jueves, 27 de septiembre de 2018

BATÓ, LA MUJER PROHIBIDA.




                        Nadie canta la canción de cuna de su hijo. La luna nueva reflota una mediana luz amarilla sobre el estéril campo de pastoreo. Ella había cumplido con los ritos con la estricta rutina que imponía la tradición, pero el brujo, había repartido hebras de cabello rojo sobre la pequeña cama donde yacía Rutúm. Lánguidas las vacas se acomodaban junto al pozo, algunas cabras desfilaban discontinuas hacia el centro del caserío buscando seguridad en la noche. La soledad le apretaba el estómago y su alma sentía hambre. No tenía sueño. El jefe del clan la había amonestado cuando siguió al hombre del camión, él, le prometió una vaca y diez cabritos si lo ayudaba a cruzar el desierto que se abría frente a la sabana. Bató, mecía a su pequeño niño que reflejaba la luz en la piel clara de su frente. Sus pechos manaban una leche que transpiraban sus pezones lánguidos como el jugo prodigioso del higueral junto al pozo. No quisieron acompañarla al centro del palmar para crear su canción a Rutúm. Se había transformado en la despreciable madre de un niño cuyo cabello blanco y ojos rojos, le daba aspecto del mismo demonio que habitaba el desierto.
                        Cuando partió en el sofocante transporte, siguiendo las huellas que dejaran los animales con estiércol y pisadas de infinita filigrana, no pensó lo que le costaría regresar. Ese mundo le era adverso y cruel, la gente que gritaba y empujaba en los mercadillos, tratando de atraer a un posible comprador. Cada mujer sobre un paño multicolor, sentada junto a sus cestas con higos, banana, mandioca y zapallos, despertaba la curiosidad de Bató, que nunca había salido de su comunidad. Envuelta en una frágil tela anaranjada, con sus joyas, símbolo tribal que la identificaba, se movía sorprendida. El hambre comenzó a apretarle y sintió que necesitaba ganar su comida. Sólo lo encontró en el hombre del camión amarillo. Vivió un corto infierno, sólo fue por un tiempo y pudo regresar a su comunidad con el mismo hombre que la había engañado. Pero llevaba un fruto prohibido en sus entrañas.
                        Nació en un día de luna nueva. Su pequeño niño era blanco, y su cabeza estaba cubierta con una suave pelusa nívea y cuando abrió los ojos un rojo pálido coloreaba la mirada. El estupor hizo que nadie se acercara con los dones, ni mujer alguna quisiera acompañarla para crear la música ritual del nacimiento. No cantaron tampoco su canción, esa que la tenía que acompañar en cada trance de la vida y que en lejanos tiempos crearan todos los amigos de su madre. Su vida era un escándalo. Una infinidad de ojos la perseguía cada vez que atravesaba la aldea. No le hablaban. No le pedían ayuda para hacer tareas comunitarias. Su niño extraño era el demonio, decían las niñas vírgenes, un espíritu maligno, los ancianos. Sus débiles piernas se desplazaban desdichadas por la tierra inhóspita del caserío. Una gallina se acercó a mirar al pequeño que dormía y trató de picotear su cabeza, pero un grito de Bató la espantó. Un hombre se paró en la puerta. Se acercó y comenzó a cantar la canción de cuna de Bató. Era un anciano, ciego, que le acercó un zapallo y unos huevos. Un lágrima se deslizó por el rostro oscuro y fue dejando un pequeño surco en la negra piel que brilló en su boca esperanzada.
                        Canta Bató, dijo, cantemos una canción de cuna para tu hijo. Hace muchísimos años, nació en la tribu un niño como Rutúm, lo mataron por miedo a que fuera un demonio. Era mi hijo. Yo me quité los ojos por el dolor que me causó su muerte. Un tiempo después, pasó por acá un hombre blanco, dijo que era médico; y yo le conté mi historia. Él, me dijo riendo que en otros mundos lejanos a nuestra aldea, eso no era muy común, pero que ocurría a veces y era un destino de no sé que enfermedad que daban los padres a sus hijos. Un problema de ancestros. Para aquel médico blanco, era un ser normal, tal vez, casi normal. Yo quedé ciego por un error de de nuestros brujos. Acá conocemos poco de lo que sucede más allá de la sabana, la jungla o el desierto. Ven Bató, vamos a crear la canción de tu hijo. Y tomándose del brazo de Bató, caminaron hacia la jungla para componer esa hermosa melodía que acompañaría la vida de Rutúm en los buenos o malos tiempos. 

                                   La tradición africana de ciertas comunidades es crear una canción comunitaria para cada niño que nace. Esa canción es cantada en cada momento importante de la vida para darle fuerzas o alegría.

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