jueves, 16 de mayo de 2019

PARTE DEL 2º CAPÍTULO DE MI ÚLTIMA NOVELA: SINDROME DE TRAICIÓN


                                                               

            La calle no está transitada, pero no nota esos detalles, está muy apurada.
            Un coche blanco viene detrás con las luces altas encendidas encandilándola, y trata de sobrepasarla. Se corre. El auto se aproxima y con una brusca maniobra se le cruza. Del auto ve que bajan cuatros soldados ¿Qué extraño, un grupo tan uniformado en un coche blanco?
Se da cuenta que tienen puestas unas capuchas negras. Ágil, casi sin pensarlo, se saca el anillo de la abuela y lo esconde en el lugar secreto que tiene con Gabriel. El instinto le dice que es una emboscada. La tienen rodeada. Mira atrás por el espejo y ve que desde un pequeño auto le apuntan con una ametralladora.
Feroz un hombre vestido de soldado, encapuchado, le indica que salga del coche. Hablan con voces guturales, artificiales y con gestos ásperos y señas dan órdenes entre sí y a ella. Toma su cartera y desciende. Le ponen una capucha y le inmovilizan las manos. Le arrancan su bolso y siente risas y palabras obscenas. Roberto Carlos sigue cantando una canción de “Un millón de amigos”
 El Peugeot ha quedado abandonado en medio de la calle desierta. La empujan y tiran en el piso del vehículo que la trató de atropellar. Con voz distorsionada le indican que no se mueva. Le arrebatan la chaqueta y con ella le cubren más la cabeza. Una vos que cree es de hombre le indica que van a cambiar de vehículo. Una mano ruda la tironea y a la rastra la meten en una camioneta.
            En la cabina trasera de un vehículo que ella no ve y trata de presentir la dejan como un fardo inservible. Los ojos vendados y las manos atadas con un elemento como cable o algo parecido, ella no lo ve y de un puntapié la corren. Un metal le produce una herida en una pierna, es un objeto cortante. Le duele. Grita de dolor, pero no la escuchan bajo las telas que la cubren.
Las voces se pierden tras el ruido de una puerta, que se cierra. Cree que son unos cuatro terroristas. Tal vez son más. Sí, ya que venían otros en el auto pequeño. Tiene tanto miedo, que no puede controlarse y se orina. Interiormente se insulta, soy una pendeja estúpida. Gabriel me previno y yo creí que no me iba a tocar, por ser yo. ¡Idiota, necia!

 Llora desconsoladamente. Piensa en el marido y en los chicos. ¡Pobre María Clara, que susto tendrá! ¿Por qué le tocó a ella que nunca se mete con nadie?
La camioneta, se mueve a mucha velocidad. Golpea contra los laterales del habitáculo. Pasan un paso a nivel. ¡Nadie notará que la llevan allí, ya se habrán encargado ellos, de que así sea! Piensa en su hermoso trajecito blanco y llora con más calma. Tal vez la maten, ¿de qué le servirá si la matan? Se siente ridícula y tonta. Preocuparse por la ropa cuando tiene sobre si un grupo de revolucionarios sanguinarios. De repente un trueno la distrae. Llueve torrencialmente y el agua, seguro borrará las huellas de ese viaje al infierno.
¿Cuánto tiempo pasa, no sabe! Así, aterrada, con las manos doliéndole, la cara tapada y ese fuerte raspón que le duele en la pierna, ha perdido la dimensión del tiempo. Hace un calor insoportable. La camioneta se detiene, luego de hacer una brusca maniobra hacia la izquierda. Delfina se golpea nuevamente  y peor. Cae sobre otro cuerpo. Pero está frío en inmóvil.   ¡Un muerto! Dios protégeme de esto, piensa y ora
            Alguien se ha bajado y habla con voz queda y altanera. No alcanza a entender. Vuelven a marchar por un camino muy desprolijo de tierra y pedregullo. Parece la huella, como cuando llueve en el campo, allá en “Cuesta Blanca”. Luego de andar un rato se detiene. Abren  la puerta y una voz de mujer la llama por su nombre.
            Ha dejado de llover. Y la humedad le cubre el cuerpo de una mezcla de sudor y miedo.
            . ¡Delfina, bajá perra, has llegado!
            - ¡Eh, Mara, cállate!
     - ¡Yo con esta infeliz no me callo!
           -  Mara es una orden del jefe. Ordenó que no le hablen.
             La empujan y obligan a salir del vehículo. Camina entre dos personas. No sabe si son hombres o mujeres. Una de ella se ríe y a media voz comenta…¡Mirá, lo único que le faltó fue defecar! ¿De dónde sacó sangre, esta infeliz?
- ¡El capitán ordenó que no hablen!
La meten por una pequeña puerta. Tropieza con un reborde y una mano impide que se caiga. Siente ruidos extraños a metal y madera. La llevan hasta un lugar y explican que debe bajar una escalera. Adelante nota que ha bajado alguien, comienza a descender lentamente. Detrás alguien viene. Le pisa una mano. Ella pega un pequeño grito.

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