jueves, 16 de mayo de 2019

LA ABUELA




            Había llegado siendo muy joven de Europa. Sus padres escapando de la pobreza, desearon vivir en un país que les diera mucho trabajo y paz. Ella con sus doce años, apenas pudo, quiso ir a la escuela. Aprendió rápido el idioma y las costumbres. Ayudaba a sus padres a comunicarse con los vecinos y con la gente. A veces iban al hospital y ella les traducía lo que sentían a los doctores. Siempre de niña recibía un caramelo o una galletita de los que intermediaban. Se llamaba Leonilla y sonaba raro en este país.
            Creció y su papá en un accidente quedó herido y ella con su mamá salieron a vender puerta por puerta dulces que hacían en la cocina a leña. Con eso pasaron un año, bien. El papá las dejó para ir a Dios. Leonilla supo con dolor que su mamá ahora era todo lo que le quedaba. Ya tenía catorce años y un vecino vino para hablar con la mamita. Quería que su hijo, Nicanor, herrero de profesión, se casara con la muchacha. Ante un futuro incierto la madre dio el sí.
            Una mañana salió Leonilla vestida con su mejor ropa para casarse. Eran muy pocos los que estaban en la boda: su madre, el padre y madre de Nicanor, dos vecinas, el ferretero, el almacenero y un juez de Paz. Nicanor tenía veinticuatro años, era alto y delgado, apenas una pequeña barba le cubría el rostro. Pero tenía una mirada bondadosa.
            Vivieron con su mamá, hasta que ella también se casó con un peluquero que la llevó a otra ciudad. Así comenzó una vida muy laboriosa para Leonilla. Cuidaba la casa y hacía dulces para vender como lo había hecho con su mamá. Juntaban monedas y billetes para poder poner un pequeño negocio. Compraron un terreno y… justo cuando lo estaban por ocupar con una casita pequeña, nació Juancito, un bebé regordete y juguetón. Había que seguir trabajando para poder construir. Ella, aprendió a hacer pan, tortitas y masitas. Las vendía muy bien. Juntó algo de dinero y Nicanor agrandó la herrería, trabajar y disfrutar del sol y de los parques cercanos. Levantaron dos habitaciones, un baño y una cocina. Nació Franca, una hermosa niña de ojos oscuros y cabello rubio, al año, nacieron mellizos. Niceto y Oscar como se llamaba el abuelo.
            Un día estaba haciendo un trabajo en el taller un loco entró y empujó tan mal a Nicanor que cayó a la fragua y se quemó. No pudieron salvarlo. Leonilla estaba esperando otro hermanito de sus niños. Nació Lorena.
            Pasaron unos meses en que el dinero comenzó a escasear y Leonilla tuvo que trabajar en una casa de familia para poder ayudar a sus hijos que crecían y siempre tenían hambre y algunos caprichos, que ella no podía dar.
            La vida fue algo difícil, pero estudiaban y ayudaban a repartir dulces y pan que hacía la madre. Juan era muy estudioso pero Oscar daba trabajo, era perezoso y malhumorado, se peleaba muchísimo con los hermanos. Siempre quería tener la razón.
            La mamá en la noche lloraba hasta que se dormía. Las nenas perezosas también no ayudaban con las tareas de la casa. Leonilla ya tenía canas y estaba triste. Sus Juan y Niceto eran su apoyo. Un día Franca se escapó con el hijo de un vecino, regresó esperando un bebé. Leonilla los recibió con los brazos abiertos. Pero eran tres bocas más para dar de comer. Juan y Niceto ya terminaban la escuela secundaria y buscaron empleo. Así con mucho esfuerzo pudieron salir adelante. Lorena estudiaba piano y danza y daba clases a chicos en varios lugares.
            La vida fue pasando, al final los muchachos se casaron y se fueron yendo y Leonilla se quedó sola. ¡Era la Abuela! Siempre dispuesta a cuidar de los nietos, llevarlos al doctor o al colegio, cosiendo, cocinando y tejiendo para la familia. Heroica. Bondadosa y llena de Amor por su familia. Cuando cumplió sesenta años la familia quiso hacerle una fiesta. Ella no sabía, era una gran sorpresa. Como la nieta mayor trabajaba en la radio, vinieron unos amigos y le hicieron un reportaje. Lloró de vergüenza y alegría. Ahora la Abuela es el ejemplo de la pequeña comunidad. ¡Una verdadera Heroína!
            El cartel que le colgaron en la calle decía: “A la abuela más buena de la tierra” y un vecino les pintó a la Abu con una capa y una corona dorada y allí está todavía, para que el que pase sepa que ahí, vive una “Súper Abuela”.
           

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