miércoles, 5 de septiembre de 2018

ROSAURA


Era una melodía antigua. Llenaba el gran salón de la casa familiar. Allí se acomodaban como panes tibios los recuerdos de la juventud de Rosaura. Era una de esas tardes espiraladas de ensueños. El perfume inconfundible de la humedad de los cortinados de seda pesada como la memoria, se enroscaban en su interior creando un laberinto de música secreta. Volvió en mudo despertar a la edad del amor incontenible. Recordaba la figura perfecta del muchacho que llenaba su interioridad. Era un joven macho, lleno de fuerza y misterio. Era él, su enamorado inalcanzable. Casado con su hermana Matilde, era el ser más imposible para su pasión adolescente.
                        El piano era el lazo frecuente para su acercamiento amoroso. Juntos solían sentarse orillando teclado con ágiles y febriles movimientos. Chopin era el favorito. Jugaban con la mágica filigrana de las notas. Allí podía expresarse en únicos momentos. Él apenas la miraba pero igual compartía un diálogo íntimo y alegre. Él nunca conocería  su amor.
                        Matilde, su hermana mayor, se reía con la ingenuidad de quien nunca desconfía de la sangre. Matilde inusitada enemiga. Dulce y amada Matilde. ¡Era su querida hermana! Él, apasionado como pocos, adoraba ese rostro, esas manos y ese cuerpo que vivía deformado por eternas maternidades. Matilde era la madre perfecta, la esposa indispensable. Era noble y buena. Ella, Rosaura, en cambio era arisca e innoble. Con sus quince años... recontaba los minutos y desafiaba al cuñado en el piano. Era su reto. La vida y su futuro.
                        El tiempo, escoria del destino... la dejó sola e inerte. El corazón vacío. No pudo amar a otro. Sus recuerdos la enroscaban a la historia de su vida. Los recuerdos... la bandada gris, iba colmando el cielo de su mente. Ya tenía casi ochenta y ni él, ni ella lo sabrían... ya no estaban. La canción perduraba en la memoria inesperada. El sol se iba alejando entre los cristales y los viejos cortinados cenicientos. Sus ojos se cerraban lentamente y él entró en la sala, caminando directo hacia el piano, le tomó la mano y la invitó a tocar junto a su cuerpo extrañamente joven. Matilde observaba desde el sillón favorito, con una tenue sonrisa. La sonata de Chopin... desgranaba sus notas como una cascada de agua plateada y cometas. Se alejaba... se alejaban.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario