lunes, 17 de septiembre de 2018

TUS CELOS.


             
No etiquetes con el anverso de tu dolor mi existencia.
Nada puede transgredir mis utopías y mis sueños.
Soy el árbol solitario en la colina. La luna quieta.
Un sol que se desdibuja en el poniente. La distancia.
Allí donde cada gota de lluvia cae tiernamente sobre la alfombra de la noche.
Un pequeño sortilegio me retiene.
Un suspiro de cristal. Una mano de nácar.
La mirada trasponiendo el espejo de niebla. Una sonrisa.
Me ata tu torpe ingenuidad, tus miedos.
Me atan las promesas. Algún latido rítmico. Un beso.
Deja tus agorerías de oscura astrología.
Abre la ventana con tu llave almibarada.
Observa hacia el horizonte el fuego del misterioso espacio trashumante.
Allí, en el hueco hay un hombre que palpita y sufre...
Un gigante de corazón sensato y demasiado esquivo.
Es un volcán sin fuego. Un nido. Un coloso helénico de arena.
Ese que está allí eres tú, mi amigo.
No trates de encerrarme en un fanal de hielo.
Soy un ave de enormes alas intangibles. Un arco iris. Cielo. Nube. Lluvia.
Soy una escasa voluta de humo que se escapa.
¿Cómo puedes etiquetarme con el anverso de tus celos?


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