Había llegado siendo
muy joven de Europa. Sus padres escapando de la pobreza, desearon vivir en un
país que les diera mucho trabajo y paz. Ella con sus doce años, apenas pudo,
quiso ir a la escuela. Aprendió rápido el idioma y las costumbres. Ayudaba a
sus padres a comunicarse con los vecinos y con la gente. A veces iban al
hospital y ella les traducía lo que sentían a los doctores. Siempre de niña
recibía un caramelo o una galletita de los que intermediaban. Se llamaba
Leonilla y sonaba raro en este país.
Creció y su papá en un
accidente quedó herido y ella con su mamá salieron a vender puerta por puerta
dulces que hacían en la cocina a leña. Con eso pasaron un año, bien. El papá
las dejó para ir a Dios. Leonilla supo con dolor que su mamá ahora era todo lo
que le quedaba. Ya tenía catorce años y un vecino vino para hablar con la
mamita. Quería que su hijo, Nicanor, herrero de profesión, se casara con la
muchacha. Ante un futuro incierto la madre dio el sí.
Una mañana salió
Leonilla vestida con su mejor ropa para casarse. Eran muy pocos los que estaban
en la boda: su madre, el padre y madre de Nicanor, dos vecinas, el ferretero,
el almacenero y un juez de Paz. Nicanor tenía veinticuatro años, era alto y
delgado, apenas una pequeña barba le cubría el rostro. Pero tenía una mirada
bondadosa.
Vivieron con su mamá,
hasta que ella también se casó con un peluquero que la llevó a otra ciudad. Así
comenzó una vida muy laboriosa para Leonilla. Cuidaba la casa y hacía dulces
para vender como lo había hecho con su mamá. Juntaban monedas y billetes para
poder poner un pequeño negocio. Compraron un terreno y… justo cuando lo estaban
por ocupar con una casita pequeña, nació Juancito, un bebé regordete y
juguetón. Había que seguir trabajando para poder construir. Ella, aprendió a
hacer pan, tortitas y masitas. Las vendía muy bien. Juntó algo de dinero y
Nicanor agrandó la herrería, trabajar y disfrutar del sol y de los parques
cercanos. Levantaron dos habitaciones, un baño y una cocina. Nació Franca, una
hermosa niña de ojos oscuros y cabello rubio, al año, nacieron mellizos. Niceto
y Oscar como se llamaba el abuelo.
Un día estaba haciendo
un trabajo en el taller un loco entró y empujó tan mal a Nicanor que cayó a la
fragua y se quemó. No pudieron salvarlo. Leonilla estaba esperando otro
hermanito de sus niños. Nació Lorena.
Pasaron unos meses en
que el dinero comenzó a escasear y Leonilla tuvo que trabajar en una casa de
familia para poder ayudar a sus hijos que crecían y siempre tenían hambre y
algunos caprichos, que ella no podía dar.
La vida fue algo
difícil, pero estudiaban y ayudaban a repartir dulces y pan que hacía la madre.
Juan era muy estudioso pero Oscar daba trabajo, era perezoso y malhumorado, se
peleaba muchísimo con los hermanos. Siempre quería tener la razón.
La mamá en la noche
lloraba hasta que se dormía. Las nenas perezosas también no ayudaban con las
tareas de la casa. Leonilla ya tenía canas y estaba triste. Sus Juan y Niceto
eran su apoyo. Un día Franca se escapó con el hijo de un vecino, regresó
esperando un bebé. Leonilla los recibió con los brazos abiertos. Pero eran tres
bocas más para dar de comer. Juan y Niceto ya terminaban la escuela secundaria
y buscaron empleo. Así con mucho esfuerzo pudieron salir adelante. Lorena
estudiaba piano y danza y daba clases a chicos en varios lugares.
La vida fue pasando, al
final los muchachos se casaron y se fueron yendo y Leonilla se quedó sola. ¡Era
la Abuela !
Siempre dispuesta a cuidar de los nietos, llevarlos al doctor o al colegio,
cosiendo, cocinando y tejiendo para la familia. Heroica. Bondadosa y llena de
Amor por su familia. Cuando cumplió sesenta años la familia quiso hacerle una
fiesta. Ella no sabía, era una gran sorpresa. Como la nieta mayor trabajaba en
la radio, vinieron unos amigos y le hicieron un reportaje. Lloró de vergüenza y
alegría. Ahora la Abuela
es el ejemplo de la pequeña comunidad. ¡Una verdadera Heroína!
El cartel que le
colgaron en la calle decía: “A la abuela más buena de la tierra” y un vecino
les pintó a la Abu
con una capa y una corona dorada y allí está todavía, para que el que pase sepa
que ahí, vive una “Súper Abuela”.
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