En Villa Asunción había una verdadera revolución.
En la esquina más importante de la plaza principal levantaban un bello edificio
para albergar un banco.
El ir y venir en
vagones de tren materiales de todo tipo, alegró la esperanza de los habitantes.
Por fin la Villa
tendría fondos para los hombres y mujeres que trabajaban la tierra. La zona era
cerealera por antonomasia y con el ferrocarril se llevaba la cosecha al puerto
año tras año, cuando el clima era propicio. Los chacareros y hacendados
construirían silos y comprarían maquinarias para agrandar sus campos.
Un grupo de vecinos se
juntó en el club social y propusieron hacer una escuela más grande para
albergar a los hijos de quienes vinieran a trabajar. Con sus manos comenzaron
en un terreno donado por un buen ciudadano, a levantar la escuela. El
intendente se preocupó por hacer cartas a la capital para atraer trabajadores y
mano de obra. Ya en la Villa
cada cual tenía suficiente trabajo con sus animales y tareas de labranza.
Llegó un cura nuevo
para ayudar a Don Andrés, el anciano sacerdote que hacía como veinte años
habían mandado a la capilla. Llegó un grupo de docente que estrenó el nuevo
colegio y comenzó la inscripción de muchos chicos de todas las edades que
aparecían de pueblos cercanos. Refaccionaron una casa antigua para recibir como
hospedaje a personas que venían a vender objetos de mil calidades y especies.
Doña Catalina Fuentes, la modista amplió el taller y abrió la ventana para
mostrar sus habilidades con telas y agujas. La ferretería se agrandó y no había
que viajar para buscar ciertas piezas o herramientas que faltaran o se debían
cambiar. Hasta se abrió una mueblería.
Villa Asunción estaba
de gala y fiesta. Un nuevo comisario fue nombrado en lugar del sargento que
hacía de jefe. Así el banco se inauguró con música y petardos.
Pasaron los años y los
hacendados ahorraban el dinero de las cosechas, los habitantes hacían todo tipo
de trámites bancarios. El gerente abría con una sonrisa satisfecha cada mañana
las oficinas. Un día llegó la noticia que daba crédito para comprar maquinaria
nueva para el agro.
Allá fueron un grupo de
estancieros y pequeños agricultores y sacaron un préstamo para comprar:
Trilladoras, segadoras, tractores y otras máquinas que ayudarían en las
cosechas próximas.
Un cambio de gobierno
canceló todo. Adiós a los préstamos en cuotas, había que pagar al contado. El
banco cerro sus puertas y el agrandado gerente se escapó, en un tren de la
noche. Su familia se fue en el auto, con las pocas cosas que lograron sacar.
La gente irritada,
subió a sus máquinas y se fue en caravana a la capital. En la casa de gobierno,
brillaban los tractores, trilladoras y demás máquinas que dejaron abandonadas.
Ahora que la pague el nuevo gobierno.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario