lunes, 24 de septiembre de 2018

EL HEREDERO




            Nos educaron como “señoritos bien”, es decir como obscenas personitas sin criterio y bastante cínicos. Nos creíamos que éramos el ombligo del mundo. No fue culpa de papá ni de mamá. Era lo acostumbrado en esa época y en ese  lugar de un país que se creía poderoso. Hasta que llegó una política desastrosa. Igual creíamos que éramos los mejores.
            Un día se fue enferma nuestra “Fuensanta” la empleada de toda la vida, que nos crió, mientras mamá jugaba a la canasta en el club social y papá desaparecía por días y semanas de casa. Nunca explicaron a dónde iba y en qué trabajaba. Los hijos de Fuensanta, que era gallega y tenía dos hijos en España y los trajo a América, los crió en un colegio de monjas y eran muy estudiosos y a diferencia de nosotros, Lucio y yo, habían logrado títulos universitarios.
            Nosotros dos, lloramos en escondidas, pero mamá pegó tantos gritos que cerré de un golpe la puerta de calle y me fui con la bicicleta a correr por la orilla del río.
            Llegó una chica nueva que mandó una agencia. Era del norte, no me animé a preguntarle de dónde. Era joven, tenía unos dieciocho años. Era muy delgada, de cabellos larguísimos de color negro, lacio y su piel era morena casi color aceituna. Silenciosa y tímida. Eficiente y curiosa, aprendía rápido con las órdenes que mamá le daba. ¡A veces la encontré llorando a escondidas! Me acerqué a preguntarle que le pasaba y supe que no sabía usar los aparatos eléctricos en general y les tenía miedo.  Traté de ayudarla. Agradecida comenzó a hablar conmigo.
            Se enamoró de mí. Yo aproveché su confianza y la saqué a un baile en la costanera, en un sitio popular. Nos besamos como se besan los amantes.
             Papá se enfureció cuando se enteró que “Chachita” estaba embarazada. Yo la había embarazado. Me echó de casa. Mamá escandalizada, sacó dinero de la caja fuerte y un valioso collar de perlas de su abuela y me dio un pasaje a Francia. ¡Vete! Yo me arreglaré con esto.
            Nunca supe qué pasó, estaba obsesionado con perderme de vista. No me veía padre de unos niños con veintitrés años y sin un título, ni medio de vida. Viajé en el “Princesa Margarita” del puerto de Rosario. Sólo vino Lucio a despedirme, lloramos juntos y nos prometimos miles de cosas, entre otras mantener correspondencia.
            En altamar, el Capitán me buscó y me entregó un sobre de papá. Estaba lacrado y era de la firma de abogados de mi padre. Temblé. Lo conocía. Sí, me había desheredado. Todo había pasado a manos de mi hermano Lucio. Los campos en Santa Fe, los de Chascomús y los del sur de Buenos Aires. Yo quedé en Pampa y la Vía. Sin un cobre y en la ruta a Francia.
            Cuando llegué a París, deslumbrado busqué unos conocidos que por varios días me ofrecieron su casa, luego un lugar donde quedarme. No sabía bien el francés que en el colegio caro que había tenido desperdicié estúpidamente, creyendo que nunca lo necesitaría. No sabía hacer nada. ¡Nunca había trabajado en nada!
            Gasté los últimos billetes en embaucar a una francesita que pensaba escapar de su trabajo en la gran Ciudad Luz. Ella me llevó a vivir a su habitación en una mansarda de París. “Montmartre” era un lugar de ensueño para los artistas y yo no soy ni siquiera un mal poeta. Me fui haciendo cada vez más cínico. Viví de ella y su trabajo. A costillas de una pobre muchacha que bailaba Can Can en “Maxime”. Le enseñé a bailar Tango y cada día estaba más enamorada de su “Argentino”. Pasaron cinco años. Llegó una carta de Lucio. Mamá había muerto y me necesitaban en Rosario. Me llevé a la “papusa” del barrio latino a la América. Ella no quería despegarse de mí y yo sabía que papá no la iba aceptar. Con la ayuda de unos amigos, la instalé en un Teatrito de Rosario como primera bailarina exótica. Me borré de los lugares inapropiados.
            Papá ya me había perdonado. Comencé una nueva vida con las estancias que me había dejado heredadas mi pobre madre. Me casé con una “mina” de “guita”.  Y me rajé a Buenos. Aires. Sigo siendo el tipo que se educó como un “Nene de Mamá”. ¡La francesita que me busque, nunca me podrá encontrar!


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