lunes, 10 de septiembre de 2018


Los recuerdos embellecen mi vida pero sólo el olvido me la hace posible.
                                                          
                                               LA MOMIA  INDÍGENA.

                        La ciudad parecía una hornalla encendida. Mis pies se pegaban al piso al transponer los adoquines. Cada edificio era un gigante hambriento devorando seres humanos casi muertos por calor y cansancio. El portal del museo me pareció un refugio.    Allí el calor estaba erradicado tras los enormes refrigeradores que mantenían un clima fresco. Todo el material debía ser protegido para su preservación. Ingresé como sonámbula. Sentí que un fresco restaurador me ingresaba por la piel y me reconfortaba. El elevador me llevó hasta la sala de las momias. Aún estaba en acondicionamiento la recién encontrada en Inti Nasta. Me detuve a mirar el prieto color tabaco de la piel reseca. Era una mujer muy joven. Casi una niña. Vendada con fina tiras de lana de vicuña y alpaca. Su rostro tenía el rictus amargo del sufrimiento. Me coloqué la ropa especial reglamentaria y los guantes de latex y comencé a levantar con delicado esfuerzo una a una las capas de vendas. Encontré una pequeña llama de oro. ¡Era hermosa en su simpleza! Seguí hurgando entre hiervas resecas que se desintegraban para mi horror. También encontré semillas milenarias. Las coloqué en pequeñas vasijas de barro que rodearon durante tiempo inmemorial a la doncella. Llegué hasta su cabello. Una larga trenza de pelo renegrido coronado de plumitas carmesíes, y de oro. Era primoroso el collar de turquesa y malaquita. Me quedé contemplando su rostro triste. ¡Cuánto dolor había en su cara ennegrecida por la muerte! No pude continuar. Me detuve y le hablé sin palabras. Mi mente vagó por su mundo misterioso... ¡ Pequeña reina...por qué tú, por qué los hombres dispusieron esta muerte tan trágica y maligna? ¿ Quién dispuso tu destino tan aciago? ¿ Dónde estará hoy tu alma intangible? Una lágrima cayó desde mis ojos y rodó sobre el rostro tumefacto. Parecía llorar la pobre niña...Tal vez en mis lágrimas su rostro repetía su letanía de penas olvidadas.
            Me quedé un rato quieta y volví al trabajo. Con amor infinito llegué a su cuerpo y a su manta. Allí entre sus brazos aquietados... había un niño. Tal vez un feto. ¿ Sería su bebé? Tal vez, sólo tal vez ese era el castigo por alguna falta cometida a sus dioses ancestrales.
            ¡ Comenzó una tormenta veraniega! Rugía el cielo y restallaba en fuegos maléficos, desfigurando el espacio. Ráfagas de viento frío hacía trepidar los enormes ventanales. Ramas de árboles caían en el parque del museo. Nadie se acercaba al lugar. Parecía que el infierno se había despertado con todos sus demonios. Yo no pude sustraerme al insólito murmullo que llenaba el recinto.¡ Miedo, sentí miedo ! Me saqué los guantes y huí de la sala. La momia estaba allí con un raro reflejo y un brillo extraño en su piel apergaminada. Brillaba el oro de sus dientes. Sus joyas de piedras semi nobles parecían revivir con los rayos y centellas. El dolor parecía provocar un súbito resucitamiento. Salí corriendo de allí. Me refugié en el automóvil. En el camino un trueno con el restallar del fuego alumbró una extraña figura junto a mí. Era ella y el niño. Cerré los ojos y detuve el auto. Casi me estrello junto a unos árboles caídos en la tormenta. Tal vez la joven mujer salvó mi vida. Los recuerdos embellecen la vida pero sólo el olvido la hace posible. Hoy después de todo he descubierto que fue ese ángel protector que evitó mi muerte.

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