujer, porque era una
mujer, vestida con un largo camisón hecho jirones, con puntillas y cintas
rotas, que le colgaban del pálido cuerpo flaco. Medio verdoso. Despeinada, con
el pelo larguísimo y enredado, que le caía sobre la cara, escondiendo sus ojos
hundidos y transparentes. Tenían una mirada triste. Alargaba las manos con
dedos afilados de uñas larguísimas como las garras de un animal en acecho para
tocarlo a Rolo. Él trató de hablar pero parecía de yeso. El pobre tiritaba,
tartamudeaba, trató de gritar pero la voz no le salía de los labios. Yo imagino
que en su lugar hubiera salido corriendo, me escaparía como un perro galgo,
como el de mi abuelo.
Dice que ella se detuvo un momento frente a la ventana donde la luna
llena iluminó la habitación. Rolo vio que la figura penetró por la pared de la
chimenea y desapareció justo cuando el reloj de la municipalidad sonó la
campanada de la una de la madrugada. Como él no salía y ya había cumplido el
castigo, Leandro dijo que lo fuésemos a buscar. Lo encontramos como muerto, y
no podía hablar. Lo sacamos entre todos casi a la rastra.
Al día siguiente en la escuela quiso contar, pero se había puesto “tartamudo”.
Nunca más haremos algo así, pero seguro que “el fantasma”
sigue viviendo adentro.
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