La
mañana era fresca y una suave brisa lamía las hojas de las palmeras de la
avenida. En la esquina de Toledo y Los Tilos, frente al Banco Central, pararon
casi al unísono tres coches de alquiler y bajaron apresuradas tres mujeres de
mediana edad. Bien parecidas sin llegar al desafío, muy atildadas y con un
refulgir de joyas engastadas en oro y piedras auténticas. Se vieron y se
abrazaron con emoción pues hacía más de quince años que no se veían. Habían
dispuesto juntarse el último día de graduación y ninguna pudo impedir la
curiosidad de reconocerse.
Franchesca
era la mayor, tenía cuarenta y un años. Su ya olvidado cabello color castaño se
había transformado en un rubio ceniza, que con un corte perfecto remarcaba la
nueva nariz, que le había conseguido su tercer marido. Su vestido de seda
natural italiana mostraban horas de gimnasio y natación. Estaba espléndida.
Lucrecia
apenas había cumplido los cuarenta, algunas canas le daban un aire de mujer
inteligente y en realidad lo era, su master en U.S.A., en Harbard , había sido
noticia en todas las revistas y periódicos del país. Ella era una mujer de la
ciencia y sus investigaciones en el campo de la genética de la ceguera, le
habían conquistado muchos premios internacionales. Había enviudado a poco de
casarse y no quería reincidir.
Clarisa
era la más joven pero a pesar de su estudiada preocupación por su aspecto,
mostraba un desgaste inusitado. Muy religiosa había consagrado su vida a niños
minusválidos. Dueña de un refugio para ancianos y gente maltratada, sólo veía
por los ojos de su joven marido y compañero de luchas solidarias. El cabello
largo como en su juventud solamente tomado con una traba, ojos grandes y
expresivos llenos de vida y amor. Las tres buscaron una confitería. Se
acercaron al Buffet del hotel Hilton y allí casi al unísono cada una comenzó a
hablar.
-
Moría por verlas ya que sólo he estado unos pocos años en el país, de ti
Clarisa no sabía nada - dijo mientras miraba hacia la barra del bar a un
apuesto y musculoso joven - y ya leí todo sobre ti mi científica adorada.-
Las
he extrañado mucho, mi vida ha sido muy difícil, ya que después de enviudar no
logré una pareja que pudiera compartir mis permanentes viajes y estudios -
exclamó Lucrecia mirando los ojos tristes de Francesca, que trataba de ocultar
tras su juvenil figura.- Tú Clarisa estás realmente realizada.-
-Me
encanta verlas tan jóvenes, llenas de vida, modernas yo no tengo tiempo para
mí, mis pobres viejos y mis huérfanos me roban todo el tiempo y las energías.
Me encantaría viajar como tú y tus descubrimientos, o ser una dama fina llena
de glamour, como tú, Francesca.- dijo ocultando sus manos callosas y sus uñas
cortas. Se había puesto los anillos de su abuela que era lo único de valor que le
quedaba.- Ahora quiero pedirles que me atiendan - pero Francesca le
interrumpió.
-En
mi último viaje encontré a Nicoletta, ¿se acuerdan de ella?, se volvió a casar
con un americano riquísimo, es dueño de una empresa petrolera, y ahora vive en
Niza. Yo me sorprendí porque tiene tantas cirugías que casi no la conocí. Fue
ella la que me llamó desde su Ferrari dorada.- un joven musculoso se acercó y
tapándole los ojos le hizo un comentario en su oído que ella tapó con una
carcajada y se volvió para amonestar con un sonoro beso, Clarisa y Lucrecia se
miraron extrañadas, pero no se impresionaron en lo más mínimo.
-Mira
querida Clarisa esta charla es una conversación de sordos. Te contaré, tal vez
en tu tarea te pueda servir mi nuevo descubrimiento. Hay unas enzimas proteicas
que bien metabolizadas recubren la mielina de las neuronas y ayudan en la
reconstitución de la sinapsis neurológica de la capa cortical - perdón me
puedes pasar el agua, interrumpió Francesca mirando de reojo a Lucrecia, pidiendo
socorro a su compañera- Bien, te decía que el doctor Ferrands Lupier, ha descripto
una asociación de fosfatasa alcalinas de Bodansky con bromosulftalrína que actúan
sobre la capa hepática - ¡Ay, no me mires así!
-Yo
quiero pedirles que me manden unos donativos para poder comprar un refrigerador
nuevo y ropa de cama para los niños y los ancianos- expresó Clarisa entre
miradas de horror de Francesca y Lucrecia que extraía su chequera de una
gastada cartera que había sido de
magnífica hechura. La exuberante italiana, se sacó uno de sus magníficos
anillos de esmeralda y brillantes y poniéndolo en la concavidad de la pequeña
mano espetó, mujeres me voy he encontrado un efebo que tranquilizará mi
espíritu aventurero hasta el año que viene y partió con el rubio musculoso.
Yo
también me voy tengo una reunión en la facultad con unos médicos genetistas
suecos y japoneses. Besó ligeramente a Clarisa y partió sin volver el rostro.
La joven mujer suspiró y terminó el carísimo almuerzo con la tranquilidad
propia de la gente que tiene paz interior.
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