Era una melodía antigua. Llenaba el gran
salón de la casa familiar. Allí se acomodaban como panes tibios los recuerdos
de la juventud de Rosaura. Era una de esas tardes espiraladas de ensueños. El
perfume inconfundible de la humedad de los cortinados de seda pesada como la
memoria, se enroscaban en su interior creando un laberinto de música secreta.
Volvió en mudo despertar a la edad del amor incontenible. Recordaba la figura
perfecta del muchacho que llenaba su interioridad. Era un joven macho, lleno de
fuerza y misterio. Era él, su enamorado inalcanzable. Casado con su hermana
Matilde, era el ser más imposible para su pasión adolescente.
El
piano era el lazo frecuente para su acercamiento amoroso. Juntos solían
sentarse orillando teclado con ágiles y febriles movimientos. Chopin era el
favorito. Jugaban con la mágica filigrana de las notas. Allí podía expresarse
en únicos momentos. Él apenas la miraba pero igual compartía un diálogo íntimo
y alegre. Él nunca conocería su amor.
Matilde,
su hermana mayor, se reía con la ingenuidad de quien nunca desconfía de la
sangre. Matilde inusitada enemiga. Dulce y amada Matilde. ¡Era su querida
hermana! Él, apasionado como pocos, adoraba ese rostro, esas manos y ese cuerpo
que vivía deformado por eternas maternidades. Matilde era la madre perfecta, la
esposa indispensable. Era noble y buena. Ella, Rosaura, en cambio era arisca e
innoble. Con sus quince años... recontaba los minutos y desafiaba al cuñado en
el piano. Era su reto. La vida y su futuro.
El
tiempo, escoria del destino... la dejó sola e inerte. El corazón vacío. No pudo
amar a otro. Sus recuerdos la enroscaban a la historia de su vida. Los
recuerdos... la bandada gris, iba colmando el cielo de su mente. Ya tenía casi
ochenta y ni él, ni ella lo sabrían... ya no estaban. La canción perduraba en
la memoria inesperada. El sol se iba alejando entre los cristales y los viejos
cortinados cenicientos. Sus ojos se cerraban lentamente y él entró en la sala,
caminando directo hacia el piano, le tomó la mano y la invitó a tocar junto a
su cuerpo extrañamente joven. Matilde observaba desde el sillón favorito, con
una tenue sonrisa. La sonata de Chopin... desgranaba sus notas como una cascada
de agua plateada y cometas. Se alejaba... se alejaban.
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