“MÉTEME,
PADRE ETERNO, EN TU PECHO, MISTERIOSO HOGAR, DORMIRÉ ALLÍ, PUES VENGO DESHECHO
DEL DURO BREGAR” EPITAFIO EN SU TUMBA.
¡Solloza el alma del hombre que perdió a Jesucristo!
Busca sin cesar una hendidura donde esconder su pena.
Su fuente de sangre herida por la lucha entre el zarzal y la rosa,
vida o muerte de su sueño en llamarada y lava,
que lo aprieta en brazos del amor y de la muerte.
Busca rescatar en la tiniebla, esa palabra de un Dios inexistente,
de un Dios cuyo eco resuena entre los claustros de su mente.
Quiere abarcar el todo y el misterio envuelve el tiempo
de la vida que quebranta en la filosofía. No resiste.
Se entrega en brazos de la búsqueda endulzando su noche
Su oración final de luz esperanzada. Luz de un Cordero perdido
entre los libros, en los largos pasillos de una academia gris
donde lo espera la eternidad de su voz y sus gemidos.
Don Miguel de Unamuno y Jugo, usted no ha muerto
Vive en la palabra maravillosa de su poemario y obra,
está durmiendo en el pecho misterioso de un Señor perdido,
que entre sus brazos sostendrá su frente y la sangre de su rosal en flor.
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