Me senté en las
escalinatas de “Sacrê Cord”. Una larga fila de jóvenes extranjeros pasaban a mi
lado. Otros tocaban un saxo, una flauta traversa y un violín. Todo era risas,
comentarios en varios idiomas desconocidos para mí y miradas encontradas.
Uno se detuvo, me miró
diferente, se sacó el sombrero y haciendo una reverencia, me saludó con
deferencia. Le devolví la sonrisa y le entregué un ramillete de violetas. Las
besó y siguió a sus amigos. Nunca se volvió a mirarme.
El sol subía sobre mi
cabeza y brillaba en la cúpula de la enorme iglesia de mármol blanco. Tornaba
nacarada a rosa y luego a naranja hasta casi roja. Cerré los ojos y me pareció
que aun oía al hermoso efebo que noches atrás, en la cantina, donde trabajo; me
sostuvo la cintura y me hizo bailar un “tango”. Era un grupo de argentinos que
disfrutaban de unas vacaciones en París.
Luego, cuando les serví
una botella de champagne se puso frente
a mi y dijo: “Vengo de las pampas. Del
sur donde las estrellas de la
Cruz del Sur, hacen palidecer tus bellos ojos. Donde el trigo
baila un constante vals en la campiña. Donde las vacas sueñan con viajar por el
mundo en churrascos apasionados. Donde el río más ancho de América se pone bravo
y en cuyas aguas llegan de todos los países para comer y bailar tango. Y…” todos
sus amigos reían a carcajadas. Yo, que soy muy tímida, me apoyé en el madero
del bar y una lágrima intrusa rodó por mi rostro.
Un joven se acercó y me
entregó un ramillete de violetas. Marchitas pero aun perfumadas. Secó con un
dedo mi lágrima y me sonrió. Entonces
pude ver que era uno de los del grupo que me había reconocido. Me hizo
una reverencia y se sentó. Nadie pudo reírse. Ninón comenzó a cantar una dulce
canción de la Piaf. Yo
me saqué el delantal y salí corriendo de la cantina. Un gato me siguió hasta la
casa donde vivo. Allí lloré hasta el amanecer. Pero… me gustaría conocer ese
país del que hablaba el muchacho anoche. ¡Un sueño más para mi pobre vida!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario